Hoy por hoy, cuando cada vez más personas se convencen de que al fin podemos decirle adiós a la pandemia y a todos los cambios que esta implicó, aprovecho para hacer un recuento de todas esas situaciones que terminamos viviendo y que, antes del 2020, ni siquiera en mis sueños más locos se me hubiera ocurrido que pudiera llegar a presenciar. Por poner un ejemplo: tras un periodo de adaptación y gracias a las inusualmente reglas de convivencia que tuvimos que establecer, los calificativos de “vacunado, enmascarado y socialmente distanciado” parecieran haber cobrado un valor en nuestra escala de apreciación que fácilmente los pondría a la par con otros tales como “alto, moreno y guapo”. 

Por Cecilia de Orbegoso

A medida que el mundo se abre de nuevo, sin embargo, ¿qué significa eso para el soltero? ¿Será que ahora, tras habernos pasado los últimos dos años reescribiendo nuestro código social, tendremos que desempolvar los viejos manuales de la década pasada o, más probablemente, saldrá al público prontamente una nueva y aún más compleja guía post-pandémica? Personalmente, espero que sea lo primero, pues he perdido la cuenta de las amigas que han llegado a la conclusión de que esta ya no tan nueva normalidad requiere no solo creatividad e ingenio al momento de buscar pareja, sino más bien sangre fría, ya que el proceso de “prueba y error” a veces pareciera ser tan infinito como agotador.

Justamente estaba leyendo, sin querer queriendo, una estadística sacada por la aplicación de citas Badoo, en la que afirman que el 78 por ciento de los británicos solteros no puede recordar cómo tener una cita en la vida real debido a este gran lapso de tiempo viviendo en el encierro. Pareciera irónico que esas personas, que en un inicio buscaron incansablemente formas cada vez más creativas de sortear las restricciones, mantener sus interacciones lo más presenciales posibles y que se estremecían ante la posibilidad de que sus libertades pudieran ser arrebatadas en cualquier momento, sean ahora las que se resisten al cambio, aun a pesar de que este sea exactamente el que en un principio exigían.

Ahora, hay algo que no puedo negar. Y es que, con o sin pandemia y a pesar de lo cambiante de las reglas, el juego difícilmente pareciera cambiar.

 

Mi querida amiga Camila entró justamente hace poco al campo de la soltería, un territorio que podría decirse casi virgen para ella. Camila: atractiva y brillante, se decidió a pasar un par de meses haciendo trámites en Lima mientras se liberaba del fantasma de su ex, pero no tardó más de una semana en engancharse con uno de los solteros típicamente elegibles de la ciudad. Pedro, un chico de 38 años, muy querido y con una posición laboral envidiable pareciera ser todo lo que Camila necesitaba para finalmente sacarse el clavo de su ex.

Pareciera que su encuentro fortuito una noche en un bar de barranco hubiera sido destinado, en especial si se toma en cuenta que esta era verdaderamente la segunda vez que se cruzaban sus caminos. Se habían conocido una noche 10 años atrás, al estilo típico limeño, comiendo Nuggets a las 3 de la mañana en el McDonald’s del Óvalo Gutiérrez como parte de la “bajona” de una ardua faena tanto en Aura como en Gótica.

Adelantamos la historia un par de semanas y nos encontramos con que la relación, ya bastante menos incipiente, se encontraba en esa melosa etapa en la que se mensajeaban todos los días y dejaban de lado todos sus planes a la menor insistencia del otro.Algunos días él iba donde ella, otros ella se quedaba donde él, todo iba viento en popa. Pero ¡ojo! a pesar de haber navegado sin contratiempos por casi una semana, para que el Titanic se hundiera bastó solo un día. El muchacho, como si nada, empezó a bajarle el ritmo a la comunicación. Camila desconcertada, me decía

“No sé qué pasó. Un día me llena de notificaciones y al día siguiente no me contesta más ¿qué hice mal?”

Entonces me di cuenta de que, después de tantos años estando siempre con enamorado, nunca había tenido la oportunidad de descubrir las reglas del amor en la “nueva normalidad”.

Ella seguía estando en la “Era de la inocencia”, mientras los que ya tenemos un poco más de experiencia en la calle, sabemos que ni tenemos “desayunos en Tiffany´s y mucho menos “affaires para recordar”. Por el contrario, 6 am salimos despavoridas, sin tiempo alguno a comer siquiera un croissant. Y en cuanto a los affaires, lo único que diré es que a veces lo más sano es tratar de olvidar rápidamente.

Camila me contaba, anonadada, como había decidido tomar la iniciativa siendo más proactiva en su “texteo” pero el esfuerzo, más que acelerar las cosas, solo había sido recibido por una inesperada indiferencia. Debo aceptar que yo también he estado ahí: en ese terrible momento en el que el galán brilla por su ausencia.

Antes del espiral de autodesprecio que precede a la aceptación, aparece un ingenuo e inevitable período de negación: asumimos que nuestro galán está simplemente en la ducha o en una película o en un tanque de privación sensorial, en coma, incluso probablemente haya muerto. Cualquier excusa es buena con tal de no tener que enfrentar eso que ya sabemos. Luego, sin embargo, llega el golpe de realidad, y es que, en pleno 2022 no nos podemos engañar. Es más probable que haya sido secuestrado por una nave espacial a que no haya sido capaz de mirar su teléfono durante dos horas.

“Bienvenida al dating 2.0”, le dije a Camila, “no se si lo has escuchado, pero esta práctica tiene nombre, y es nada más y nada menos que “Ghosteo””. De manera aterradora e inexplicable puede suceder en cualquier etapa de una relación, no importa qué tan bien uno creyera que le estaba yendo hasta entonces.

“Si, es confuso que alguien que parecía tan interesado en ti desaparezca de repente, pero déjame decirte: c´est la vie. Les ha pasado a todas, también a mí…Lo que es, bien. Lo que no, también” le decía yo.

Este fenómeno, que se ha vuelto preocupante mente común durante los últimos dos años, tiene teóricamente muchas explicaciones, las cuales van desde la insensibilización causada por las interacciones virtuales hasta la cada vez más común tendencia de las personas de escapar de cualquier potencial conflicto. Además, si vamos a sacar una moraleja de la historia, debería ser esta: Los motivos para hacer ‘ghosting’ tienen más que ver con ellos que contigo.

Después de todo, si una persona con la que se mantuvo comunicación constante, súbitamente decide cambiar de opinión, deberíamos detenernos un momento para  agradecerle al Señor que de ti ese cáliz apartó… ¡Tremendo favor!

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