Yo, una chica muy perica, he repetido constantemente que no hay mejor regalo divino que haber nacido mujer. Ahora bien, aprovechando la cercanía de la fecha, me decidí a indagar de manera más profunda las implicancias detrás de ese contundente 8 de marzo.
Yo, una chica muy perica, basándome en aspectos vanidosamente superficiales de los cuales los halagos y piropos abarcan un porcentaje significativo, he repetido constantemente que no hay mejor regalo divino que haber nacido mujer. Ahora bien, una vez digerida la broma y aprovechando la cercanía de la fecha, me decidí a indagar de manera más profunda las implicancias detrás de ese contundente 8 de marzo. Como diría Laura, mi profesora de piano, “aquel a quien Dios le dio un talento, tiene la obligación de explotarlo”, así que asumo que el don de ser mujer implica tanto una
Naturalmente me apoyé en Google para diseñar un mapa mental de la ruta del empoderamiento de la mujer y, como era de esperarse, me vi desbordada por el sinnúmero de teorías, conclusiones y adjetivos que aparecieron en la búsqueda, muchos de los cuales habían superado hace mucho la valla de lo anticuado para rayar en lo arcaico: vamos, no creo que sea factible, hoy por hoy, decirle sexo débil al género del cual depende de la sostenibilidad de nuestra especie. En el famoso buscador encontré de todo, hasta un best seller titulado “Las mujeres que aman demasiado”, haciendo alusión que el sufrimiento es consecuencia de un exceso de amor. No pude evitar preguntarme, ¿por qué razón sería malo abrir de plano el corazón?
Dada la poca credibilidad de las fuentes, decidí limitar mi búsqueda a un universo un poco más acotado: mi entorno más cercano.
Por más fría y dura que sea mi fachada (acorde a recurrentes fuentes) siempre me he considerado un ser completamente esotérico, y junto con ello estoy convencida que nada pasa en esta vida por error. Alejandra, la menor de mis hermanas, no estaba presupuestada para ser parte de este mundo y, sin embargo, su destino se abrió camino. Como dice mi mamá, fue un “milagro” médico, aunque, para ser sinceros, no puedo evitar pensar que ella estaba siendo generosa (como usualmente lo es) al atribuirle su existencia a místicas y astrales premoniciones, en lugar de aceptar las fallas técnicas de esa falaz T de cobre tan popular en los 90 y responsable de tanto bebé “sorpresa”.
Volviendo a lo estocástico, no creo que haya sido casualidad que Alejandra decidió nacer un 8 de marzo. Coincidentemente ese nombre se lo elegí yo, gracias a mi fuerte obsesión con la canción “Reina de Corazones” de Alejandra Guzmán (situación que se vuelve incluso un poco más irónica cuando consideras que, hoy por hoy, ninguna de las dos disfruta de tener el pelo suelto).
Si prorrateásemos la presión familiar entre las tres hijas, a Alejandra le tocó poco, por no decir nada, de ese valor presente neto que como hijos debemos representar para nuestros padres. El Queco (como le decimos de cariño por su impactante belleza, especialmente cuando era una niña) creció sin expectativa alguna y, siendo sinceros, dicha cuota de presión fue directamente proporcional a la atención que recibió.
Ya entrada en mi juventud, mucho me pidieron mis padres que tratara de ejercer una fuerza “transformadora” sobre ella. Yo, como hermana mayor, y con atributos tanto físicos como intelectuales, artísticos y de carácter fuera de lo común, representaba para ellos el ejemplo claro de lo que Alejandra, y cualquier mujer, debían ser. No suelo decir esto con frecuencia, pero no me queda más que aceptar que, al menos en lo que respecta a esa certidumbre, considero que
El controvertido y subrepticio Queco era tan fiel a sí mismo, que no necesitaba guía alguna para destacar. Hizo lo que quiso, y lo que quiso, el Queco lo hizo perfectamente. Ahora también creo que no fue casualidad que una de las variantes de su apodo fuese “quequiso”. El Queco, la reina del perfil bajo, actuaba completamente bajo la sombra, por lo que no fue de extrañar que a los miembros del hogar nos diera más de una sorpresa.
Fraternalmente creció un poco abandonada, ya que tanto Fortunata como yo no lográbamos entenderla. Nadie sabía nunca en qué andaba y, valga mencionar, tampoco hacíamos mucho esfuerzo en enterarnos de su agenda. Un día decidió ser médico. Y sin contarle a nadie ni mucho menos hacer alarde, es parte, hoy por hoy, de la élite académica de esa difícil carrera que nadie se imaginó que el Queco hubiese elegido.
Es meticulosa, decidida, inteligente y a la vez obstinada. Sabe lo que quiere y, más aún, cómo conseguirlo. Es fuente eterna de consejo y a la vez es para mí un crudo espejo. Es inteligente como muy pocas, no lo puedo negar, pero la cosa que más admiro es su “piel de chancho”: esa coraza tan dura que hace que nada, absolutamente nada, la pueda afectar.
En mi casa, exigentes, duros y más de una vez superficiales, le hemos dicho de todo (y no de la mejor manera posible): desde que se ponga guapa, que baje unos kilos, que se vista mejor, que salga de noche, y la lista continúa. Sorprendentemente, ante toda esa racha de comentarios (mea culpa, muchos viniendo de mi lado) ella nunca se ha intimidado y mucho menos ha hecho esfuerzo alguno por hacer un cambio cuyo objetivo fuera complacer a alguien más. Simplemente ha escuchado, ha asentido, y ha dejado decenas de “sugerencias” pasar enfrente de ella sin ningún reparo.
Nunca ha necesitado de extremos ni demandado atención para demostrar que es capaz de hacer algo. Por el contrario, en cada uno de esos casos, sigilosamente ha actuado, dejándonos a todos en la casa constantemente boquiabiertos al enterarnos
A mis treinta y pico años (redondeados al menor, convenientemente, más cercano) después de ver al Queco y después de verme a mí, estoy completamente convencida de que no es una casualidad que ella haya nacido un 8 de marzo. Alejandra, ante mis ojos, es la fiel representación de lo que todas las mujeres “dicen” buscar ser: determinada y ambiciosa, perspicazmente inocente y a la vez tajantemente cortante. Es femenina y educada, pero sobre todo impermeable a comentarios que la tratan de encasillar en una categoría genérica. Compite diariamente contra ella misma, no contra otras. Cruza vallas que ella misma se autoimpone, superándolas exitosamente y no deja que ningún comentario le cale la piel para llegar a afectar lo más puro de su ser.
No sabría decir si su tenacidad se debe a una envidiable indiferencia o a una sólida confianza personal para no dejarse influenciar, pero lo que sí puedo afirmar es que, sea cual sea su método, ha superado con creces su objetivo.
Ahora bien, mirando nuevamente a mi entorno más cercano, no puedo evitar pensar en los distintos tipos de presión de los que soy testigo a diario en amigas adoradas, que día a día se ven sugestionadas por
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