Además de ser el primer viñedo del Perú y el más antiguo de Sudamérica, Tacama suma entre sus méritos el haber rescatado a las cepas patrimoniales de un futuro incierto. Hoy, transforma el pasado y el presente de estas variedades en alegrías para el paladar y el conocimiento de sibaritas y principiantes. Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de cepas patrimoniales y por qué son tan valiosas? Aquí te lo contamos.
Año 1540: los primeros españoles y misioneros ingresan la vid al virreinato del Perú. Así se inicia la producción del vino en nuestro territorio. Según los cronistas Garcilaso de la Vega y Bernabé Cobo, la primera uva que se plantó fue “prieta”. Es decir, aquella conocida como Listán Prieto, Negra Corriente o Negra Criolla. Después, llegaron otras variedades como la Mollar, la Albilla (Listán Blanco) y la Moscatel. También la Moscatel de Alejandría (Italia), esta última de origen griego traída a América por los jesuitas.
Como dichas variedades se cultivaban juntas, con el tiempo se fueron cruzando de forma natural y se originaron las uvas criollas, como la Quebranta. A todas ellas se les conoce como cepas patrimoniales. El término lo dice todo. “Son parte de la tradición local, tienen arraigo, historia y cultura”, afirma Karl Mendoza, investigador y consultor vitivinícola agroecológico del Instituto Regional de Desarrollo (IRD) de Costa de la Universidad Nacional Agraria La Molina (UNALM).
Años de boom
Fue particularmente entre 1679 y 1764 que se incrementó, en la costa sur del Perú, la producción del vino y el aguardiente hecho a base de las cepas patrimoniales. Desde el puerto de Pisco se embarcaban las bebidas en ánforas, conocidas como “botijas de Piscos”, hacia los otros puertos del Pacífico (Guayaquil, Panamá, Centroamérica, Arica, Coquimbo y Valparaíso).
Pero en 1776, España emitió una medida proteccionista y prohibió la importación de vinos del Perú. Entonces, con los múltiples sembríos y las cosechas encima, se promovió su destilación y nació nuestra bebida bandera: el pisco. Las cepas patrimoniales empezaron a utilizarse para su elaboración. “La calidad de este producto tuvo gran fama y prestigio en el transcurso del siglo XIX e inicios del XX; y ya no solo en el Perú, sino también en países como Estados Unidos (especialmente California) durante la llamada Fiebre del Oro (1848)”, cuenta el investigador.
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Lamentablemente, durante los siglos transcurridos, diversos factores causaron estragos a las cepas patrimoniales. Las plagas y las enfermedades, la reconversión de los viñedos por la llegada de variedades más comerciales (cepas francesas como las tintas Malbec o Cabernet Sauvignon, y las blancas como Chardonnay o Sauvignon Blanc), los cambios de los cultivos por alternativas más rentables (algodón o caña), las guerras con otros países y la expropiación de las viñas a causa de la Reforma Agraria (1969-1979) terminaron disminuyendo su cultivo.
El renacer
En forma visionaria, a comienzos de la década del 60 del siglo pasado, Manuel Pablo Olaechea du Bois, quien velaba por los destinos de Tacama, envió muestras de cuatro cepas patrimoniales —la Mollar, la Quebranta, la Albilla y la Listán Prieto (Negra Corriente)— al Centro de Recursos Biológicos de la Vid de Vassal-Montpellier (INRAE), en Francia, el país que siempre ha estado en el top de la producción vitivinícola. ¿Por qué? Para que sean analizadas, estudiadas y registradas en su catálogo. “Allí está la colección ampelográfica más grande e importante del mundo”, revela Frédéric Thibaut, enólogo de Tacama. Fue el primer paso significativo que salvó y revalorizó las cepas patrimoniales.
Para finales de los años 90 e inicios del siglo XXI, el pisco volvió a convertirse en una industria en crecimiento y se fueron recuperando las áreas de cultivo de las cepas patrimoniales en el Perú.
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En el caso de Tacama y sus 250 hectáreas, la viña alberga una buena extensión dedicada exclusivamente a las cepas patrimoniales. “Estas cepas provienen de plantas robustas, vigorosas y muy productivas, mucho más que las uvas vitiviníferas, que son las que usamos para vinos blancos y tintos”, dice Thibaut.
En la actualidad, en Tacama se siguen sembrando cepas patrimoniales como la Italia (Moscatel de Alejandría), la Moscatel, la Quebranta y la Albilla. Es más, las plantaciones de Albilla y de Quebranta son de hace más de 100 años. También pueden encontrarse algunas plantas aisladas de Listán Prieto (Negra Corriente o Negra Criolla) , y de Mollar. Todas conocidas como uvas pisqueras, por cierto.
Asimismo, además de sus piscos, la marca empezó a elaborar un vino con las cepas patrimoniales. Sí, como solía hacerse al principio en el Perú. Bautizado como Albilla D’ Ica y proveniente de una parcela de Albilla centenaria (1892), el vino tiene más de 15 años. “Es simpático, sencillo, dulce con una pequeña presencia de gas carbónico que lo hace más fresco y vivo.
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No tiene mucho alcohol, un poco más de 8 %, porque en su proceso se paraliza la fermentación para que todo el azúcar que quede sea natural”, añade el enólogo.
Hoy, sin duda, existe una corriente. “Está el deseo de hacer más vinos con las cepas patrimoniales”, revela Frédéric Thibaut. Desde hace cinco años, el Instituto Regional de Desarrollo (IRD) de Costa de la Universidad Agraria La Molina, en alianza con los productores de vino y pisco, “vienen trabajando para identificar y rescatar todas las variedades patrimoniales, para propagarlas y darles de nuevo ese valor adicional: su aptitud para vinificar”, indica el investigador Karl Mendoza. Ahora queda brindar por un futuro mejor.
Para más información sobre Tacama y sus productos, visita www.tacama.com y/o consulta su página oficial en Facebook e Instagram.