Se equivocan quienes creen que después de Castillo volverá la normalidad. Castillo solo podrá ser reemplazado por un nuevo vendedor radical de promesas de cambio. Si la derecha quiere suceder al lápiz –con o sin vacancia–, debe crear a su propio Castillo. Un personaje que critique el statu quo, que venda esperanza y no tema remover las viejas estructuras.
La derecha celebra. En una sola semana desmanteló el enfoque de género y la Sunedu, además de elegir un nuevo Tribunal Constitucional e inhabilitar a Vizcarra por cinco años más.
Pero no deberían alegrarse demasiado. Es cierto que el enfoque de género no acaba con el maltrato a la mujer. Y también es verdad que la Sunedu ha hecho poco por elevar la calidad de la educación peruana. Sin embargo, la derecha no muestra alternativas de envergadura para lidiar con ambos problemas.
No se trata de meter al Estado en nuestras camas, sino de debatir al respecto. ¿Acreditaciones independientes o estándares internacionales para garantizar la calidad educativa universitaria? ¿Más cámaras Gesell y refugios temporales para evitar el maltrato a la mujer? Mutis. Nadie opina.
Hay muchos esfuerzos individuales encomiables, pero no se ve mayor discusión. ¿Acaso no son problemas urgentes para la derecha? La derecha no parece ofrecer soluciones de nivel nacional para estos temas impostergables. Y luego se queja cuando la izquierda se apropia de esas banderas.
La derecha parece creer que muchos de los problemas de este país se solucionan por sí mismos (el mercado) o de forma privada (la familia). Pero más del 50% de los abusos sexuales ocurre en la familia. Y ni hablar de cómo el mercado nacional ha lidiado con la calidad universitaria.
La derecha debe entender que hay problemas que simplemente no se van a resolver solos. Y no es que la izquierda tenga la solución o la respuesta correcta. Pero al menos se hace las preguntas que la derecha calla. Y por eso siempre le gana la discusión.
Pensemos en cada debate político que hayamos tenido. El patrón siempre se repite: mientras la izquierda vende ideales, la derecha vende realismo. Mientras la izquierda vende promesas y cambios, la derecha vende estabilidad y orden. El peruano promedio, por ejemplo, cree que aspirar a un país más justo, con mayores oportunidades y derechos humanos, implica ya ser de izquierda.
Porque, claro, todos los ideales son de izquierda. Y por eso dicen que Cuba, la URSS y Venezuela son ‘experimentos fallidos’, muy lejanos del paraíso utópico sin clases que venden como el ‘verdadero socialismo’.
Pero no hay que ir tan lejos. En la segunda vuelta presidencial, Castillo encarnó la palabra clave: cambio. Cómo no proponer un cambio cada cinco años en una región tan desigual y un país tan injusto, donde nada parece funcionar bien salvo el robo.
Cómo no jugársela por el cambio –es decir, la esperanza– en tiempos pandémicos, sobre todo cuando no tienes nada que perder. Mientras Fujimori apeló a las razones, Castillo removió las emociones. El hambre, la indignación, la venganza. Castillo era caótico, pero la gente lo percibía auténtico.
Y esa misma gente se reflejó en el político ignorante que hablaba mal y no sabía de economía, pero sí de injusticias. La gente se identificó con ese despelote urgente, con la efervescencia de la improvisación, con la frescura –léase ‘insolencia’– de lo nuevo.
Se equivocan quienes creen que después de Castillo volverá la normalidad. Castillo solo podrá ser reemplazado por un nuevo vendedor de promesas de cambio. Si la derecha quiere suceder al lápiz –con o sin vacancia– debe crear a su propio Castillo.
Un personaje que critique el statu quo, que venda esperanza y no tema remover las viejas estructuras. Hoy, como hace un año, son tiempos electorales y tiempos pandémicos. En resumen: son tiempos de promesas. Ya basta de realidades, parafraseando esa pinta de Mayo del 68. Queremos promesas.
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