El 29 de noviembre partió don Manuel Pablo Olaechea Du Bois. El patriarca Olaechea deja un legado de integridad personal y multifacética proeza profesional; y a su poderosa inteligencia y enorme cultura, de la que pueden dar fe todos los que lo conocieron, habría que sumar su gran sentido de familia y de compromiso con el Perú.

Por José María López de Letona

Si uno ingresa a la fantástica biblioteca de don Manuel Pablo Olaechea Du Bois, podrá hacerse una idea de lo variadas que fueron sus inquietudes y de lo vasto de sus conocimientos. Joyas literarias, como ediciones antiguas y primorosamente ilustradas de su amado Quijote, o del Candide de Voltaire, se mezclan con ensayos de teología, filosofía, derecho, economía, música, vino y equitación, ofreciendo una pequeña ventana a la amplitud de sus inquietudes y conocimientos.

Manuel Pablo Olaechea montó a caballo hasta los 84 años.

Manuel Pablo Olaechea montó a caballo hasta los 84 años.

En el siglo XVI se acuñó la frase “Hombre del Renacimiento” para describir a quienes se interesaban en los más diversos campos del saber humano con intensidad y dedicación parejas. Don Manuel fue un hombre del Renacimiento en el Perú del siglo XX. Reconocido como el abogado de su generación, el doctor Olaechea Du Bois fue quien formó a juristas como Felipe Osterling, Alfonso Rubio, Fernando de Trazegnies o Max Arias Schreiber, entre otras figuras del derecho que se desempeñaron durante años en su estudio y fueron sus socios.

Y al cultivo de su profesión sumó sus facetas de hombre emprendedor (fundó el Banco de Lima, del que fue presidente por más de veinticinco años, además de participar en los directorios de buena parte de las compañías más importantes del país a lo largo de su vida profesional) y de amplios intereses culturales, que iban desde la economía hasta la equitación, disciplina esta última que consideraba, además de un arte plástico, una conquista fundamental de la civilización. Eso explica que fuese tantas veces campeón nacional de salto y de alta escuela, y que fundase el Club Ecuestre de Huachipa.

Olaechea du Bois y un compromiso familiar

Es costumbre hablar en el Perú de una “clase dirigente” inculta y desconectada del país. Sin embargo, si algo representó el recorrido vital de don Manuel fue exactamente lo contrario. Tenía un enorme amor por su país y un gran sentido de compromiso con este, que acaso corría por sus venas. A pesar de que por el lado materno, María Rosa Du Bois González de Orbegoso, Olaechea era bisnieto del mariscal Luis José de Orbegoso y Moncada, quien fuera presidente de la República entre los años1833 y 1836 (y que, incidentalmente, tenía uno de los títulos más importantes de nuestro periodo colonial: V conde de Olmos), fue el legado de su familia paterna el que verdaderamente marcó su vida tanto como su vocación.

Olaechea, educado por jesuitas, nunca abandonó la fe católica y la visión humanista que le inculcaron en la Compañía de Jesús.

Olaechea, educado por jesuitas, nunca abandonó la fe católica y la visión humanista que le inculcaron en la Compañía de Jesús.

Los ancestros paternos de Olaechea ya figuran en la fundación de Ica en el siglo XVII. Su bisabuelo, Pedro Olaechea Arnao, es uno de los firmantes del Acta de la Independencia del Perú. Manuel Pablo Olaechea Guerrero, su abuelo, quien participó en las batallas de San Juan y Miraflores durante la guerra con Chile, fue, además de fundador del Estudio Olaechea, presidente del Senado, alcalde de Lima, y acaso el más cercano de los consejeros de Nicolás de Piérola (cuyas cartas manuscritas, don Manuel aún guardaba en su biblioteca cien años después).

Su padre, Manuel Augusto Olaechea fue presidente del Banco Central de Reserva, ministro de Hacienda y una de las mentes más brillantes que haya tenido el derecho peruano (Olaechea fue el principal autor del Código Civil de 1936, el mismo que fue la piedra angular del sistema jurídico en el país por casi medio siglo).

Tanto Manuel Pablo Olaechea Guerrero como su hijo Manuel Augusto Olaechea fueron los abogados pro bono de la orden jesuita. El doctor Olaechea Du Bois, por su parte, asesoró a la Compañía de Jesús en la creación del Universidad del Pacífico y de los colegios Fe y Alegría, a los que asesoró legalmente hasta el último día que ejerció su profesión.

Don Manuel fue educado por jesuitas y nunca abandonó la fe católica y la visión humanista que le inculcaron en la Compañía de Jesús. El Papa lo hizo miembro de la Orden de San Silvestre en mérito a los servicios prestados a la Iglesia, una de las más altas distinciones otorgadas por el Vaticano.

Todo esto ayuda a entender por qué el historiador Héctor López Martínez dijo que con la muerte de don Manuel Pablo Olaechea Du Bois desaparecía “un valioso eslabón de una estirpe que, por su compromiso en la defensa de nobles causas, forma parte de nuestra historia republicana”. Ya lo había escrito el historiador y diplomático Raúl Porras Barrenechea: “El linaje de los Olaechea ha destacado en la historia de nuestra cultura por su capacidad jurídica y su contribución científica al desarrollo del derecho”.

Con su esposa Ana María en las celebraciones por el centenario del Club Nacional, en 1955.

Con su esposa Ana María en las celebraciones por el centenario del Club Nacional, en 1955.

Como profesional, el doctor Olaechea Du Bois también brindó su aporte para cambiar radicalmente la forma en que se ejercía el derecho en el Perú. Luego de graduarse en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, el  joven Manuel Pablo pasó una temporada en Nueva York, donde se entrenó en una destacada firma de abogados. Luego regresó para trabajar con su padre en el Estudio Olaechea. Sin embargo, al poco tiempo, murió don Manuel Augusto y él asumió la conducción de la firma. Su gestión fue revolucionaria.

Hasta entonces, los estudios de abogados en el Perú eran “comunidades de techo”, es decir, meras agrupaciones de profesionales independientes que no compartían conocimientos, causas ni clientes y que, por tanto, tenían un alcance atomizado y parcelario. El doctor Olaechea Du Bois trajo una visión renovadora del ejercicio de la profesión y creo el primer estudio asociado y moderno de abogados del país.

Los vinos y el pisco

Como el Estudio Olaechea, hay otra institución privada, de casi ciento veinticinco años, que fue una de las grandes causas en la vida de don Manuel: Viña Tacama. Su abuelo había comprado ese viñedo –el más antiguo de América según el historiador chileno Juan del Pozo– en 1889 para la cría de caballos de paso y la elaboración de pisco. El siglo pasado, a fines de los cincuenta, don Manuel tomó la dirección del viñedo y lo enfocó en la producción de vinos de alta calidad, trayendo, por primera vez al Perú, cepas, tecnología, y enólogos franceses que empezaron a producir vinos que ganan premios de excelencia en los concursos europeos desde hace sesenta y seis años. Al mismo tiempo, el doctor Olaechea Du Bois mantuvo viva la tradición iniciada por su abuelo de elaborar piscos en Tacama, para los que creó la marca Demonio de los Andes.
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Con su esposa Ana María y sus hijos José Antonio, Juan, Pedro y Manuel.

Con su esposa Ana María y sus hijos José Antonio, Juan, Pedro y Manuel.

En los años setenta, la reforma agraria confiscó el 85% de las tierras de Tacama, Olaechea persistió en la defensa de sus derechos y en su afán por producir un vino peruano –era un convencido de que el terruño determinaba el sabor– de calidad internacional. Los vinos Tacama hoy se venden en tiendas como Fauchon, en París; Harrods, en Londres o El Corte Inglés, en Madrid.

Un amor de por vida

Si dicen que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, don Manuel la tuvo al lado. Cuando murió, había cumplido sesenta y dos años de matrimonio con Ana María Álvarez Calderón Fernandini, quien fuera reina de belleza del Perú y de quien se enamoró cuando parecía –para los estándares de la época– que ya nunca se casaría. Peruanista como él, además de una lideresa vecinal conocida por ser la indomable opositora de sucesivas administraciones distritales, Ana María y Manuel conformaron una pareja muy sólida, que construyó una familia de seis hijos y veintitrés nietos, que crecieron con los mismos valores de integridad, caballerosidad y amor por el Perú y por la cultura.

Sus nietos mayores, los hermanos Berckemeyer Olaechea, recuerdan haber pasado fines de semana recorriendo el Centro de Lima escuchando a sus abuelos hablar sobre los orígenes de “la piedra del diablo” en los Barrios Altos, o acerca de la escultura de Carlos V frente a la que rezaba Santa Rosa, y que aún hoy se encuentra en el convento de Santo Domingo.

 El día de su boda con Ana María Álvarez Calderón.

El día de su boda con Ana María Álvarez Calderón.

Don Manuel tenía también un lado lúdico que a quienes no lo conocían les habría resultado difícil sospechar. Su nieto Juan Francisco Berckemeyer recuerda que su abuelo guardaba arriba de su clóset una caja de magia que sacaba para hacer aparecer y desaparecer cosas ante los nietos. Uno de ellos, Ricardo Rizo Patrón, escribía cuando tenía 8 años novelas de caballería.

El doctor seguía la saga y redactaba el siguiente capítulo, que siempre tomaba un desenlace desafortunado. Se lo mandaba a su nieto, impecablemente escrito a máquina, así lo animaba a continuar. Lydia Campodónico, su secretaria durante cuarenta y tres años, recuerda que antes de salir de vacaciones el doctor siempre se despedía de todos y cada uno de los integrantes del estudio.
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Lydia tampoco olvida los buenos modales de su jefe, quien en más de cuatro décadas jamás pasó por delante de una puerta sin cederle el paso. Son muchos los que evocan gestos como ese, propios de los grandes de espíritu. Con don Manuel Pablo Olaechea Du Bois se fue un peruano de lujo. Queda la imagen del hombre que enfrentó con tanta energía como caballerosidad los retos que la vida le puso en el camino. Y quedan también recuerdos de familia: la imagen del abuelo que se echaba al piso a jugar con sus nietos y que “enamoraba” a sus nietas recitando versos de “El Quijote” (¿Dónde estáis, señora mía / que no te duele mi mal? / O no lo sabes, señora, / o eres falsa y desleal); del padre dedicado a sus hijos.

Desde los primeros años de su matrimonio hasta los últimos de su vida, sus hijos lo recuerdan entrando a su casa siempre haciendo una ilusionada pregunta: “¿Ana?, ¿Ana?”. Para ver si estaba ahí, esperándolo en algún lugar, el permanente amor de su vida.