En la publicidad y las redes sociales desbordan mensajes positivos acerca de cómo esta es la etapa más maravillosa del año. Pero este, a la vez, puede ser un momento excepcionalmente solitario y desafiante.
Por Ana Paula Chávez Carrillo
Con el pasar del tiempo, he ido notando como todo tiene matices. A veces las asociaciones son tan fuertes que nos olvidamos que hay tantas posibilidades y experiencias personales como hay humanos en la tierra. Pienso esto de las fiestas de fin de año. Lo primero que asociamos, muy fuertemente, es que estas fechas representan puro amor, celebración y gozo. Todo aquello que no reafirme esto, es mirado como incorrecto, negativo o pesimista. Los niños, en su mayoría, lo viven desde la alegría porque esta es la historia que les cuentan. Aún no tienen en su bagaje histórico, las suficientes experiencias procesadas para conformar su propio significado. Cuando uno va creciendo, como sabemos, las cosas se tornan un poco más complejas.
La realidad es que esta época puede ser un duro recordatorio de la falta de felicidad, alegría, amor y aceptación de las personas en sus vidas. Es un tiempo en el que unos están rodeados de muchos y otros están solos. Y aquí es donde surgen muchas preguntas: ¿Qué hay de las personas que anhelan una unión familiar inexistente? ¿Que han perdido todo lazo familiar? O, peor aún, que experimentan violencia en el espacio que debería ofrecerles seguridad. ¿Cómo harán con su dolor aquellos que recuerdan a uno o más familiares que hoy ya no están? ¿Qué hay de quienes tenemos algún problema de salud mental que con tanta presión se agudiza? ¿Qué hacemos con los detonantes o personas que nos traen recuerdos traumáticos? ¿Dónde colocamos nuestra soledad y nuestra tristeza?
Imaginemos esta escena: sentados, viendo a una familia o personas que no nos han demostrado amor ni respeto el resto del año, que escuchan y cantan a viva voz el villancico navideño “es un día de alegría y felicidad”, mientras sentimos una presión en el pecho de la incoherencia, un enorme nudo en la garganta del enojo, unas ganas de salir corriendo y llorar. Y así, ¿cómo no se sentiría confundida la mente?. “¿Por qué no simplemente puedo estar feliz? Si se supone que así es como “debería” estar”. Estoy viendo algo que se parece a la paz, pero que no se siente como paz.
La paz y la alegría, contrario al discurso, a veces llegan por:
- Priorizarse a uno mismo y no asistir a reuniones que no deseas.
- No involucrarte con familiares que generaron daño o violencia.
- Darte permiso de sentir todo el rango de emociones y sensaciones sin juicios de valor.
- Aceptar a la desesperanza, la pena y el miedo como vivencias totalmente normales en estas épocas (no como una excepción).
- Crear tus propios rituales y tradiciones. Decidir cómo deseas tú llevar estos días.
- No traicionarte fingiendo ser o sentir algo que no eres ni sientes.
- Apoyarte en aquellos que te aceptan aún cuando no cumples con la expectativa de lo que “debería ser”.
Nuestra tarea como individuos es mantenernos auténticos, no entrar a luchar con lo que aparezca. Apoyarnos y ayudarnos. Para ello, podemos tener a la mano formas de atravesar o regular nuestra mente-cuerpo, anticiparnos a todo aquello que nos pueda movilizar y saber qué podemos hacer.
Conversa con tus seres queridos y explícales cómo deseas ser acompañado. Sincérate no solo contigo, sino con los demás. Pero, recuerda: tu dolor no necesita validación social para ser real y merecer tu amabilidad. Respeta tus necesidades y luego compártelas con otros.
Como sociedad, la tarea es aprender a darle espacio a todo. A jamás juzgar un dolor que no conocemos, no entendemos ni vivimos. No necesitamos escuchar una razón lógica de un sentir para demostrar empatía. Ninguna cena, mucho menos un regalo, sanará esas heridas que necesitan tiempo, cuidado consistente y apoyo. Es urgente que renunciemos a cumplir con los estándares impuestos acerca de cómo debemos vivir estos tiempos y empezar a dar la bienvenida a toda emoción que se presente.
No es raro ni es tu culpa sentir muchas cosas a la vez. No es raro ni es tu culpa pasar una no tan Feliz Navidad y Año Nuevo. Hay espacio para tu duelo, para tu tristeza, para tu miedo, para tu enojo, para tu dolor. Y aunque todo lo que digo no cambie el mundo ni sus exigencias, espero recibas esta invitación a tratarte con más amabilidad y compasión, a ti y a otros. Ese sí es un gran regalo de fin de año.
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