Es uno de los actores peruanos más sobresalientes de su generación. Y su carrera recién empieza. Después de haber participado en películas como “El premio”, “Django, sangre de mi sangre”, “El evangelio de la carne” y “Viejos amigos”, y en obras de teatro como “El plebeyo”, “Crónica de una muerte anunciada” y “El curioso incidente del perro a medianoche”, continúa disfrutando de ese acceso sui géneris al interior del ser humano que le da la actuación.
Por Vania Dale Alvarado Fotos de Paolo Rally
Emanuel Soriano se ve a sí mismo como un instrumento para contar historias. Con el tono calmado y suave que caracteriza su voz, y con esa manera particular que tiene de pronunciar la letra “s”, me confiesa que es un ser humano sensible y espiritual, y un observador nato, que sueña con dirigir, con contar historias que logren –“sutilmente”, como él mismo insiste en describir– calar en el ser humano y unir a sus compatriotas. “Mi sueño, más que para conmigo, es para con los demás”, señala. Pero Emanuel no tiene apuro. “Me interesa, primero, documentarme mucho, para poder contar bien una historia; por eso no me desespero”, dice.
Te formaste en un colegio católico; eso influyó bastante en tu vida y en tu carrera…
Al principio sí, influyó, porque la primera obra grande que hice fue Jesucristo Superstar, en el colegio. Y lo otro grande fue la película sobre la vida de Santo Domingo Savio. Cuando leí el guion, recuerdo que me puse a llorar. Tenía quince años y era bastante religioso en ese entonces.
Ahora eres más espiritual que religioso. ¿Cómo se dio ese cambio?
He llegado a la espiritualidad al ver las diferentes religiones y entender que cada una ve las cosas de una manera. También llevé cursos de ciencia de la mente hace uno o dos años; eso me ayudó bastante a ver la espiritualidad de otra manera. La otra vez me puse a pensar en por qué no existe la palabra “amor” en el Padre Nuestro. Se lo comenté a una amiga, y me dijo: “Lo que pasa es que ese Padre Nuestro es la versión de la Iglesia Católica”, y me pasó una versión que leí antes de ayer, ¡que tiene la palabra amor! No me considero de ninguna religión. Me gusta mucho mi soledad, así que muchas veces estoy en silencio y encuentro las respuestas en medio de ese silencio.
¿Nunca consideraste irte por el camino religioso?
Después de que hiciera la película de Domingo Savio, los padres querían, me llevaban a retiros vocacionales. Justo cuando los salesianos de Cusco cumplieron cien años, me llevaron al evento. Fueron los salesianos de todo el Perú, y solamente fuimos tres alumnos por vocacional. Yo me sentía un poco extraño, porque no abrazaba la vocación con fervor, sino que la miraba de lejos. Lo que no quería era estafar a los curas diciendo: “Sí, yo quiero ser sacerdote”, y no llegar a serlo. En medio de todo esto, me di cuenta de que la vocación es como enamorarse, como lo que me pasa con el teatro; así que dije: “Bueno, ahora no”. Sé que hay miles de formas, aparte de ser sacerdote, para poder ayudar a la gente, y mi trinchera es, ahorita, la actuación… y espero que, pronto, la dirección.
¿Cómo es que puedes ayudar a la gente desde la actuación?
Con las historias, siendo instrumento para contarlas. Me tocó contar “El curioso incidente del perro a medianoche”, la historia de un chico con la condición de Asperger. Recuerdo que pedí –y fue una de esas cosas que te nacen del fondo– acariciar almas. Y me lo dijeron. Me dijeron, literalmente: “Has acariciado mi alma”. Me estremecí, porque era lo que pedí con esta obra. A partir de ella, empecé a convertirme en un instrumento para contar historias. Es un trabajo muy sutil, no es nada evidente o grandioso. Cuando reflejas la vida del ser humano en el escenario, puedes lograr que las personas se sientan identificadas con él y calar en ellas. Tal vez en su vida quedará esa historia que lo marcó y tal vez, cuando vea a un chico con la condición de Asperger, actuará de una manera distinta.
Cuentas que no estudiaste teatro por miedo. ¿Qué evento hizo que te decidieras a dedicarte de lleno a eso?
Fue muy loco, porque fue en paralelo. Terminaba el colegio a la par que terminaba el taller con Bruno Odar, y empezaba la universidad cuando terminaba el taller con Alberto Isola. Luego, me llamaron para un casting de la película “El premio”, en abril del 2007. Después de ocho meses de haber pasado el casting, me escogieron para la película. A fines de noviembre del 2007, pedía permiso en época de exámenes finales para grabar mis primeras escenas. La película salió a principios del 2009, y ahí empezó todo. Cuando la película salió, mi imagen se hizo un poco más conocida, y Michelle Alexander me llamó para hacer la miniserie del Grupo 5; fue un personaje pequeño, lo combiné con la universidad y ¡fue terrible! Porque, además, había empezado a hacer teatro en el Teatro Racional. De ahí, me llamaron para “Crónica de una muerte anunciada”, en el Británico… Entonces, poco a poco, todo fue subiendo de nivel, y eso me gustó, porque empecé haciendo cine.
¿Qué papel juega el ego en ti?
Es algo que siempre me ha costado sobrellevar y que estoy tratando de aceptar, más bien. Soy una persona a la que le es más fácil salir del fracaso que aceptar el éxito. Cuando hice “El curioso incidente del perro a medianoche”, me escribía un montón de gente en Twitter y en Facebook, dándome sus comentarios sobre mi trabajo. Yo eliminé mis redes sociales, porque me desenfocaban de mi objetivo. Pero con “Django” no pasó así. Y me puse a pensar por qué. Y es porque, claro, es un trabajo que ya quedó para la posteridad. En el teatro ocurre distinto, en el teatro te reinventas cada noche. Esa especie de conformidad o satisfacción, decir “ya lo tengo”, no funciona para salir al otro día al escenario.
¿Qué es lo más satisfactorio de dedicarte a la actuación?
Entrar en el ser humano, ser reflejo de su vida.
¿Y qué es lo más difícil de ser actor en el Perú?
Lo más difícil, como la mayoría de cosas en la vida, creo que es lograr que no se vuelva una rutina o una costumbre, sino que con cada obra, con cada proyecto, te reinventes, que trates de salir de tu zona de confort y arriesgar. Hay actores que se quedan en ciertos personajes y no salen más.
¿Te da miedo que te suceda?
No, porque si pasara en algún momento, sabría que es hora de buscar otra cosa.