Era noviembre de 1966 y el escritor Truman Capote celebraba el éxito de su último libro, In Cold Blood. Capote sabía que era de muy mal gusto dar una fiesta para él mismo, así que decidió homenajear a la directora de “The Washington Post”, Katherine Graham, como excusa. El esposo de Graham se había suicidado tres años antes y era la elección perfecta por ser la mujer más poderosa de la prensa; y, además, alguien que no competía con sus ‘Swans’. Los ‘cisnes’ eran íntimas amigas de Capote que sobresalían entre la multitud por haberse creado a sí mismas. Todas tenían historias que contar. Estas eran las socialités: Marella Agnelli, esposa del magnate de Fiat Gianni Agnelli y “el cisne europeo número uno”, en palabras de Truman; Lee Radziwill, la hermana de Jackie Kennedy convertida en princesa después de casarse con el príncipe polaco Stanisław Albrecht Radziwiłł; Babe Paley, quien, como sus hermanas, había sido educada para casarse con la clase alta y alcanzó su meta al hacerlo con el fundador de CBS William S. Paley; Gloria Guinness, mexicana de nacimiento y quien tras años de pobreza y privación emergió triunfante como la esposa de Loel Guinness miembro de una de las familias banqueras mas importantes de Gran Bretaña; Slim Keith, cuyo verdadero nombre era Nancy Gross, de Salinas, California, modelo y esposa de Kenneth Keith, barón de Castleacre; y C.Z. Guest, quien tras rebelarse contra la sociedad de Boston a la que pertenecía, trabajó como cabaretera y posó desnuda para el artista Diego Rivera, hasta sentar cabeza al casarse con Winston Guest.
Esta es la historia de la fiesta que unió y dividió a las élites de la política con el mundo del espectáculo y el poder. El autodenominado ‘Proust Americano’, se dedicó durante cinco meses a planificar con minuciosidad la fiesta del siglo. Inspirado por la escena de Ascot en la película My Fair Lady con un impecable vestuario en blanco y negro diseñado por Cecil Beaton, su íntimo amigo. La invitación rezaba: Vestimenta caballeros: corbata negra, máscara negra. Damas: vestido blanco o negro, máscara blanca, abanico. Capote fue muy estricto respecto a esta regla, ya que sentía que la paleta de color crearía una unidad visual ante una convocatoria de personas tan diferentes. “Quiero que la fiesta sea como cuando uno hace una pintura”, confesaría el escritor, y las máscaras, según él, darían la libertad a los invitados de bailar y mezclarse entre sí como les provoque. A la medianoche los antifaces serían removidos. Todos los que eran “alguien” esperaban una invitación y Truman estaba fascinado por la inquietud que despertó en los estratos sociales mas importantes. El jet set se encontraba en aprietos, incluso algunos aseguraban estar invitados pero que no podrían asistir debido a que estarían fuera de la ciudad. A Capote le encantaba responder ante la comprometedora pregunta sobre si estarían invitados a la fiesta: “Bueno, tal vez estarás invitado, o tal vez no.” El caso extremo llegaría cuando un hombre le dijo que su esposa lo había amenazado con suicidarse si no era invitada. Capote, cuya madre había muerto por suicidio, sintió empatía por la mujer y puso su nombre en la lista.
“Había una leve nota de locura sobre la fiesta.” Contaría la misma agasajada, Katherine Graham, décadas más tarde. “No había ningún motivo racional para que la situación se intensificara”. La hostigación de las personas que no habían sido invitadas se convirtió en una pesadilla, y Truman se vió obligado a dejar de contestar el teléfono y abandonar la ciudad. Finalmente, 540 invitaciones fueron repartidas. Asistieron más de 200 fotógrafos y se descorcharon 450 botellas de champán. Todo el agasajo costó trece mil dólares.
Durante el otoño de 1966, sombrereros en diferentes continentes tenían una alta demanda de pedidos de mujeres que llegaban a sus salones buscando las máscaras adecuadas.
Entre ellos, un joven Halston trabajaba en al área de sombreros de Bergdorf Goodman, y que recibió de Babe Paley el encargo de una máscara blanca de zibelina con un rubí falso. Para Candice Bergen diseñó unas orejas y máscara de conejo con piel de visón. También preparó para D.D. Ryan una máscara de Kabuki que cubría desde la punta de la nariz, se conectaba a su peinado y terminaba como tocado sobre la parte de arriba de la cabeza. Hizo uno de sus primeros vestidos para su amiga, la periodista de moda Carol Bjorkman. El famoso diseñador cubano Adolfo creó 125 máscaras a pedido y vendió 100 más en Saks Fifth Avenue. Entre sus clientes se encontraban Merle Oberon, Adele Astaire, C.Z. Guest, Kay Meehan y sus respectivas parejas. Un desconocido Bill Cunningham, sombrerero antes de fotografo, diseñó una máscara de cisne para Isabel Eberstadt que causó sensación. El diseñador de joyas, Kenneth Jay Lane, convirtió un collar de perlas y crisoprasa en un antifaz para Benedetta Barzini, hija del escritor italiano Luigi Barzini.
Algunas mujeres se mandaron a hacer dos modelos con diferentes diseñadores, dejando la decisión final a último momento. La editora de “Vogue” París en ese entonces, Francoise de Langlade, comisionó a un diseñador de vestuario teatral el diseño de su máscara de gato, así como la de su futuro esposo, Oscar de la Renta. Otros invitados, optaron por crear sus antifaces ellos mismos, como Henry Fonda, quien pegó cada lentejuela en la máscara de su esposa, Shirlee. Adolph Green usó una máscara producida por su hijo y su niñera. George Plimpton compró una en una tienda de diez centavos, la cual estaba tan llena de goma, que aparentemente terminó un poco drogado por el olor. Alice Roosevelt, hija del presidente Theodore Roosevelt, economizó con una máscara de 35 centavos, la cual se pegó en la sien con cinta adhesiva. La misma máscara de Capote fue comprada en FAO Schwarz por 39 centavos. La decoración estuvo a cargo de Evie Backer y la cena servida a la medianoche consistió en espaguetis con albondigas, huevos revueltos, salchichas, galletas, pasteles y pollo “hash”, unas de las especialiddes del Hotel Plaza y el plato favorito de Capote. CBS transmitió en vivo la fiesta y a los invitados llegando al Plaza. Teniendo más cobertura que cuando The Beatles se hospedaron en ese mismo hotel dos años antes, cuando fueron invitados por primera vez a “The Ed Sullivan Show”. En la fiesta de Capote, además, Penelope Tree, entonces de apenas 16 años, usando un vestido de la tienda mod Paraphernalia sería descubierta por Cecil Beaton y Richard Avedon. Ella representaba lo que estaba por venir, el futuro en la moda y la escena social. La fiesta cerró una era de exclusividad y elegancia, y cedió el paso a otra de locura mediática, en la que todavía vivimos. Fue el fin de la elegancia de algún modo.
Por Ursula Castrat
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