Las casas, sin necesidad de palabras, siempre hablan de las personas que las habitan. En el caso de Petronila Gonzales Ganoza, su hogar deja en evidencia tres de los pilares que la acompañan: la fe, el fútbol y la familia. A continuación, en vísperas del Día de la Madre y del Mundial, una franca conversación con la entrañable mamá de Paolo Guerrero.
Por Mariano Olivera La Rosa / Fotos de Rafo Iparraguirre y achivo familiar
Jesús, la Virgen, la Biblia, las fotografías de sus seres queridos y una ruma de cuadernos que donará a escolares de bajos recursos resguardan la casa de Doña Peta como si se tratara del templo de sus devociones, mientras la tele sintoniza el clásico del fútbol peruano y el tercer piso parece un museo curado por una madre orgullosa.
Allí, las camisetas que vistió Paolo Guerrero a lo largo de su trayectoria conviven, enmarcadas en las paredes, con un collage de los diplomas que obtuvo antes de ser profesional. “Por su destacada participación en la Copa San Agustín, Categoría ’84 y ser considerado Goleador”, dice uno del 11 de junio de 1999, firmado por el sociólogo Aldo Panfichi poco antes de que Paolo partiera a Alemania con dieciséis años.
¿Fue complicado dejarlo partir? –le pregunto a Doña Peta.
¡Cómo no va a ser complicado! –responde, con la sencillez y sinceridad que la caracterizan. Su mirada, profunda y sentida, delata ese matiz particular que aporta la sabiduría cotidiana–. Mis otros hijos –Julio (el popular ‘Coyote’ Rivera), Óscar y Pablo, de su primer matrimonio– ya eran casados… ¡Cómo no va a ser complicado! ¡Olvídate! Mi hijito…
Paraba con él para todos lados, vivíamos solos; Julio nos compró un departamento. Los dos solitos nos acompañábamos, y que se te vaya… ¡Imagínate! Chiquito era, yo le hacía de todo, su desayuno en la cama, “ya, hijito, después te vas al colegio”; le preparaba su comida… Pero su papá siempre me decía: “Él tiene que subirse al primer tren; no hay otro”. Siempre pensaba en eso: que se vaya si le gusta tanto su fútbol.
Suena el timbre en casa de Doña Peta. Poco a poco, como si saltaran al gramado de un estadio, van llegando sus hijos y nietos para la sesión familiar de fotos. De fondo, desde la tele, la narración del clásico del fútbol peruano se mantiene como un actor secundario que, ante cada amago de gol, toma protagonismo.
De chiquito, cuando tenía once o doce años, Paolo veía fútbol del extranjero y decía: “Mamá, yo quiero irme al Bayern” –continúa Doña Peta–. Para que veas, Paolo todo lo que dice lo cumple. Y yo le decía: “¿Ah, sí?”. Pero no sabía que había dos ‘Bayer’ (se refiere al Bayern de Múnich y al Bayer Leverkusen).
Un día que estaba de vacaciones, llega a almorzar y yo, por fastidiarlo, le digo: “Paolo, te tengo una sorpresa. Han venido del Bayer, quieren llevarte”. “¿Sí, mamá?”, me dice, contento. “Sí, de verdad”. “Pero qué Bayer, ¿ah?”, me pregunta… Ahí me agarró. ¡Uyayay, yo creía que era un solo Bayer! Le digo: “¿Por qué, ah?”. “Porque hay dos Bayer”. “Uy, me olvidé de preguntar… No sé”. “¿Es del Leverkusen o…?” “Creo que es del Leverkusen”. “No, no, yo quiero irme al Bayern de Múnich”, me dijo… Me mató.
Doña Peta sonríe. Narra las anécdotas con tal naturalidad que parecen cobrar vida delante de nosotros.
¿Cómo fue la experiencia de cruzar el charco para ir a ver a su hijo? (viajó a Alemania por primera vez cuando Paolo tenía dieciocho años).
¿Tú sabes cómo fue esa experiencia? ¿Crees que en esas doce horas que me mandé para allá logré dormir? ¡Tenía pánico por mi hermano! –dice, en alusión al recordado ex arquero José ‘Caico’ Gonzales Ganoza y el fatal accidente del Fokker que se llevó la vida del plantel de Alianza Lima en 1987–.
Siempre decía: “Si Paolo se va allá, él tendrá que venir; qué me voy a subir yo a un avión”. No me gustaba viajar; hasta ahora no me gusta. Pero a cada rato tengo que viajar por el hijo, pues, y me he ido acostumbrando, ¿ah? Primero no viajaba sola, me iba con alguien.
¿Le gustó Alemania?
Sí. Ocho años he ido, y a veces me quedaba seis meses o tres. A Brasil voy una semana o diez días. En Alemania sí me quedaba. Y ya no me quería venir, ya me estaba acostumbrando allá, me había buscado mis amigas, todo.
¿Aprendió alemán?
No, no sabía nada de alemán, pero parece que uno por el oído entendiera. Él tenía una novia alemana, ¿te acuerdas? Y hablaba con ella. “Peta, ¿tú cómo me has entendido?”, me decía. “Ah, verdad, ¿no?”. Ahí me di cuenta de que podía entender algo. Nunca hablé alemán, pero una tiene que andar preparada para la vida, pues. Yo era sorda y muda, y me iba a comprar; todo hacía para sobrevivir en otras tierras.
¿Ahora le gusta la vida en Río de Janeiro?
Mira, quizás si me hubiese agarrado más joven, ¿no? Ya tengo sesenta y siete.
No está pensando en tomar caipiriñas.
Nada, estoy pensando en descansar, en atender a mi hijo; me echo a dormir, a ver televisión, esa es mi vida allá. A veces mi hijo me dice: “Vamos a comer en la noche”, “salgamos a pasear”. Pero no voy a la playa, y eso que cruzo y ahí nomás está la playa. Como él vive en el piso dieciséis, tiene una vista preciosa, de ahí miro todo. ¿Para qué voy a ir a la playa? Y como tiene su piscina, ahí estoy un rato. Salgo poco.
De pronto, un grito de gol surge de la transmisión del clásico como si viniera de una tribuna. Alianza ya gana en Matute.
Mamá gallina:
Doña Peta, hija de Angélica Ganoza y Belisario Gonzales, cumplirá sesenta y ocho años el próximo 29 de mayo. Chorrillana de toda la vida, es la quinta de nueve hermanos. Tiene cuatro hijos de dos matrimonios –Paolo es el único del segundo–, y pertenece a una familia de deportistas en la que el fútbol está omnipresente. “Es algo innato”, dice. “Mis tíos, los Gómez Sánchez (Carlos y Óscar), fueron jugadores de futbol. De ahí salieron los primos, los hermanos, los sobrinos, los hijos, todos. De parte de mi mamá vienen los Cruzado y los Gómez Sánchez, y por mi papá tengo a Chumpitaz, a Uribe, a ‘Panadero’ Díaz. El fútbol corre por nuestras venas”.
De chica, la llamaban Petita. A ella no le gustaba. “¿Han visto a Petita?”, les decía su madre a los muchachos del barrio. “Los grandazos me fastidiaban”, recuerda. “No me digas Petita; dime Peta”, advirtió a todo el mundo. Y quedó. “Yo voy al grano. Si te voy a decir algo, te lo digo de frente”. Le creo.
Peta creció rodeada de barrio, en una calle donde, en sus horas libres, los vecinos salían de sus casas y los más chicos paseaban en bicicleta, si es que tenían una. Creció al amparo de una madre separada que crió prácticamente sola a sus nueve hijos. “Salimos buenos muchachos”, dice. “Mi mamá trabajaba duro para poder mantenernos. Salimos a luchar”. Pero no por eso tuvo una mala relación con su padre. En tiempo de vacaciones, en julio, iba con sus hermanos a La Victoria, donde la abuela paterna. “Hasta ahora nos visitamos con los primos”, comenta.
Le pido acordarse de sus primeras memorias. “Hay tantas cosas, ¿no?”, dice, con la mirada al frente. A Peta no le gusta hablar del pasado. “El pasado quedó atrás; tú tienes que vivir el presente”, afirma. “Si me quedara con todo lo que le pasa a uno, ¡olvídate!, me hubiese muerto ya. Yo soy feliz con mi familia, con mis hijos; no me hago bolas. Te puedo sufrir un mes, pero de ahí me pongo a pensar: ‘¿Qué voy a hacer de mi vida?’”.
De su madre, se queda con la humildad. “Nosotros no teníamos mucha plata, pero éramos felices”, asegura. Su abuela materna reunía a toda la familia los domingos. Eran felices, pero sentían la falta del padre. “Murió hace unos diez años y mi mamá, hace veintitantos. Se fue mi hermano –‘Caico’– y ella ahí nomás se fue. Los padres no se reponen, es bravo”.
Se casó a los dieciséis años, al igual que su hermana mayor. Fue mamá por primera vez el 12 de abril de 1967. Ese día nació Julio, ‘El Coyote’, su primer hijo futbolista, que hizo historia con Sporting Cristal. Luego llegaron Óscar, pronto a cumplir cuarenta y ocho años, y Pablo, que en junio tendrá cuarenta y seis. “He sido bien responsable, te voy a decir”, cuenta Peta. “Siempre he sido bien madura; siempre el sufrimiento de algo que te falta te hace madurar”, añade. “Yo comencé a cocinar a los once años. Mi abuela decía: ‘Se va a casar y ni siquiera sabe cocinar, no sabe hacer nada; a esta métela a la cocina ya. Que cocine para sus hermanos’. Y así fue, pues”.
Dice que ser mamá a los dieciséis le hizo ver la vida de otra forma; que ahora a las chiquillas no les interesan los hijos, y que ella siempre se interesó por su hogar. “A mí siempre me ha gustado progresar”, agrega. Durante su segundo compromiso, con el papá de Paolo, Peta se convirtió en una mujer independiente. Trabajó veinte años como digitadora en el INEI. Paolo nació en 1984, mientras Julio estaba en el Ejército y jugaba en la segunda división del fútbol peruano.
¿En algún punto sintió temor de que sus hijos pudieran descarriarse siendo futbolistas profesionales? –pregunto.
No, no… –responde, mientras sus nietas conversan en la cocina.
¿Cómo se hace para controlar todo eso?
Hasta ahora yo los controlo; están viejos, pero controlados. La señora me da las quejas y ya saben que voy con todo. Julio tuvo bastantes hijos: diez.
Como madre, ¿qué consejos les da?
Siempre les digo que soy su amiga. Yo sé todo de mis hijos. Todo, ah. Vienen y “mamá, que el esto, que el otro”. Y se les da, pues, para que aprendan. Siempre les digo: “Cuando les pase algo, nunca vayan donde un amigo, nooo: su mejor amiga soy yo, la única que va a solucionarles sus problemas soy yo”. Entonces ellos lo tienen consciente. A veces digo: “Me he clavado mi calvario, todo tengo que solucionar” –suelta una carcajada.
¿Qué clase de madre es Doña Peta?
Ah, soy mamá gallina.
¿Celosa también?
Mira, no me considero celosa. Cuando tengo mis nueras, las quiero, les enseño, y mis nueras felices. Engrío a mis hijos, pero a mi manera. No me gusta que les falte algo, estoy pendiente de ellos… Sé cómo crio a mis hijos, y no me gusta que nadie los toque. Si tengo que llamarles la atención, lo hago yo. Nadie más, ni mi familia. Ya mi familia sabe cómo soy.
Va a cumplir sesenta y ocho años y tiene una barbaridad de nietos. ¿Cuántos son exactamente?
Veinte. Y también tengo dos bisnietos.
No es la mamá del Mundial, sino la bisabuela.
(Ríe) Sí. A los cincuenta y ocho años fui bisabuela.
¿Se siente bisabuela?
No, no lo tomo en cuenta. Ni lo de los nietos, ah. Mis nietos me dicen Peta, no sé si te habrás dado cuenta. Porque he sido abuela temprano, a los treinta y cinco… ¿Abuela? Abuela era una viejita, les decía; abuela era mi mamá. Yo me llamo Peta, nada de abuela. Y se acostumbraron.
Paolo y el fútbol:
Este 2018 no es un año cualquiera en la vida de Petronila Gonzales. En enero, durante su visita a Lima, fue bendecida dos veces por el papa Francisco. Y en junio nuevamente verá al Perú en un Mundial. Como en 1982, cuando su hermano ‘Caico’ fue parte de la selección peruana que viajó a España. Esta vez, si el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) no dictamina lo contrario en la audiencia del 3 de mayo en Suiza –donde se resolverá el futuro de Paolo tras haber dado positivo en un control de dopaje, en octubre del año pasado–, Doña Peta tendrá el orgullo de ver a su hijo menor liderando al equipo de todos en Rusia. Sin embargo, no piensa cruzar el charco para verlo en persona. “Que Rusia venga para acá”, bromea, y pronostica que nuestra selección superará la primera fase.
¿Cómo encuentra al equipo de cara al Mundial?
Unido, ¿no? Parece que la unión ha hecho la fuerza; tiene la mentalidad ganadora: entra a la cancha a ganar. Antes creo que nos chupábamos un poco. Ahora juegan de igual a igual.
¿Sufre mucho cuando ve los partidos de Paolo?
Antes te voy a decir que era más fría, pero ahora… ¡olvídate!, soy un manojo de nervios, ahora sí me choca. Muchas patadas le dan a mi hijo; es la verdad. Julio también sufría. Es bravo ver los partidos de tus hijos. Antes decía: “¿A mi mamá por qué no le gusta ver?”. Jugaban sus hijos y no veía. Salía, se iba donde la vecina… “Me llaman cuando termine el partido, ¿ya?”, decía. “Y me cuentan cuánto quedó”.
¿Cómo le ha cambiado la vida ser la madre de uno de los peruanos más queridos?
Ya me acostumbré. Poco a poco te vas acostumbrando a que la gente te quiera. Yo soy tan sencilla que el que menos me pasa la voz, me abraza, me besa, pero eso sí, ya uno no puede ni ir a comprar. Ayer estuve en Tottus y me habré tomado no sé cuántas fotos. Pero ¿qué haces? La gente se acerca con cariño, con amor.
¿Siente que se han metido mucho con Paolo a lo largo de su carrera?
Se han metido, pues… Tantas cosas. Mira esto fuerte que pasó.
Lo del dopaje.
Lo del dopaje. No seas malo… Te juro que en un momento decaí, me incliné, pero después pensé: “¿Yo por qué me voy a decaer? Si yo declino, ¿a mi hijo quién me lo va a salvar? Nadie”. Y así fue, pues, me levanté y comencé a darle a todo el mundo. Yo estaba cayendo y mi hijo también… Le pedí tanto a la Virgencita de Guadalupe, porque soy muy devota; le dije: “Ayúdame, Virgen, tengo que salir adelante, tengo que defender a mi hijo”. Y me hizo el milagrito.
¿En algún momento pensó que realmente podía quedarse sin Mundial?
Sí, cómo no iba a pensarlo. Te decían un año, dos años (se refiere al tiempo de sanción). No puede ser, Dios mío. Es su mayor anhelo, dar esa alegría al pueblo peruano, y ver a mi hijo destrozado… El día que ya sabíamos que íbamos al Mundial, mis sentimientos eran encontrados: no podía sentirme alegre, porque él hubiera querido estar en ese partido. Había luchado tanto…
Fue una de las pocas peruanas que no pudo disfrutar la clasificación.
Esa es la verdad. Estaba contenta, claro, porque iban al Mundial, pero con mucha tristeza en mi corazón, porque es mi hijo. Si hubiera estado mi hijo, la alegría habría sido completa… Pero la vida nos da estas cosas, ¿no? Dios es el único que sabe por qué me la dio.
Me imagino que el castigo de seis meses sin jugar, de todos modos, le parece injusto.
¡Claro! Por eso es que hemos apelado al TAS, pero mira, siguen fregando, como se dice, porque el 4 (de mayo) ya puede jugar y el 3 será el fallo. Imagínate qué sorpresa irá a traer.
¿Cómo lidia con los chismes sobre Paolo y su vida personal?
Esas son cosas privadas, ¿no? Lo que nos tienen que preguntar es sobre deporte. En ningún país del mundo se ve esto que hay acá. No sé por qué tanto critican si tiene mujer, si no tiene mujer… Son hombres, ¿OK? Mientras no tenga un hogar formado… es soltero. Ahora, con la clase de chicas que hay… ¿Por qué se acercan?
¿Piensa que todo hombre debe casarse y formar una familia o no necesariamente?
Yo quisiera que él se encuentre con una buena mujer y se case. Tiene sus hijitos, pero no vive con las mujeres, entonces yo quisiera que él forme un hogar, que lo quieran, que se sienta contento y sea feliz… Sí, lo deseo, porque todo hombre y mujer tiene que tener su pareja. Ya algún día se dará.
Las fotos están por empezar. La entrevista, como el clásico ‘U’-Alianza, va llegando a su fin. Doña Peta me dice que es de pocos amigos, a pesar de que en su barrio todos la conocen. Vive en esta casa desde que Paolo se la compró, hace ya varios años. En Lima, su agenda suele estar copada, y no solo porque es imagen de una conocida cadena de supermercados. “Me dedico a ver todas las cosas de Paolo, todos sus contratos comerciales”, cuenta. “Soy su representante en Perú… ¡Olvídate!, estoy de acá para allá”.
Le pregunto si ve a Paolo regresando al Perú; quizás retirándose en Alianza. “Sí, sí, sí”, afirma, sin dudar. “Se retira en Alianza, ha sido su anhelo y él es muy hincha de Alianza Lima”. A lo mejor, de aquí a algún tiempo, serán los goles de su hijo menor los que se escuchen en las transmisiones del clásico del fútbol peruano. Antes, a partir de junio, esperamos celebrarlos en la Copa Mundial de Rusia, mientras Doña Peta, en Lima, sigue recibiendo el cariño de todos los peruanos.