Con motivo del nombramiento del nuevo Presidente de la Academia Nacional de la Historia, COSAS conversa con José de la Puente Brunke sobre su designación, la difusión cultural, y su legado familiar vinculado a la historia del Perú

Por Héctor López Martínez

Mis muchos años y los achaques que van de la mano de ellos me impidieron asistir a la sesión donde José fue nombrado el máximo representante de nuestra institución. Por eso, deseo que estas líneas sirvan como el voto que hubiera depositado a su favor. Él es el presidente más joven en los ciento veinte años de existencia de la Academia Nacional de la Historia. Juntos, realizamos una rápida mirada sobre su trayectoria.

Se fundó en 1905 con el nombre de Instituto Histórico del Perú, por Decreto Supremo expedido por el Presidente de la República José Pardo y Barreda, refrendado por su ministro de Justicia, Culto e Instrucción, Jorge Polar. Buscaba propender a la formación de la historia nacional y se le asignaban una serie de labores de gran importancia destinadas a salvaguardar nuestro patrimonio documental, tan disperso y maltratado hasta el presente, e impulsar la edición y difusión de libros sobre materia histórica.

José de la Puente señala que el presidente de la Academia Nacional asesora al Congreso y al Archivo General de la Nación en temas relacionados con la historia.

En 1904 había fallecido, mientras ejercía la Presidencia de la República, Manuel Candamo, bisabuelo de José. Ambos vicepresidentes también habían desaparecido previamente. Era, pues, necesario convocar a elecciones. El Partido Civil presentó la candidatura de Isaac Alzamora, pero los jóvenes civilistas, a quienes apodaron “turcos” por su vehemencia renovadora, impusieron la candidatura de José Pardo, reivindicando así una especie de derecho dinástico, ya que José era hijo de Manuel Pardo, fundador del Partido Civil, quien murió asesinado en 1878 mientras se desempeñaba como presidente del Senado. En señal de protesta, Isaac Alzamora marchó voluntariamente al exilio.

Contra Pardo, el Partido Demócrata lanzó la candidatura de Nicolás de Piérola. Fue la última gran batalla del Califa, y en esas circunstancias fue cuando pronunció estas imperecederas palabras: “El pueblo peruano sabe que llevo, en el corazón, sus intereses, que sufro con sus dolores y aliento sus esperanzas; que no tengo otro móvil que servirlo y cuando el mal ahoga o el peligro arrecia viene a mí”. Finalmente, Piérola retiró su candidatura y se produjo la elección de José Pardo.

Con esos antecedentes políticos tan intensos, José Pardo inició su gestión dando gran impulso a todo lo referente a educación y cultura. Tenía solo 40 años de edad, y volcó su inteligencia y tenacidad obteniendo importantes logros para el país. Cuando se funda nuestra Academia, el Perú vivía el periodo que Jorge Basadre llamó “República Aristocrática”, que recogía los frutos del ejemplar gobierno de Piérola entre 1895 y 1899. Es también la época, apunta José, en que estudiaban en San Marcos, o ya concluían sus estudios con tesis de gran valor, los miembros de la Generación del 900, jóvenes intelectuales nacidos en torno a los durísimos años de la guerra con Chile y cuya preocupación era superar ese doloroso trauma. En ellos había hondo y serio interés por el estudio de la Historia.

Su primer acto público como presidente fue un homenaje al Inca Garcilaso de la Vega en la Casa de Osambela.

Creo, le digo a José, que ya es momento de que comentes cuáles fueron tus primeras impresiones cuando fuiste elegido Presidente de la Academia. Su respuesta es inmediata: “En el plano personal, no puedo negar mi satisfacción por presidir una institución de la que formaron parte dos muy queridos miembros de mi familia. Mi bisabuelo, José Agustín de la Puente Cortés (1835-1810), fue uno de los miembros fundadores de nuestra Academia, en 1905. Obviamente, él no era un historiador profesional como lo entendemos hoy, sino un aficionado al estudio del pasado peruano. Publicó en el diario ‘El Comercio’ varias decenas de artículos, todos centrados en la explicación de acontecimientos históricos, tanto del Perú como del extranjero. Tuvo relaciones epistolares y de amistad con intelectuales de varios países latinoamericanos, y participó en tertulias junto con otros historiadores, como Manuel de Mendiburu, Mariano Felipe Paz Soldán y Manuel de Odriozola. Fue también amigo de Ricardo Palma, quien le dedicó la tradición ‘Cortar el revesino’. Su nieto, José Agustín de la Puente Candamo (1922-2020) –mi padre–, fue miembro de número desde 1960, y presidió la Academia entre 1995 y 2008. Mi padre tuvo mucho cariño a la Academia, y estuvo muy contento de que el centenario institucional coincidiera con su presidencia. Con esa ocasión, organizó un Congreso de Historia Regional, que convocó en Lima a historiadores de las diversas regiones del Perú, cuyos trabajos fueron publicados en un muy interesante libro”.

«No puedo negar mi satisfacción por presidir una institución de la que formaron parte dos muy queridos miembros de mi familia».

Le comento a José sucesos de la Academia en los cuales, por razones cronológicas, no pudo participar y que sin duda ha escuchado. Recuerdo la gestión ejemplar de Aurelio Miró Quesada Sosa a partir de 1963. En ella sobresalieron dos cosas entre muchas otras igualmente importantes. Organizó el Congreso sobre el Mestizaje en el que participaron historiadores nacionales y extranjeros. Fue un éxito rotundo, y se realizó entre el 15 y el 24 de setiembre de 1965. El otro gran logro de Miró Quesada fue la puntual edición de la “Revista Histórica”. Recuerdo claramente que en 1981 volvió a tener la dirección de la revista de la Academia y esta reapareció después de doce años. Le sucedió en el cargo otro gran historiador y amigo de nosotros, Guillermo Lohmann Villena.

José de la Puente propone digitalizar la «Revista Histórica» de la Academia para facilitar el acceso gratuito a su contenido.

Eran los años difíciles de la dictadura militar de Velasco, en nada propicios para la actividad académica, con una notable excepción, la conmemoración del Sesquicentenario de la Independencia. Con ese motivo se formó una comisión presidida por el general Juan Mendoza Rodríguez, quien había sido ministro de Educación del general Odría y creador de las Grandes Unidades Escolares, entre otras obras de enjundia. El general Mendoza, hombre inteligente, cordial y laborioso, tuvo el acierto de convocar a todas las personas que pudieran aportar conocimiento y trabajo para el éxito de la conmemoración de la efemérides y, en verdad, se hicieron cosas estupendas y perdurables, como la monumental “Colección Documental de la Independencia del Perú”.

En este y otros trabajos, como el importante Congreso Internacional sobre la materia, tuvo un papel muy relevante José Agustín de la Puente Candamo, padre de José, y siempre recordado maestro y amigo mío. Él era el mayor especialista sobre asuntos de la Independencia, y por eso resultaba insustituible. Recuerdo una anécdota muy significativa. Estábamos tratando un asunto cuando se acercó el embajador Félix Álvarez Brun, amigo cordialísimo, preguntando sobre un tema que no recuerdo. El general Mendoza, muy amablemente, le dijo: “Embajador, sobre esas cosas, le ruego que haga lo que diga el doctor De la Puente”. “No puedo negar mi satisfacción por presidir una institución de la que formaron parte dos muy queridos miembros de mi familia”.

“La nómina de miembros de la Academia Nacional de la Historia incluyó a miembros muy ilustres de la Historia, como José de la Riva-Agüero, Víctor Andrés Belaunde, Luis Alberto Sánchez, Raúl Porras Barrenechea y Aurelio Miró Quesada».

Dejando un momento recuerdos tan gratos, es necesario tomar en consideración que José tiene un reto muy grande por delante. En primer lugar, explicar a los lectores lo que hace la Academia Nacional de la Historia y, sobre todo, lo que él tratará de hacer. Yo creo que para esto último tendrán mucha importancia los interesantes contactos, al más alto nivel académico, que ha hecho José en España, donde ha pasado gran parte de su año sabático.

Su padre, Agustín de la Puente Candamo, presidió la Academia entre 1995 y 2008.

Como buen profesor que es, José nos dice: “Nuestra Academia sirve al Perú de muy diversos modos. En cuanto a las entidades públicas, estamos a su disposición para elaborar informes técnicos sobre temas vinculados con la Historia. Por ejemplo, con mucha frecuencia elaboramos dictámenes que nos solicita el Congreso de la República –y muy en particular, la Comisión de Cultura y Patrimonio Cultural–, en torno a proyectos de ley para los cuales requieren de nuestra opinión. Igualmente, la Academia tiene un representante en una comisión del Archivo General de la Nación, que dictamina en torno al destino de la documentación que se recibe de las entidades públicas: se evalúa qué documentos deben ser incorporados al Archivo, y cuáles deben ser desechados”.

«En esta nueva etapa queremos impulsar nuestra web y hacer más visible la Academia en las redes sociales».

“Desde hace varios años, y por iniciativa de la Dra. Margarita Guerra –mi predecesora en la presidencia de la Academia– se instauró un Diploma al Mérito por la Promoción de la Historia del Perú. Este diploma se entrega anualmente en una ceremonia que organizamos cada mes de febrero, conmemorando el día de la fundación de la Academia. Cada año se hacen acreedores de este diploma cuatro o cinco personas, que no suelen ser historiadores profesionales, pero sí personas que desde diversos ambientes difunden el conocimiento de la historia del Perú. Con este diploma, la Academia premia diversas iniciativas que ponen de relieve la importancia del conocimiento de la Historia en el Perú de hoy”.

“En esta nueva etapa queremos impulsar nuestra página web y hacer más visible la Academia en las redes sociales. Igualmente, un proyecto que acabamos de poner en marcha, gracias al auspicio de la Fundación Obra Pía de los Pizarro –institución española muy ligada al Perú, y que tiene su sede en Trujillo de Extremadura– es el de la digitalización de todos los números de nuestra ‘Revista Histórica’, con el propósito de que pueda ser accesible de forma gratuita a través de nuestra página web. Esta va a ser una contribución importante para la difusión de nuestra historia, ya que la revista fue fundada en 1906 y sigue publicándose en la actualidad. Es una revista en la que han publicado los más prestigiosos historiadores peruanos de diversas generaciones, y también ilustres estudiosos extranjeros. Además, muchos de sus artículos constituyeron auténticos hitos en el conocimiento de diversos aspectos de nuestro pasado”.

Ramón Mujica, Alejandro Reyes, Carmen Arellano, Luis Millones, Fernando Armas, Margarita Guerra, José de la Puente, Oswaldo Holguín, Claudia Rosas, Manuel Burga y Federico Kauffmann, historiadores reunidos después de la elección.

Lo que dice José sobre la página web y las redes sociales será de gran importancia. Es necesario estar presentes en la mayor cantidad de plataformas digitales que, mayoritariamente, son visitadas por los jóvenes. En estos tiempos tan difíciles, de decadencia total de las instituciones del Estado y de otras más, hacen falta referentes históricos, que se sepa que hasta hace pocas décadas hubo políticos irreprochables y que esa actividad es honrosa si se efectúa para servir al país y no para servir a intereses personales y mezquinos.

A propósito de pasado, acota José: “Debo decirte que para mí fue muy grato el hecho de que mi primer acto público como presidente de la Academia se haya realizado en la Casa de Osambela, el pasado martes 15 de abril, con ocasión de un homenaje a la memoria del Inca Garcilaso de la Vega. En esa ocasión hice un paralelo entre la vida del Inca Garcilaso y el itinerario histórico del Perú. En efecto, la vida del ilustre mestizo cusqueño estuvo signada por muchas situaciones de desconcierto, por numerosas frustraciones, pero también por no pocas ilusiones.

A pesar de haber tenido un itinerario vital muy complejo, como hijo de un conquistador español y de una princesa inca, y de no haber podido obtener en España los privilegios a los que tenía derecho, siempre manifestó su orgullo por su condición de descendiente de españoles y de nobles incas. Así, mostró su satisfacción por su condición de mestizo, condición que proclamaba “a boca llena”. La trayectoria histórica del Perú, y en especial la de los dos últimos siglos republicanos, está signada también por frustraciones y por situaciones de desconcierto, pero también por ilusiones. Es lo que Jorge Basadre denominó “la promesa de la vida peruana”, por la que todos debemos seguir trabajando”.

Y en cuanto al local, le pregunto, necesitamos que se convierta en realidad algo que buscamos desde hace mucho tiempo. “La sede institucional de nuestra Academia, me responde, es en efecto la Casa de Osambela, de acuerdo con una norma legal. Dicha casa virreinal alberga el Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega, del cual es parte nuestra Academia, junto con la Academia Peruana de la Lengua, la Academia Nacional de Medicina, la Academia Nacional de Ciencias y la Academia Peruana de Derecho. En esa ocasión me resultó muy satisfactorio constatar el unánime propósito de mis colegas presidentes de academias de hacer todos los esfuerzos para poner en valor la Casa de Osambela y desarrollar las labores de restauración que se requieren para ello”.

“Nuestra academia, al igual que las demás academias que forman parte del Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega, son corporaciones que durante largo tiempo han servido al Perú de muchos modos. Es nuestro deber trabajar con mayor empeño por contribuir a la difusión del conocimiento, a través de nuestras investigaciones y de nuestras múltiples actividades. Desde nuestras academias debemos contribuir a difundir el conocimiento sobre el Perú en sus diversas dimensiones, porque además ese es el mandato que hemos recibido de los ilustres peruanos que fundaron y dirigieron nuestras corporaciones en el pasado”.

“La nómina de miembros de la Academia Nacional de la Historia incluye, desde su fundación en 1905, a muy ilustres estudiosos de la Historia. El primer presidente fue Eugenio Larrabure y Unanue, y en diversas etapas integraron la institución figuras tan importantes como José de la Riva-Agüero, Víctor Andrés Belaunde, Luis Alberto Sánchez, Raúl Porras Barrenechea, Aurelio Miró Quesada, Guillermo Lohmann Villena y muchos más. Aurelio Miró Quesada merece especial mención, ya que él lideró la reforma de los estatutos en la década de 1960, y presidió la Academia durante una época muy fructífera, especialmente recordada por un congreso que organizó sobre el mestizaje, como tú ya has mencionado. La primera mujer académica fue Ella Dunbar Temple, ilustre maestra sanmarquina, quien publicó en nuestra ‘Revista Histórica’ artículos pioneros sobre los descendientes de los incas durante el Virreinato, y sobre otros temas”.

Bueno, José, creo que a los lectores de COSAS les has dado una clase muy amena, como las que sueles dar en la universidad, sobre nuestra Academia y todas las tareas que tienes por delante a partir de este año, que debió haber llevado el nombre del insigne prócer José Faustino Sánchez Carrión. Lo que ocurrió con el Bicentenario de Junín, Ayacucho, la fundación de la Corte Suprema y la Convocatoria al Congreso de Panamá, es una vergüenza. No se le da la importancia que tienen a las efemérides, las conmemoraciones, sobre todo tan señeras como las mencionadas.

Decía el historiador Fernando García de Cortázar, quien fue presidente de la Real Academia Española de la Historia: “Los acontecimientos que se conmemoran encarnan el tiempo de los hombres. Permiten que una experiencia se sostenga a través de nuestra vida, y podamos cederla a los que vengan en forma de una tradición. Por ello, la conmemoración es algo fundamental en nuestras sociedades. Ese ritual ofrece la medida de nuestra calidad como hombres”. El bicentenario de la muerte de Sánchez Carrión es en junio, y creo que debemos recordarlo y honrarlo como se merece. “Totalmente de acuerdo”, concluye José.

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