El cerebro de Leticia se encontraba en una disyuntiva entre un lado izquierdo objetivo diciendo “sácate a este “florero” del camino” y un romántico lado derecho que le susurraba “esta sería una historia digna de una película rom-com, ¿será este el elegido?”
Con fines estadísticos, investigativos y, sobre todo, recreativos, les pido constantemente tanto a mis amigas como amigos que me comenten sus últimas anécdotas amorosas. Pero dado mi objetivo final de investigación (y muy probablemente porque la situación reciente lo ameritaba, dadas las crónicas del encierro), no pude evitar notar que la mayoría de esas historias y sus agonías tienden a presentar su punto de incepción en el campo de la tecnología.
Si pusiera mis resultados en un gráfico que compare la intensidad de la interacción con los días transcurridos desde el mensaje inaugural, una vez que se hizo algún tipo de match en un dating App, la pendiente de mi curva sería cercana a uno y negativa.
Pero, como en toda regresión, a veces es necesario limpiar la muestra de cualquier outlier que tergiverse la estimación, y mis amigas, si bien tienden a ser buenas pescadoras, de vez en cuando incluyen en mi estudio uno que otro valor atípico. Después de todo, a la mayoría le ha pasado que, ya sea por necesidad o solo por pasar el rato, a ojo cerrado lanzamos al agua la cachiporra, y que se salga lo que se tenga que pescar: lenguado, merluza, bagre y, por qué no, uno que otro pejesapo.
Tan solo un año atrás, Leticia, quien además de ser de mis mejores amigas también cumplía el rol de ser mi “burbuja”, como le decían a la persona elegida con la que legalmente te puedes juntar mientras esta pandemia seguía azotando sin piedad, vino a mi casa por la tarde de visita. Y a pesar de hablar por teléfono todos los días, por alguna razón en el cara a cara siempre hay uno que otro detalle por actualizar.
Para mejorar su inglés y de paso combatir el aburrimiento, había empezado a usar “The League”, un dating app que varias amigas en común ya nos habían recomendado. Le bastó tan solo una hora para hacerme un recuento de sus últimos matches y, aunque al inicio ninguna historia me pareciera fuera de lugar, fue el recuento de las aventuras con el último muchacho el que se quedó con el monopolio de mi atención. Tenía un modus operandi que ya había visto antes y que, por lo que estoy notando, parece estarse volviendo tendencia: Un acercamiento agresivo, actos de presencia constantes y, después de atolondrar con un floro barato, una sigilosa retirada por la puerta de atrás.
John, este muchacho irlandés con el que Leticia había empezado a hablar hace casi un mes, no se aguantó ni al tercer mensaje para hacerle declaraciones de amor. A lo que Leticia me contaba:
– “Todo empezó de lo más normal, con un intercambio de información básica. Sin embargo, no habíamos llegado ni al día tres y ya me estaba preguntado si creía que nuestros hijos tendrían ojos negros como los míos o celestes como los de él”.
El cerebro de Leticia se encontraba en una disyuntiva entre un lado izquierdo objetivo diciendo “sácate a este “florero” del camino” y un romántico lado derecho que le susurraba “esta sería una historia digna de una película rom-com, ¿será este el elegido?”
Había escuchado esta historia un par de veces ya. Era un típico caso de “love bombing” como lo llaman acá. Un flirteo intenso y rápido que se siente tan bien que una deja toda la racionalidad de lado y se deja embriagar rápidamente de romance. Y luego por supuesto, eso tan temido evento sucede: algo se siente raro, la comunicación se pone lenta, él se muestra más esquivo, y sin que nos demos cuenta, está completamente desaparecido.
Leticia, quien se encontraba en medio de una semana complicada en la que ya tenía agendadas tres entrevistas de trabajo, insistía en postergar el encuentro más hacia el fin de semana. Sin embargo, el muchacho, corto de paciencia, no le contestó nunca más. Parece que el apuro pudo más que la curiosidad por saber qué genética podría tener su descendencia. No pude evitar preguntarme, ¿A qué otro celular fue a migrar semejante intensidad?
Tan solo unos días atrás había estado hablando con Michela, una amiga italiana de mi maestría, conocida por tener un repertorio que más parece la lista de invitados al arca de Noé: literalmente ha pasado por su bote uno de cada especie. Ella, quien estaba pasando una temporada en su natal Roma, me llamó a saludar y de paso ponerme al día con sus últimos matches. Y su llamada sirvió para agregarle una observación más a mi muestra.
Esta vez había conocido a un español que, por sus notas de voz, le hacía acordar bastante a su ex enamorado y, haciendo caso omiso a esta pizca de iluminación divina, muy contenta ella se dispuso a tropezar otra vez con la misma piedra.
La dinámica fue muy similar a la de Leticia, hasta el punto en que coincidentemente ocurrieron durante los mismos días: no había pasado ni una semana de la primera conversación y el hombre ya le había preguntado sus hábitos de sueño (parece que era medio dormilón) y sobre si ella estaría dispuesta a tener tres hijos.
-“Pero si este hombre ni siquiera me ha conocido!” – me decía Michela
Al ver que, coordinar un encuentro, por temas logísticos, iba a ser un poco complicado, el hombre inmediatamente hizo acto de desaparición. Parece que no estaba dispuesto a perder el tiempo en su búsqueda de ese elusivo “felices por siempre”.
¿Era esta una improbable segunda coincidencia, o nos encontrábamos frente a un patrón?
-”¡No entiendo a este hombre!, me reventó el WhatsApp de mensajes, y cuando le digo que no puede venir a mi casa, que yo tengo que ir a la de él, desaparece, así sin más? No entiendo, ¿que tiene que esconder?” – me decía ella.
Parece que el tramo inicial de este comportamiento de distribución anormal y para nada uniforme en el campo de las citas tiene asignado ya un nombre: Apocalypsing. Tal como lo sugiere el nombre, hace alusión a que el final está cerca, Por ello, manos a la obra, que subconscientemente uno busca a toda costa evitar pasar semejante cataclismo a solas.
No pude evitar hacer un conteo rápido mental de la cantidad de compromisos y embarazos de los que había sido testigo, virtualmente, durante el último año, y gran parte del 2020. E incluso las que tengo el lujo de poder ver una que otra vez de manera presencial, muestran una fuerte inclinación por tener ya esa historia de amor que va a hacer que su novela al fin tenga un punto final.
“Hold your horses, querida! Aún hay mucho camino por recorrer” – generalmente les digo, a lo que recibo un:
-“Son tiempos apocalípticos, my friend”.
Si es así, ¿será que soy yo la equivocada y efectivamente está pronto el día del juicio final? ¿Es acaso esta es nuestra última oportunidad? Los efímeros galanes de estas dos amigas, ¿habrán tratado de probar suerte con su siguiente match? o el ahora inminente regreso de la normalidad los habrá hecho recapacitar y ver que todavía queda mucho pan por rebanar?
Me queda aún la duda si esos dos muchachos eran fieles exponentes de este supuesto mindset coyuntural, o simplemente estábamos frente a un floro nuevo pregonado por la fauna de siempre.
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