La crisis económica de 1929 tuvo una fuerte repercusión en la industria de la moda. En aquellos años, entre sonidos de jazz y el estruendo de la guerra, surgió lo que hoy conocemos como ropa moderna. Los diseñadores de vanguardia cobraron protagonismo y el uso de materiales más baratos y el encanto de la fotografía jugaron un papel clave en esta época.
Por Redacción COSAS
Las grandes crisis mundiales, por lo general, han dado paso a periodos llenos de luz y creatividad. Y es que cuando la vida llega a límites insospechados, el ser humano ha demostrado que es capaz de poner su inteligencia y sensibilidad al servicio de la supervivencia y el avance. La industria de la moda no ha sido ajena a esto y en la década de 1930 experimentó un salto a la modernidad admirable.
La gran depresión de 1929 dejó a millones de personas en la ruina. Algunos de los más poderosos empresarios e inversores no encontraron más salida que el suicidio. No obstante, otros agudizaron el ingenio y emplearon los pocos recursos que tenían en salir del atolladero. Todo el despilfarro que vistió de fiesta los felices años 20 frenó de golpe y el mundo descubrió que la vida era mucho más que excesos y champagne.
Esto se reflejó también en la estética y las siluetas. Los colores vivos quedaron relegados y los más sobrios de la paleta, como el gris, el negro, el blanco y los tierra, se convirtieron en la base de toda creación. Asimismo, la sastrería masculina tuvo gran impacto en la moda femenina. Pero este giro no implicó un descuido por parte de las mujeres, quienes con gran astucia adaptaron su armario a la medida de sus posibilidades.
Así, las faldas se alargaron en búsqueda de una sobriedad que resultó más que elegante. Mientras que las cinturas se entallaron y los sombreros cobraron nuevamente el protagonismo de años pasados. Los pantalones rectos y anchos fueron los grandes aliados de los estilismos que ahora, en pleno siglo XXI, vuelven a triunfar en las pasarelas y el street style.
Nuevas texturas y siluetas
Atrás quedaban el estilo rígido de la época eduardiana, la falta de formas y lo rectilíneo de los años 20. Entre 1930 y 1939, la industria de la moda vivió un momento de esplendor con el que pretendía olvidar las dificultades del pasado y apostar por un mejor futuro.
De vital importancia para ello fueron los avances en la tecnología textil. En esta década nacieron nuevos tejidos sintéticos, más suaves y baratos, acordes al contexto económico global. Solo las mujeres más privilegiadas conservaron las sedas naturales, el terciopelo y el raso en sus prendas. La gran mayoría encontró en el nylon y el poliéster la solución a sus problemas de armario. De cierta forma este podrías ser el inicio de la moda low cost.
La figura femenina se estilizó y se cimentaron los estrictos cánones que imperaron a lo largo del siglo XX: mujeres delgadas, con curvas discretas, siempre bien peinadas y maquilladas. Inspirados en ellas, los modistos de la época confeccionaron prendas repletas de volantes, drapeados y sesgos que proyectaban un sensual movimiento al andar.
A los diseños de Chanel, Lanvin o Mainbocher, responsable del famoso vestido de novia de Wallis Simpson, se sumaron los de la excéntrica y sublime Elsa Schiaparelli. Sus cortes tan arriesgados como surrealistas, pusieron punto final a una década que volvió a apagarse con el estallido de la II Guerra Mundial.