A pesar del hecho de que hay más de diez millones de personas en la cosmopolita ciudad de Londres, tengo que aceptar que aún hay momentos en los que uno se siente como un náufrago, solo y a la deriva. No puedo evitar pensar en que incluso el más ingenioso de los sobrevivientes (como si si de Tom Hanks se tratase), a falta de un Wilson con quien conversar, se sentiría tentado a poner un mensaje en una botella, a ver si el destino le sonríe y este llega a encallar en algún puerto.

Por Cecilia de Orbegoso

El domingo pasado mi buena amiga Victoria se encontró viviendo una encrucijada: Después de casi dos años sin tener a nadie que le robe un suspiro, finalmente había conocido a alguien que la estaba dejando sin aire. Lo conoció unas semanas atrás, específicamente un viernes por la mañana, en un brunch en Mayfair, y le habían bastado tan solo dos horas para darse cuenta de lo mucho que le gustaba el muchacho.

Ni bien terminado el date, Victoria aprovechó para hacer una videollamada contándome los detalles mientras que, por WhatsApp, ya se encontraba exigiendo insistentemente a su tribu esotérica que pongan en manifiesto cuanta ley de la atracción existiera en este universo con el fin de recibir cuanto antes un mensaje de texto. Hechas las llamadas, chismes e invocaciones pertinentes, a Victoria no le quedó otra que sentarse pacientemente a esperar la llegada de esas tan codiciadas y elusivas señales de vida.

Por mi lado, no podía evitar pensar que, en la época colonial, las tapadas tenían que pasar por el interminable proceso de esperar hasta seis meses para recibir una respuesta o siquiera una señal de parte de su objeto de deseo. En cada ocasión (debo aceptar que han sido muchas) que he visto Orgullo y Prejuicio, me ha llamado mucho la atención la fuerza de voluntad de las hermanas Bennet, quienes pudieron aguantar por meses para finalmente recibir alguna pequeña comunicación de su ser amado, ya sea en forma de una carta escrita a pluma o algún mensaje comunicado a través de un amigo en común.

Dicha paciencia, si vamos a ser honestos, probablemente tuviera poco que ver con virtudes bien cultivadas en las muchachas y sí se debiera en gran medida a las necesidades y limitaciones de la época.

Hoy por hoy, sin embargo, en la era de las comunicaciones en las que el acceso a las información se da casi por sentado y, en cambio, la privacidad se va transformando lenta pero constantemente en el elemento escaso, no puedo evitar cuestionarme si, en materia de amor, todas estas mejoras han sido verdaderamente sentidas, es decir ¿tantas mejoras en la comunicación están realmente ayudándonos a comunicarnos mejor?  

Después de algunos dates más, seguidos de casi 15 días de silencio por parte del galán (una táctica conocida como ghosteo en estos tiempos modernos), Victoria decidió tomar medidas y ser ella la que establezca el ritmo de la relación. El no le respondió.

Así que este domingo, cuando ella nos dio el encuentro en nuestra “sucursal”: Ceviche, un simpático restaurante peruano en pleno soho, lo primero que hizo fue confesarnos que había caído en un agujero emocional tan profundo que ni el más avezado bombero podría rescatarla.

-“Cuanto más tiempo miraba la pantalla de mi celular más sola me sentía, y realmente me daba cuenta… tengo ya más de treinta años y acabo de perder otra oportunidad de dejar de estar sola”- nos decía.

Dadas estas ominosas declaraciones, nuestra amiga Belinda no perdió el tiempo en asegurarle

 -“No estás sola”-  secundada enfáticamente por nuestro otro amigo, Edgar.

Victoria, a pesar de sentirse ligeramente más reconfortada, aún no estaba satisfecha, situación que se intensificaba cuando recordaba que había sido su propia iniciativa la que había desencadenado el anticlimático final de la relación. ¿Será acaso que el inocente hecho de haber tenido la iniciativa había sido interpretado por el muchacho como una burda exposición de supuestas vulnerabilidades? ¿Se debía esta pérdida de interés al hecho de haber mostrado de más? ¿Eso la hacía una especie de zorra emocional?

Yo, quien debo confesar que ya había probado hace un par de años de este trago bastante amargo, le dije:

-“Le estas dando vuelta y vuelta al asunto porque este muchacho de verdad te gusta. Como si de un pollo a la brasa se tratase…y bien rostizado de paso!»

Victoria, con la ceja levantada (a pesar de su Botox rutinario y prematuro) me miraba y me decía:

-“Sin pelos en la lengua, que no estoy con paciencia ni para acertijos ni para adivinanzas”

-“Perdóname, pero es bastante obvio, ¿o me vas a negar que cuando alguien no te gusta, simplemente no te importa, sueltas lo que sea que se te venga a la mente y no vuelves a pensar en ello?»

“Sí, y no me funciona mal” – decía Victoria – “pero, ¿por qué tengo tan mala suerte con el que me gusta de verdad? ¿Qué mensaje estoy mandando mal?”

Bien sabido es que cuando los hombres intentan hacer gestos atrevidos generalmente se los considera románticos, mientras que cuando las mujeres los hacen, a menudo se las tacha de desesperadas o psicópatas. En este caso en específico, sin embargo, yo dudaba seriamente que esta fuera la explicación. Por la salud mental de Victoria y para darle una nota distractora a ese domingo de calvario que estaba atravesando, le quité la pausa al dating app de cual normalmente me apoyo para conseguir screenshots de los más ridículos opening lines que recibo como material para mi siguiente libro y me decidí a hacer un pequeño experimento para demostrarle a mi amiga que, al menos en este caso, el problema no se encontraba en el emisor, más sí en la antena receptora.

Así, mientras tomábamos pisco sours, me dediqué a escribirle a todos los prospectos disponibles utilizando solamente frases célebres de “Sex and the City” o, como es mejor conocida, la Biblia para la mujer moderna. Rápidamente mi celular se transformó en una pequeña máquina repleta de muchos y muy grandes mensajes. Mientras acumulaba fuerza de voluntad para abrir la app y descubrir los resultados de esta pequeña broma que acababa de jugarle al sexo opuesto, no dejaba de preguntarme a mi misma ¿quedaré como loca? ¿o, por el contrario, seré un objeto de misterio?  

He aquí un par de ejemplos:

 

-Hola Cecilia, encantado de conocerte

– Hola, mi nombre es fabulosa.  

– ¿Quieres decir que no es Cecilia?

-No, es fabulosa.  

-Ah, qué nombre tan interesante. Que pena que el mío sea solo Andrew. ¿Cuánto tiempo has estado en Londres?

-No lo suficiente, ya que año tras año, mujeres de veintitantos años vienen a Londres en busca de las dos M: moda y matrimonio.

***

-Hola Cecilia, ¿que planes para este fin de semana largo?

-Darle la bienvenida a la era de la no-inocencia, ya que nadie desayuna en Tiffany’s y nadie tiene aventuras para recordar (haciendo alusión a la película an affaire to remember)

***

-Jules, en una ciudad como Londres, con infinitas posibilidades, ¿la monogamia se ha convertido en algo demasiado de esperar?

-¡Hola Cecilia! ¿No crees que cuando encuentras a la persona adecuada ni siquiera es una pregunta? para esto, ¿estás disfrutando el sol?  

-Sí, pero los hombres en sus 40´s son como el crucigrama dominical del New York Times: complicados, llenos de trucos y nunca estás realmente segura de tener la respuesta correcta.  

-Gran generalización, Cecilia, ¿Cual es el equivalente para las treintañeras?

***

-Hola Cecilia, ¿estás deseando que llegue el fin de semana largo?

-Bueno, yo estoy deseando que llegue el amor. Un amor real, ridículo, inconveniente, consumidor, no puedo-vivir-sin-el-otro tipo de amor.

-Wow, eso es lo que me gusta escuchar, ¿Qué es la vida sin amor?

-Pero lo cierto es que a veces es muy difícil andar en los zapatos de una mujer soltera. Por eso necesitamos algunos realmente especiales de vez en cuando, para hacer la caminata un poco más divertida.

-Muy bien, sobre todo si tienen suela roja y taco alto. ¿Qué te parece si vamos a cenar?

-Tu estás sugiriendo que comamos una ensalada de tomate, yo sugiero entonces que nos casemos.

-Bueno, seguro que comeremos en nuestra boda.

-¿Sabes la suerte que tendrías de tenerme? Soy agradable, soy bonita e inteligente, soy un gran partido.

-Ciertamente eres un partidazo, envíame tu WhatsApp

Contra todo pronóstico, los tenía completamente enganchados (o, más probablemente, temporalmente mesmerizados por el desconcierto de una lluvia de mensajes que tenían tanto de bizarros como de inciertos). Sea cual sea la razón, al final logré mi cometido: Victoria se relajó, ahora un poco más convencida de que la razón de su desafortunada racha tenía menos que ver con una cuestión de suerte y más bien era resultado de un simple factor estadístico. Debo confesar, todos pidieron mi numero de celular.

Sin embargo no pude evitar pensar que el concepto de alma gemela tiene tanto de romántico como de subversivo ya que si bien la idea de que una persona, en algún lugar del mundo, tiene la llave de tu corazón puede resultar romántica en la adolescencia, tengo que aceptar que ahora, ya en mis treinta, el concepto cada vez me parece no solo más simplista, sino también preocupantemente restrictivo. Si amabas a alguien y no funcionó, ¿significa eso que no era tu alma gemela? ¿Era solo un subcampeón en este programa de juegos llamado felices para siempre? ¿ Por qué esa necesidad de considerar a cada muchacho con el que nos encontramos como una potencial pareja ideal?

Personalmente, siempre he considerado que la única forma de ganar el partido es tomarse el juego como debería ser: deportivamente. Mi consejo para Victoria fue, “disfruta tus salientes hasta que encuentres al sobresaliente”.

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