Era mi último trabajo en grupo del año. Una vez acabado el zoom final para coordinar una impecable presentación, ya con todos los puntos sobre las ies, el abanico de posibles preguntas definido y los guiones de cada uno completamente cronometrados, finalmente tenía frente a mí, después de incontables meses, una tarde de domingo exclusivamente para mi disfrute.
Como quien no quiere la cosa y dado que, al menos en mi caso, figurita repetida consolida la goma de mi álbum, me puse a mirar que cosa simpática podía ver por enésima vez en Netflix. No más mirar mis recomendaciones, sin embargo, noté que me había salido una película que, más que de entretenida, tenía pinta de ridícula: «Actúa como dama, pero piensa como hombre”.
Investigué un poco y terminé enterándome de que, contra todo pronóstico, esa película viene de un súper Best Seller, escrito nada más y nada menos que por Steve Harvey, el famoso personaje responsable de que, durante un certamen de Miss Universo, la representante de Colombia haya ostentado la corona por menos tiempo de lo que duró la banda presidencial de Mercedes Araoz.
Rápidamente le di click al botón del play y terminé dándome cuenta de que, aunque suene bastante cliché, la teoría tenía bastante de cierta. Básicamente le da tips a las mujeres para dejar de pescar en un lago vacío y más bien que sean capaces de aprovechar al máximo la carnada para enganchar a su galán. En otras palabras “los lineamientos estratégicos de la conquista”, y buen sabido es que, tanto en el amor como en la guerra, cuando queremos obtener una victoria, en la mayoría de los casos, la que es de armas tomar es la que gana la batalla.
Me acordé rápidamente de un capítulo de Sex and The City, donde la naive Charlotte hacía alarde de su nueva lectura “Marriage incorporated: Cómo aplicar estrategias comerciales exitosas para encontrar un esposo”, y defendía a capa y espada la eficacia de este libro que animaba a las mujeres profesionales a abordar la búsqueda de pareja con el mismo tipo de dedicación y organización que aportaban a sus carreras.
Después de hacer un rápido conteo mental sobre mis amigas, las cuales, hoy por hoy, no tienen ninguna relación formal, no pude dejar de pensar “efectivamente, ¿qué tan determinadas somos al momento de buscar galán?”
Ahora bien, ya que entramos al tema de estrategias y campos de batalla, tengo que confesar que también han sido varias las veces en las que la determinación de una amiga me ha dejado sin palabras. Parecen leyendas urbanas, pero no necesariamente la distancia entre ficción y la realidad tiene que ser puro cuento.
Un caluroso día de verano, cuando se abrió una efímera ventana de tiempo entre encierro y encierro y donde la vida normal parecía ya no ser un vago recuerdo, fui a comer con Panos, uno de mis amigos más cercanos de la maestría. Él, antes de mudarse a Londres, había vivido por muchísimos años en Estados Unidos, en donde, de paso, tuvo su relación más larga. Ese día aprovechó para contarme con lujo de detalles absolutamente toda la trama.
Un par de años atrás, él, muy inocente, no se había dado cuenta de que su sectorista del Barclays ya lo había tasado, le había gustado lo que había visto y había usado su “información privilegiada” para llegar a la conclusión de que él contaba con el perfil exacto que a ella le interesaba para una inversión a largo plazo. Cada vez que iba al banco la muchacha lo esperaba de lo más emperifollada. Una tarde, después de ayudarlo con una transferencia, la muchacha le sugirió ir a un restaurante cercano para conocerse mejor. Cuando mi amigo Panos dio la velada por terminada, muy educado, se ofreció en llevar a la muchacha a su casa. Él poco se esperaba que, en los planes de ella, éste era recién el capítulo inaugural de la novela.
Cual dinámica de doña Florinda y profesor Jirafales, Panos fue invitado a tomar una tacita de café. Se encontraba esperando en la sala mientras la muchacha en la cocina revisaba si el agua “hervía” cuando, un par de minutos después, la muchacha le dio el encuentro. No tenía café en las manos, más sí solamente ropa interior sobre el cuerpo. El resto es historia, pero lo que si no es cuento es el poco tiempo que ella se tardó en mudarse con él.
Comentándole esta historia a mi mamá, no pude dejar de pensar en el caso de una conocida que teníamos en Texas. Con fines de buscar novio, religiosamente revisaba los obituarios de los periódicos y, después de hacer un Due Dilligence patrimonial, muy arreglada se iba a los velorios para consolar al difunto de turno, haciéndose pasar como una amiga cercana de la finada. Después de repetir tres veces el vestido negro, se casó con el último viudo al que consoló, un Texano conocido por su próspero negocio petrolero. No sé si vivieron felices comiendo perdices, pero en lo que a mí respecta, la ejecución de su estrategia podría decirse que fue cuasi perfecta.
Del mismo modo, Ximena, una amiga de la universidad, siempre nos había insistido con que su hombre ideal tenía que haber egresado de una escuela de negocios top. Se fue por dos meses a Boston y se inscribió en el curso más simple y corto que pudo encontrar en Harvard. El contenido del curso le fue totalmente inconsecuente, dado que todo su tiempo libre lo pasó dando vueltas entre la biblioteca y la cafetería. No pasó ni un mes para que conozca al graduado de MBA de Harvard que hoy es marido devoto y padre abnegado de sus hijos.
Y cómo no hablar de una de mis excolegas, quien se había obsesionado por ser novia de Rafael, un elegante banquero que tenía la costumbre de ir regularmente a fumar puros y tomar martinis al Blue Bar del Berkeley Hotel. Como buena fiera que no le quita el ojo por nada a la presa, había hecho un trato con el barman, quien a cambio de una propina le mandaba un mensaje de texto si Rafael pasaba de visita. Un par de “coincidentes” encuentros e integradoras copas de vino después, y entablaron una relación que un año después terminó con un “marido y mujer”.
No pude evitar pensar, ¿quién es capaz de delimitar la delgada línea roja que separa lo aceptado de lo juzgado al momento de conquistar? Ya que son varias las veces en las que me he encontrado frente a frente con una mujer que donde pone el ojo, en lugar de poner la bala, lanza toda la artillería, quise hacer un pequeño focus group con algunas de mis amigas, tras lo cual la gran conclusión a la que se llegó fue que la determinación, más que vergüenza, les generaba admiración, seguido de uno que otro “¡eso debería empezar a hacer yo!”.
No pude evitar pensar en los cientos de veces que había escuchado que una mujer no debería perseguir a un hombre bajo la excusa de que, por sus instintos primarios, les pertenece naturalmente a ellos el autoasignado rol de cazador. Sin embargo, en la mayoría de los casos, han sido presa fácil de una estrategia planificada y una gran porción de determinación. Pareciera que, en esta salvaje selva conformada por los terrenos del amor, no necesariamente el que reina tiene que ser el león.
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