Ya que la energía no se crea ni se destruye, simplemente se transforma, ¿será que el amor también sigue este principio de la Termodinámica? Así como esta puede pasar de ser calor a ser electricidad, ¿es posible transformar el fuego de un amor que alguna vez fue apasionado en algo que encaje bien y naturalmente en la categoría de amistad? Si un beso se hace calor, y luego ese calor es movimiento, ¿no sería un error tratar pensar en el amor como un solo evento en el tiempo?
La semana pasada, me encontraba en plena sesión de mi deporte favorito cocktailing con un amigo bastante culto y apasionado de la historia. Combinó un negroni con su punto de vista sobre las relaciones, y no tardó en dirigir el tema hacia su más reciente obsesión: el amor a través de los tiempos.
Muy iluminado sobre la etimología de la palabra en las civilizaciones antiguas, me contó que los antiguos griegos empleaban cuatro palabras distintas para definir lo que hoy día conocemos por el término “amor”, en donde eros, ágape, philia y storge, eran en esencia similares aunque puntualmente muy distintas.
Mientras lo escuchaba no podía evitar pensar en cómo lo que para uno evoca amor y romanticismo, para otro es el infierno mismo. Ya que, por lo que a mi respecta, soy bastante menos apasionada de los griegos, pues cada vez que me acuerdo de ellos, lejos de pensar en filosofía mi mente me transporta inevitablemente a mis clases de Asset Markets, en donde Delta, Gamma y Theta pasaban a ser verdaderos demonios en lugar de métricas financieras .
Ahora bien, mientras continuaba su explicación acerca de cómo el amor podía ser interpretado de diferentes maneras de acuerdo al contexto, me entró un mensaje de mi amiga Fortunata: un screenshot de un perfil en el dating App Bumble (muy popular en Madrid, donde ella vive) nada más y nada menos que de su su ex, Julián.
-«Repórtalo» – le dije yo de lo más seria cuando llegué a mi casa, después de cortar la cátedra de mi amigo con la promesa de continuarla la semana siguiente, pues se me había presentado una misión de carácter urgente: el de prevenir a cuanta madrileña incauta pudiera.  Y es que tengo que confesar que nunca fui su fan: desde el principio no hubo ningún tipo de química y además yo, acostumbrada por años a exponer sin estudiar, nunca terminé de creerme la labia de Julián.
Desde el principio había mencionado mis dudas a Fortunata. Desafortunadamente ella, completamente entusiasmada con el hombre, había hecho oídos sordos a mis preocupaciones y,  casi dos años de convivencia en 3 países distintos después, el finado no tuvo mejor idea que terminar la relación intempestivamente una semana antes de que Fortunata cumpla 30.
-«Ahora ¿qué va a ser de mí soltera?» – me repetía entonces Fortunata por décima vez, en una de esas clásicas sesiones de bla, bla, bla, las cuales gracias a la magia del vino, terminaban en glu, glu, glu. Francamente, no puedo culparla, siempre es difícil empezar de cero, y ni hablar de cómo se siente tener que hacerlo después de sembrar en nuestras mentes el concepto de que se nos está acabando el tiempo.
Ahora bien, siempre he sido fiel creyente de que de la adversidad viene el progreso, así que no me sorprendí cuando, después de pasar por todas las etapas de la ruptura, desde la negación, ira, negociación, depresión, aceptación y por supuesto muchísimo llanto por ese corazón partido, Fortunata entendió que la vida le estaba haciendo un favor al alejar tremenda piedra de su camino.
Retomó todos los proyectos que había dejado en pausa por la relación tóxica de la cual finalmente había escapado y no pasó demasiado tiempo para que terminara no solo mudando de mentalidad, sino también de continente y, por supuesto, de salientes.
Cuál sería su sorpresa cuando, más de un año después y tan solo un par de días tras negarse a reportara el dichoso perfil de Bumble que le había amargado la tarde, de regreso del gimnasio, se encontró al infame ex caminando por Serrano. Parece que Julián también había decidido pasar una temporada en Madrid.
Él la vio de reojo y trató de hacerse el loco, pero estaban ya cara a cara. Fue un primer encuentro rápido y con la misma frialdad de un rechazo en una postulación laboral, “muchas gracias, un placer verte. Tu perfil se ve excelente, te deseamos lo mejor en tu futuro profesional”. Así sin más, de la manera más flemática posible, el reencuentro con el que Fortunata tantas veces había tenido pesadillas pasó sin la menor significancia. O debió hacerlo, sin embargo ella no podía sacarse de la cabeza que algo andaba mal.
-«Lo vi flaco, desorientado y sumamente triste» – me contó ella, con una contradictoria expresión de ligero placer por verlo demacrado pero al mismo tiempo disgusto por sentir que ese primer nuevo encuentro parecía no haberle causado a él mayor impacto.
-«¿No se dijeron nada?» – le pregunté yo.
– «Bueno, además del diplomático “que gusto me da verte”, la verdad lo vi tan ido que tuve que preguntarle si estaba bien.» –
Pareciera que Fortunata no había quedado satisfecha con ese parco intercambio, pues no habían pasado un día cuando, abogando que lo hacía para prevenir otro encuentro cercano del tercer tipo, le mandó un mensaje al infame ex:
– «Me preguntaba qué pensabas de que, en lugar de pretender que el otro no existe, tratemos de ser amigos o algo así” –
Personalmente siempre he avalado dicha iniciativa, ya que el hecho de que no pudieron hacer una pareja exitosa no significaba que no pudieran tener una comida amistosa. Se juntaron al día siguiente en el restaurante Honest Greens, cerca a sus casas, para tomar un inocente café, y Julián le terminó confesando que estaba pasando por un período de constantes cuestionamientos. No se encontraba del todo feliz y estaba replanteando su vida en más de un aspecto.
-«Fue extraño» – me dijo Fortunata – «La nueva parte de mí como «amiga» se sintió increíblemente compasiva, mientras que la vieja parte de mí como «ex novia» se sentía increíblemente validada.» –
-«¿Te movió el piso? – le pregunté.
-«Honestamente, creo que ya no siento nada por él.» – me contestó.
Una vez colgado el teléfono y digerida la información no me quedó otra que preguntarme: cuando terminamos con alguien, ¿a dónde se va ese amor?
Ya que la energía no se crea ni se destruye, simplemente se transforma, ¿será que el amor también sigue este principio de la Termodinámica? Así como esta puede pasar de ser calor a ser electricidad, ¿es posible transformar el fuego de un amor que alguna vez fue apasionado en algo que encaje bien y naturalmente en la categoría de amistad? Si un beso se hace calor, y luego ese calor es movimiento, ¿no sería un error tratar pensar en el amor como un solo evento en el tiempo?
Frente a este absoluto no es de sorprender que tantas personas duden al momento de intentar transformar ese monolítico sentimiento en otro, distinto pero a la vez similar, que pueda encajar en una posición nueva en sus vidas.
No puedo ignorar la cantidad de veces que una amiga me ha contado con orgullo como cortó toda comunicación con su ex y, al preguntarle si no le hubiera gustado mantener al menos la amistad, se han escandalizado, y por más que no esté de acuerdo tengo que entender su punto.
Después de todo ni tiene sentido introducir la variable EX a una ecuación si a partir de ello generamos la posibilidad de encontrarnos frente a una segunda derivada (después de todo no se puede negar que donde derivadas hubo, integrales quedan, o algo por el estilo).
Por mi lado, puedo decir con orgullo que tengo la suerte de guardarle muchísimo cariño y mantener comunicación continua con el 99% de aquellos hombres que alguna vez tuvieron un capítulo dentro de mi libro, sin embargo tampoco puedo negar que, al final del día, lo que puede no haber encajado en la ecuación de relación, muy fácilmente puede venir exponenciado en la ecuación de evolución.
No es  de sorprender que ya haya llamado a mi amigo para confirmar la fecha de nuestra siguiente salida, ya que estoy ansiosa por escuchar qué más puede enseñarme sobre los distintos tipos de amor, pues cada vez me convenzo más de que tanto él como Igor, mi profesor de Asset Markets, tenían razón: para definir nuestros parámetros de sensibilidad, ya sea en el campo financiero o en el sentimental, nos guste o no, tenemos que incluir a los griegos en la ecuación.
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