Hace un par de semanas, mi buena amiga Máxima fue invitada a una cena por su buena amiga Iliana y su marido. El evento tuvo lugar en un pintoresco restaurante italiano del barrio y ella, curiosa, había aceptado ir principalmente para descubrir el por qué de la insistencia con la que su amiga le había promocionado la ocasión.
– “No voy a mentir”- me confesó más tarde Máxima – “por un momento la soberbia me ganó y llegué a creer que Iliana buscaba enterarse de algunas de mis aventuras”- Tratando de comprobar su teoría de que sus amigos casados morían de curiosidad de escuchar aunque sea fragmentos de sus aventuras en el dating y sus escapadas sexuales.
Poco se imaginaba ella, cuya frase por excelencia es “yo no soy de las que se casan ni se emparejan”, que la habían engatusado a ser parte de una cita a ciegas.
Ni bien sentada y con menú en mano, llegó, “de casualidad”, Pablo, un amigo de dicha pareja quien se encontraba recientemente divorciado. Se dio cuenta entonces de que ese era un encuentro arreglado.
A solas ambas mujeres en el baño, Iliana le preguntó:
-«¿A que no te parece Pablo lo máximo?»-
-«Sí, buena gente. Pero no es para nada mi estilo»-.
-«Ay, dale una oportunidad. que es buenísimo. Nosotros ya nos vamos, pero quédate conversando un rato más con Pablo»-
Máxima, quien antes de llegar al restaurante se había proyectado, a estas alturas de la noche, adentrada no solo en su segundo dirty martini, sino también en las inmensurables complejidades que parecieran caracterizar su vida amorosa, se vio súbitamente enfrentada con una velada tan poco apasionada como su copa de vino, que ya hace un rato se había empezado a entibiar.
Aún a pesar de esto se decidió a racionalizar, al igual como recordaba haberlo hecho en su momento con la moda de los «mom jeans», que tuvieron un comeback unos años atrás: sabía perfectamente que no eran su estilo, pero ya que estaban ahí, se los probaría de todas formas.
Así que dos copas de Chardonnay, un espresso y un tiramisú después y hecho el reglamentario resumen ejecutivo de sus respectivas vidas laborales, entraron al plano sentimental y fue ahí cuando Máxima, muy en contra de sus expectativas, se vio en la inesperada e insólita posición de ser ella la fascinada audiencia de una insólita historia de amor.
Ahora bien, desacostumbrada al rol de oyente, tal vez, pero de ninguna manera novata, Máxima no tardó más que unos minutos en identificar el infrecuentísimo patrón que se desplegaba ante sus ojos: se encontraba tomando vino con el tipo de hombre perteneciente a una raza particular al que mis amigas y yo nos referimos como «lucky charm». Aquel escurridizo y raro hombre que tiene tan «buena mano» que todas sus ex se terminan casando con el siguiente saliente casi inmediatamente. He ahí el origen de su apodo: pareciera cruzar tu camino con el único propósito de atraer con su despedida esa buena fortuna que no es capaz de conseguir para sí mismo.
En el caso de Pablo, que contaba con mucho pesar los años de mala suerte que lo precedían, había dejado perfilar entre sus lamentos el muy curioso y poco coincidente hecho de que tanto su ex esposa como las cinco ex enamoradas que la precedieron, terminaron por casarse, no solamente menos de un año después de terminar con él, sino también con los hombres que conocieron inmediatamente después del rompimiento.
A la mañana siguiente, después de que Máxima me llamara para contarme estas insólitas noticias, no pude evitar hacerme la pregunta que no dejaba de rondar por mi mente:
– Y ahora, ¿qué vas a hacer?
-“Todavía no lo sé”- me contestó ella.
Pareciera que, al menos de momento, él la estaba pasando de lo más bien, ya que ni bien empezaba el día, le había enviado un mensaje a mi amiga invitándola a salir nuevamente.
Ahora bien, el dilema de Máxima se debía más al hecho de que, a pesar de su impresión inicial, se lo pasó muy bien con Pablo y habían terminado teniendo una conversación bastante agradable. Dicho eso y siendo una mujer de lo más supersticiosa, le aterraba la idea de que seguir quedando con el susodicho podría implicar un riesgo mayor de cruzarse con el “hombre ideal”. Total, no estaba lista para que sus aventuras de soltería tuvieran un punto final.
-“Lo que tenga que pasar, pasará.”- le contesté después de al menos media hora de argumentos histéricos que no hacían más que darle vueltas al asunto. – “Ninguna racha, no importa qué tan fuerte sea, va a hacer que termines saliendo seriamente con alguien que no quieres. ¿Me vas a decir que piensas permitir que seis mujeres que ni siquiera conoces dicten con quien puedes o no salir?”-
Y mientras Máxima daba vuelta a mi argumento, yo no dejaba de pensar en la historia que acababa de escuchar. Evidentemente. este hombre no había caído en cuenta del poder que tenía en sus manos: Si se corriera la voz, hordas de mujeres solteras correrían detrás de él -y en la otra dirección, también.
– “Necesita un servicio de PR o un buen plan de marketing que se encargue de consolidar su buena reputación”- le decía entre risas a Máxima.
-«¿Tanto así?» – Me decía ella, cada vez más frustrada acerca de qué hacer con la invitación del susodicho.
– «Amiga, si un hombre es así de eficiente, no hay nada más que pedir, más solo decir Amén y punto final.» – le insistía. -“Cuidado que sí no lo reclamas pronto, alguien lo hará.”-
Dos días después, y aún debatiéndose sobre qué hacer con su nuevo descubrimiento, la decisión fue sacada de las manos de Máxima, pues en una salida de lo más improvisada, súbitamente y como por arte de magia, terminó por conocer a Simón, su actual galán.
El pobre de Pablo, mientras tanto, según cuenta Iliana, anda preguntando si esta tiene alguna novedad o si, en su defecto, Máxima le ha dado alguna especie de feedback.
Ahora, en lo que respecta a mí, no estoy totalmente convencida de la veracidad de estos hombres «amuletos», muy probablemente porque nunca he tenido la buena fortuna de toparme con uno.
Sin embargo, no puedo evitar preguntarme, si los miedos de Máxima tuvieran algún tipo de justificación y efectivamente existieran por ahí estos individuos sobrenaturales, ¿Cuál sería exactamente su función? ¿Acaso, al más puro estilo darwiniano, estos curiosos seres cumplen un rol biológico al asegurar la perpetuación de la especie? ¿o será que nos encontraremos, tal vez, frente a un tipo de reposición kármica, que en estos oscuros e ingratos tiempos en el amor nos presentan estos insólitos fenómenos como una especie de manifestación de fé y rectificación de nuestro optimismo en el mercado del dating?
Ve tú a saber. Lo único de lo que puedo dar fe yo es que, contra todo pronóstico, podría decirse que Máxima tiene ahora una pareja, y ese es un escenario que ni siquiera ella vio venir.
De una cosa, sin embargo, no me quedan dudas: tomando en cuenta ese impresionante ratio de éxitos, si te llegaras a cruzar a un hombre «lucky charm» por el camino, sería un pecado mortal desperdiciar sus dotes e intentar plantearte un futuro con él. Por el contrario, debemos solidarizarnos con la hermandad de las muchachas solteras. Es nuestro imperativo moral disfrutarlo y luego liberarlo.
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