Hoy, 5 de julio, se cumplen 100 años del nacimiento de Fernando de Szyszlo. En homenaje, COSAS reunió las voces de sus grandes amigos, como Alonso Cueto, Ricardo Vega Llona, ‘Lucho’ Miró Quesada Valega, Roberto Dañino, Ricardo Luna, Fernando Carvallo y su hijo Vicente de Szyszlo, quienes comparten sus recuerdos.

Por Alejandro Saldaña

«Soy pintor. Esas dos simples palabras han dado sentido a toda mi existencia”. Así empieza “La vida sin dueño”, la biografía de Fernando de Szyszlo, uno de los artistas plásticos más importantes del Perú, cuyos trazos abstractos siguen dialogando con nuestra historia y geografía.

Este julio, al cumplirse cien años de su nacimiento, sus memorias resuenan más que nunca: “¿Se explica la vida de una persona de forma aislada? Pienso que no. Yo soy más yo gracias a mis amigos y las personas que he amado, también con las que he discrepado, las que he perdido y hasta algunas que no llegué a conocer, como los artistas que he admirado y han dejado huella en mí”.

Fernando de Szyszlo rechazaba los homenajes y reconocimientos como los doctorados honoris causa, porque, según afirmaba, le robaban espacio al futuro.

En 2008, COSAS conversó con él durante una muestra homenaje en el Museo Pedro de Osma. En esa entrevista, confesó que los honoris causa y las retrospectivas le provocaban más temor que orgullo. “Parecen despedidas. El pasado ocupa más sitio y el futuro se queda sin espacio”, decía. Aunque ya se había ganado al Perú con su obra, nunca sintió que alguna pintura lo representara del todo: “Por eso siempre digo que cada cuadro, para mí, ha sido una derrota”.

En 2016, un año antes de su muerte, lo volvimos a visitar en su casa de Ugarte y Moscoso, en San Isidro. A sus 91 años, meditaba sobre el célebre verso de Machado: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Y concluía que lo más valioso de su largo trayecto no eran sus cuadros ni sus escritos, sino sus amigos. “Haberla vivido, sin duda –dijo entonces, con la mirada hundida bajo sus cejas despeinadas–. Haber tenido la suerte de encontrar personas tan valiosas como Octavio Paz, Vargas Llosa, Westphalen… En realidad, mis amigos siempre han sido escritores”.

‘Gody’, como lo llamaban sus amigos, es recordado como un hombre con un gran intelecto y humor.

Entre ellos estaban Alonso Cueto –quien lo conoció desde niño–, el exsenador Ricardo Vega Llona, con quien almorzaba cada jueves, el periodista Fernando Carvallo, habitual compañero de tertulias dominicales, y Luis Miró Quesada Valega, testigo frecuente de sus sesiones de pintura. También su hijo menor, Vicente de Szyszlo, que hoy, al cumplirse un siglo de su nacimiento y ocho años de su partida, vuelve a escuchar con emoción las voces de quienes lo conocieron.

A Szyszlo lo recuerdan como un hombre de intelecto agudo, capaz de desgranar detalles sobre arte, política o historia con la precisión de una enciclopedia. Elegante, irónico, culto y sutil, nunca perdía la cortesía ni siquiera en sus bromas. Además de pintor, fue escritor, crítico, docente, escultor, y, por encima de todo, un gran amigo.

Fernando de Szyszlo, Octavio Paz, Damián Bayón, Mario Vargas Llosa y Guillermo Cabrera Infante.

Murió en 2017, a los 92 años, tras tropezar en la escalera de su casa en San Isidro. En el mismo accidente falleció su esposa, Liliana Yábar, con quien se casó tras su divorcio de Blanca Varela. Hoy nos queda su obra, pero también los recuerdos de quienes compartieron con él el camino. Tal vez, por su aversión a los homenajes, estas líneas no deban leerse como uno. Mejor pensarlas como un álbum abierto, repleto de memorias sueltas que piden una galería entera para cobrar vida.

Fernando de Szyszlo y su esposa Liliana Yábar, con quien estuvo casado durante veintinueve años. Ambos fallecieron el mismo día, debido a un trágico accidente doméstico.

El espía del retrato

Alonso Cueto recuerda con cariño a “Gody” (como le decían de cariño sus amigos), y lo describe como “ese tipo de persona que animaba las reuniones y cuya sola presencia era impresionante por cómo lograba hacer que todo fuese tan vital”. Cuando habla de él, a su mente llegan varios momentos: sus numerosas reuniones con el escritor José Miguel Oviedo; los diversos e ingeniosos chistes que se sacaba del bolsillo para hacer reír a todos; su amor por los autos y la conducción, que lo llevaron a manejar hasta sus últimos días; las reuniones a las que iba de pequeño en la peña Pancho Fierro, y donde Fernando una vez se puso un huaco en la cabeza como broma; y aquellas grandes fiestas de cumpleaños en Ugarte y Moscoso, donde se reunían varias personas para celebrar al pintor, ocasionalmente entre recitales de música con cuarteto, piano, clarinete y hasta flauta.

Alonso Cueto, Fernando de Szyszlo y José Miguel Oviedo, en febrero de 2016.

Curiosamente, la amistad entre Alonso Cueto y Fernando de Szyszlo empezó casi como un acto de espionaje doméstico. Los padres del escritor eran grandes amigos del pintor, quien los visitaba con frecuencia. “Lo vi en casa muchas veces antes de saber que era un gran artista”, recuerda Cueto.

Todo cambió el día en que subió a la biblioteca y sorprendió a Szyszlo pintando. “Estaba haciendo un retrato de mi padre, que posaba para él. Le decía: ‘Me han dicho que no sé hacer retratos, así que voy a hacer uno tuyo para demostrar que sí puedo’. Yo los espiaba desde un rincón, sin que se dieran cuenta”, rememora. Más que la escena del retrato, lo que Cueto no olvida es la intensidad con la que pintaba: “La concentración, esa firmeza o entusiasmo –no sé cómo llamarlo– con la que ‘Gody’ trabajaba”. Esa energía, tal vez, respondía a una constante insatisfacción creativa. Como contó su hijo Vicente: “Nunca era fácil para él encontrar satisfacción. Siempre intentaba ser mejor”.

Serie “Mar de Lurín”, 1989. Szyszlo se inspiró en el valle de Lurín, un desierto desolado, pero cargado de presencia ancestral y espiritual.

Cueto lo comprendió tiempo después, durante una visita a Szyszlo en Villa del Este, Tívoli. “Se bajó de un auto hermoso. Yo, con ingenuidad, le pregunté: ‘¿Y tú piensas cinco o seis horas al día?’. Me miró y respondió: ‘Un poco más’”.

Sexo y poder

Fernando de Szyszlo era también un lector voraz, melómano y apasionado de la arquitectura. Así lo recuerda el periodista Fernando Carvallo, quien lo conoció como profesor en la PUCP, pero con quien compartió más tiempo en París, donde coincidieron por una temporada junto a Liliana Yábar. En una de sus excursiones visitaron Auvers-sur-Oise, el pueblo donde Van Gogh pasó sus últimos días. Décadas más tarde, ya en Lima, su amistad continuó con una nueva rutina: reunirse los domingos en casa para ver programas políticos. “Tenía una mirada extraordinaria sobre la actualidad. Era un hombre con gran profundidad y una admirable sutileza poética”, señala Carvallo.

Fernando Carvallo recordó momentos y anécdotas vividos con Gody y su familia en París y Lima.

Entre esas conversaciones dominicales, recuerda especialmente la “radical oposición” de Szyszlo al Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Le molestaba que llevara ese nombre porque –según decía, desde los años 40– consagraba la postergación de una mirada artística sobre nuestro pasado, subordinada a la arqueología. Para Carvallo, aunque el museo recibió una de las mayores inversiones culturales del país, los gobiernos posteriores lo han mantenido vacío desde hace casi una década. “Gody me dijo: ‘Voy a ir al Congreso y hablaré en la Comisión de Cultura contra ese museo’”, recuerda. Carvallo le advirtió que el presidente de esa comisión era fujimorista. “Sí pues, me tragaré ese sapo”, le respondió Szyszlo, decidido. Con ayuda de su amigo, logró agendar la cita y asistió a declarar su postura frente a un auditorio hostil. “No es que estuviera de acuerdo con él, pero era impresionante verlo dar la cara por una convicción que sostenía desde los años 40”.

Otro recuerdo entrañable tiene que ver con un libro: “Sexo y poder en Roma”, de Paul Veyne. Szyszlo lo regaló a Carvallo, pero años después, cuando supo que su amigo volvería a París, le pidió que se lo trajera. Extrañado, Carvallo le recordó que ya se lo había dado. “Sí, pero esa edición de bolsillo no tiene fotos”, le explicó Fernando, que insistió tanto con el encargo que incluso lo llamó para recordárselo. “Nunca antes me había llamado para recordarme algo. Sabía que si asumía un encargo, lo cumpliría; tengo buena memoria y siempre tomo nota”, dice Carvallo.

Según Carvallo, Fernando de Szyszlo sentía una “radical oposición” al Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú.

Cuando se reencontraron en Lima, un domingo cualquiera, Carvallo le entregó el libro. Szyszlo lo abrió de inmediato, no para ver escenas eróticas, sino en busca de una imagen en particular: la de un pintor romano que trabajó para el emperador Tiberio en Capri. Ese artista, cuenta, torturó a un esclavo para retratarlo sufriendo. Le rompió un hueso del brazo y, cuando el hombre suplicó que se detuviera, se negó: sabía que si paraba, no podría terminar el cuadro. “Es curioso cómo Fernando, una persona incapaz de violencia, se sentía fascinado por este tipo de historias. Tenía un ideal absoluto de la pintura”, reflexiona el periodista.

Ese intercambio quedó grabado por una razón dolorosa: ocurrió el último domingo que se vieron. Habían quedado en asistir a un concierto al día siguiente, pero esa misma tarde Carvallo recibió la noticia de su muerte. “Haberlo conocido y frecuentado es uno de los grandes regalos que me ha dado la vida”.

Religión culinaria

El empresario y político Ricardo Vega Llona lo retrata como un hombre elegante, fino y profundamente coherente, tanto en lo público como en lo íntimo. “Era muy predecible”, dice, no por monótono, sino por su fidelidad a sus ideas y costumbres, al punto que sus amigos podían anticipar sus opiniones. A la hora del almuerzo, recuerda, Szyszlo llevaba su propio pan –el tradicional, “no ese moderno que ahora sirven”– a los restaurantes, no tomaba vino, pero sí dos vasos de vodka sin problema, y rechazaba la cocina sofisticada en favor de la comida criolla con sabor a casa. “Era chapado a la antigua, de piropos bonitos. Imposible que una señora se ofendiera: era muy fino. En sus años más joviales, era coqueto y gracioso”.

Detrás: Roberto Dañino, Emilio Jiménez, Carlos Ferreyros, Luis García Miró, Ricardo Vega Llona, Manuel Bustamante, John Youle y George Gruenberg. Delante: Freddy Cooper, Carlos Pareja, Danilo Balarín, Gody Szyszlo, Alfredo de Toro y José Antonio García Belaunde.

Desde finales de los años ochenta, ambos formaron parte de un grupo de amigos que se reunía todos los jueves a almorzar en Lima, sin importar la estación. “Creo que ‘Gody’ fue uno de los fundadores, junto con Carlos Ferreyros. También estaban ‘Mañuco’ Bustamante, ‘Lucho’ García Miró, ‘Pipo’ Thorndike, ‘Pipo’ Valdivieso, ‘Kike Normand’… y luego me invitaron a mí”. Con el tiempo, la mesa se llenó de periodistas, artistas, empresarios y escritores, entre ellos Mario Vargas Llosa, amigo cercano de Szyszlo, quien también lo acompañaba en las escapadas de verano al sur de Lima. “Pasábamos fines de semana en La Quebrada. Mario iba mucho, porque ahí vivía su cuñado y primo hermano, Lucho Llosa”.

La amistad entre Ricardo y Fernando se consolidó entre 1988 y 1990, e incluyó también a sus familias. “Él con mi esposa e hijos, y nosotros con Lila y Vicente”. Tan cercanos fueron que Vega Llona lo acompañó también en los momentos más duros, como la muerte de Lorenzo, su hijo. “Eso lo destruyó. Guardó un silencio que respetamos. El sufrimiento fue constante; cuando lo mencionaba de forma fugaz, se notaba la angustia”.

Ricardo no sabe si Fernando y Lorenzo estarán ahora juntos en algún otro plano. Su hijo Vicente ha dicho que su padre no creía en un “más allá”, pero si existiera, imagina que también estarán allí los amigos del grupo de almuerzos, muchos de los cuales ya han partido. “Era un grupo muy agradable”, dice. “Para Fernando, creo, era una de sus rutinas favoritas”. Y si hoy pudiera dirigirle una última palabra, solo tendría una pregunta: “Gody, ¿dónde te provoca almorzar el jueves?”.

Pintemos Juntos

El empresario y periodista Luis Miró Quesada Valega evoca a Fernando de Szyszlo como un creador profundamente singular. Hasta el día de hoy, recuerda que por su pasión y disciplina apenas dormía cinco horas y, al caer la noche, se levantaba a las dos o tres de la mañana para pintar las cosas que se le venían a la mente en ese momento. Miró Quesada también fue testigo del amor entre Fernando y Lila. De esta última recuerda que –como está escrito en la biografía de Szyszlo– una razón por la cual Lila –que ya sabía que su esposo era coqueto– no se perdía ningún coctel; era para no dejarlo solo y acompañarlo por todos lados. “Ya lo conocía”, agrega.

‘Lucho’ Miró Quesada Valega y Fernando de Szyszlo junto a Bernardo y Álvaro Roca-Rey Miró Quesada.

Lucho –como le llaman los amigos– alguna vez veraneó junto a ‘Gody’ en La Quebrada, y cuenta que su estudio no miraba al mar; él ya tenía la idea de lo que iba a realizar, y como era melómano, se abstraía escuchando al compositor Aleksandr Skriabin. Lucho recuerda que revista COSAS lo invitó a participar en Pintemos Juntos, y le tocó hacerlo con él, y que Fernando no pintó absolutamente nada. “Tengo la satisfacción de que no puso ni una sola brochada de pintura en el cuadro; lo hice yo”, explica sobre su propia creación. Hoy, ‘Lucho’ revela que tiene cuatro cuadros de Szyszlo en su casa de Lima. “Mi padre –Luis ‘Cartucho’ Miró Quesada Garland– tenía algo así como catorce obras de Szyszlo. Entonces, cuando se casa por segunda vez, ‘Gody’ le da como regalo de matrimonio un cuadro muy bonito: un cuadro con fondo azul. Y su esposa, Alicia, decidió que el cuadro de ‘Gody’ me lo regalaran a mí”, rememora.

En el centenario de su viejo amigo, con quien compartió momentos desde muy joven, ‘Lucho’ recuerda algo que le dijo en el 59, cuando se estaba preparando para ingresar a la PUCP: “Mejor rómpete el alma estudiando y trata de ingresar, porque si no lo haces vas a tener que pasar por esto varias veces más. En lugar de tomar la cosa a la ligera, mejor haz un solo gran esfuerzo antes de tener que volverlo a intentar todo”. ‘Lucho’ no solo logró ingresar, sino que llegó a convertirse en un gran empresario, periodista y presidente del Grupo El Comercio.

Velocista de la risa

“Manejaba a toda velocidad cada vez que subía en el carro con él”, recuerda Ricardo Luna, exministro de Relaciones Exteriores y amigo cercano desde los años sesenta. Juntos viajaban a Paracas, recorrían Lima o iban al cine. “Maya, mi esposa, y yo le decíamos: ‘¿Pero cuál es el apuro?’. Y él respondía: ‘No, no, no te preocupes’”, cuenta con humor. Szyszlo tenía un espíritu rápido, tanto en el humor como al volante, y una fascinación por los autos que lo llevaba a cambiarlos cada año. Mantuvo ese entusiasmo hasta los noventa. “No era inconsciente, pero le encantaba manejar rápido”, apunta Luna.

Fernando de Szyslo y Ricardo Luna Mendoza, poco antes de la culminación de la escultura “Intihuatana”, en el parque Salazar, de Miraflores.

Cuando no estaban sobre ruedas, compartían horas en el estudio de Fernando, donde pasaban tardes enteras entre pinturas, música y largas conversaciones. Durante un tiempo vivieron cerca, así que solían reunirse los domingos junto a Fernando Carvallo. “Nos sentábamos a las cinco y terminábamos a las once de la noche, sin darnos cuenta… sobre todo nos reíamos mucho”, recuerda Luna. También fue testigo de la relación de Szyszlo con Blanca Varela, a quien describe como “graciosísima, irreverente y nada solemne”. En sus mejores momentos, la pareja compartía una complicidad entrañable. “Ella le tomaba el pelo y él se dejaba”, dice. Esa misma ligereza marcaba la amistad de Fernando con José María Arguedas, a quien conoció en los años sesenta, en reuniones de la peña Pancho Fierro. “Se tomaban el pelo mutuamente. Muchos creían que Arguedas era sombrío, pero no era así. Había bromas, pero también conversaciones profundas sobre el país”.

Roberto Dañino destaca la fuerza intelectual y ética de Szyszlo, así como la profundidad de sus conversaciones, que todavía extraña.

Roberto Dañino, otro de sus grandes amigos, lo evoca como alguien con “más proyectos que recuerdos y más ilusiones que memorias”. Fue Szyszlo quien lo introdujo al arte precolombino y a comprender su fusión con el arte moderno, lo que lo impulsó a formar su propia colección. También lo invitó, siendo joven, al Grupo de los Jueves, donde compartía mesa con Vega Llona, Vargas Llosa y otros personajes ilustres. “Aún extrañamos su fuerza intelectual, su ética y nuestras amenas conversaciones”, dice. Recuerda, además, un gesto que resume bien su generosidad: “Tuvo la gentileza de venir a mi casa a restaurar personalmente un quiñe en un díptico que le había comprado años atrás”.

Quizá ese acto lo defina mejor que cualquier otro: un artista brillante, pero también un amigo entrañable, comprometido con las personas que quiso y con el país que amó, al que dedicó, sin descanso, sus ideas, sus palabras y su obra hasta el último día.

Suscríbase aquí a la edición impresa y sea parte de Club COSAS.