Uno de los actores más célebres y prestigiosos de su generación, y un conocido ‘sex symbol’ durante décadas, anuncia finalmente su retiro de la actuación. “No vale la pena concentrarse en los remordimientos, es mejor mirar hacia el futuro”, asegura Robert Redford.
Por Yenny Nun, corresponsal en Los Ángeles
A los ochenta y un años de edad, Robert Redford, uno de los grandes íconos del cine estadounidense, se reunió con nosotros para explicarnos por qué ha decidido abandonar la actuación, aunque continuará con otras actividades. La decisión llegó después del estreno de su última película, la comedia The Old Man & the Gun, coprotagonizada por Sissy Spacek y dirigida por David Lowery.
El tiempo ha corrido rápido. Parece que solo ayer disfrutábamos con el actor en películas inolvidables como Out of Africa, junto a Meryl Streep; The Way We Were, con Barbra Streisand; El gran Gatsby, con Mia Farrow, y Ordinary People, su primera incursión en la dirección, que lo llevó a ganar un Oscar y un Globo de Oro en esa categoría. Por si fuera poco, en 1994, Redford fue reconocido con el premio Cecil B. DeMille por la Asociación de Periodistas Extranjeros de Hollywood.
A fines de los años sesenta y en la década de los setenta, el apuesto Redford era considerado uno de los actores más interesantes de su generación, y probablemente el más atractivo de todos, un símbolo sexual que además era respetado por su talento dramático.
Paralelamente a su carrera de actor, desarrolló otra tan o más exitosa como director, productor y fundador del famoso Festival de Cine de Sundance y del Instituto Sundance, que apoya a las películas independientes apartándose del sistema de los grandes estudios hollywoodenses. Él mismo reconoce que fue un niño rebelde, hijo de Charles Robert Redford, un contador de la Standard Oil, y Martha Redford, que murió en 1955, el mismo día que su hijo se graduó en el colegio.
El actor nació el 18 de agosto de 1936 en Santa Mónica, donde realizó sus estudios escolares. Posteriormente asistió a la Universidad de Colorado, donde perdió su beca para jugar béisbol por un incidente vinculado al consumo excesivo de alcohol. En 1957 se matriculó en el Instituto Pratt de arte, y luego partió a Europa para explorar su vocación de pintor. A su regreso decidió cambiar de rumbo, e ingresó a estudiar Drama en la prestigiosa Academia Americana de Arte Dramático.
A pesar de su gran atractivo físico, no salió con muchas mujeres, y en 1958 se casó con Lola Van Wagenen, con la que tuvo cuatro hijos (el primero, Scott, murió a los pocos meses de nacer). En 1985 se divorció e inició una relación con la actriz brasileña Sonia Braga. Posteriormente, en 1996, tuvo un romance con la artista alemana Sibylle Szaggars, con la cual contrajo matrimonio en Hamburgo, en 2009.
El peso de la historia
Redford llega puntualmente a la entrevista, y aunque se le nota el paso de la edad, conserva el atractivo que lo hizo famoso. Muy simpático pero reservado, sobre todo en lo que respecta a su vida privada, contesta todas nuestras interrogantes. Por supuesto comenzamos preguntándole si es cierto que se retira de la actuación.
Se ríe y contesta: “Nunca digas nunca. He estado actuando desde los veintiún años, mucho tiempo, y quizás, a los ochenta y dos, sea el momento no de detenerme, porque no creo en la idea de parar –si lo haces, significa que llegaste al final del camino, y el camino es largo–, pero sí de enfocarme en otras actividades como dirigir y producir».
—¿Crees que extrañarás la actuación?
—No lo sé. Habrá que esperar y ver qué pasa.
—¿Siempre quisiste actuar?
—No. Cuando cumplí los diecisiete quería ser artista y estaba feliz con esa ambición. Dibujar y pintar me producían un gran placer, y cuando decidí dedicarme a la actuación me costó aceptarlo. Dejé el arte como un hobby, y en ese momento mi carrera como actor despegó de una manera que nunca imaginé. Me di cuenta de que actuar ocuparía el primer lugar en mi vida.
—¿Y qué pasó con el arte?
—El arte es muy relevante, porque fue así como todo comenzó, lo que separó mi infancia de mi adultez. Me obsesioné con el arte desde pequeño. Cuando estudiaba educación básica, tenía problemas de atención. Mi mente volaba siempre a otros lugares, y lo único que lograba concentrarme era el dibujo. En ese tiempo, poco después de la Segunda Guerra Mundial, el arte se consideraba como algo sin importancia, no se tomaba en serio. Pero para mí era algo muy serio, lo que me impulsaba, mi pasión. Me escondía dibujando debajo del escritorio, hasta que un día la profesora me pilló. Pensé que era el principio del fin, pero ella, en lugar de retarme, me pidió que le mostrara mi dibujo a la clase.
Se trataba de un avión bombardero B-52 volando sobre cowboys que montaban a caballo. Mientras el avión bombardeaba a los cowboys, ellos disparaban a los indios que caían a un precipicio. Ella se dio cuenta de que yo tenía vocación y pasión, por lo que llegamos a un acuerdo: todos los miércoles me daría papel y lápices para que dibujara algo para la clase. Si esa profesora se hubiese enojado conmigo, quién sabe lo que hubiera ocurrido con mi pasión por el arte, pero me dio una oportunidad de ser visto y respetado, me permitió continuar en el camino. Fue un punto crucial en mi vida, porque me di cuenta de que a través del arte me comunicaría con el mundo, y aún lo sigo haciendo.
—Dices que continuarás dirigiendo…
—Sí, y lo haré muy pronto. No puedo darme el lujo de esperar cuatro años, mucho puede pasar en el intervalo. Ya tengo un proyecto en mente, pero no voy a decir nada más.
—¿Cuál fue el momento exacto en que decidiste dejar la actuación?
—Creo que supe que el momento había llegado cuando hice este último filme, The Old Man & the Gun. Antes de filmar esta cinta había trabajado en una película muy dramática, muy seria, de la cual estoy muy orgulloso; una historia de amor junto a Jane Fonda, maravillosa, pero también muy, muy triste. Yo quería que mi última película fuera más liviana, aunque no sospeché que se estrenaría en un momento tan oscuro para nuestro país, donde existe tanta polarización.
—¿Crees que el cine puede ayudar a que Estados Unidos llegue a un mejor lugar?
—Por supuesto que lo espero. Pienso que no podemos caer más bajo, y si se necesita del cine para sacarnos de esta especie de pantano, que así sea. Pero obviamente prefiero no colocar al cine en una categoría política, creo que las películas deben estar libres de eso. Se pueden hacer cintas de situaciones políticas, pero si es solo para empujar una postura en particular me siento intranquilo.
Alma joven
—¿Te has mantenido en contacto con Bob Woodward desde que coprotagonizaste Todos los hombres del presidente?
—Pasé tiempo con él después de que filmamos la película, y mucho más tiempo antes del rodaje. Cuando se me ocurrió la idea de esta cinta, pensé en enfocarme en la relación entre Bob y Carl Bernstein (ambos periodistas del Washington Post que publicaron el escándalo de Watergate), y no en lo que ocurriría políticamente, porque en 1972 aún no lo sabíamos.
Pasé tiempo con ambos para entenderlos. Me impresionó Bob, porque externamente era muy feliz aunque alguien lo ignorara, y estaba contento de que Carl fuera el centro de atención. Lo que me interesó de él es que mostraba un exterior muy calmado, hablando lento, sonriendo, pero interiormente tenía un elemento que podía cortar la yugular. He mantenido una amistad con él a través de los años, he visto su trabajo y leído sus libros, aunque no he leído el último. Estoy seguro de que sigue siendo el mismo Bob, desentrañando información, y como graba todo es difícil acusarlo de no decir la verdad.
—¿Qué relación ves entre tu carrera como actor y tu rol como fundador del Festival de Cine de Sundance?
—Como actor y director estoy hasta ahora activo en mi profesión. En cambio, el festival es una plataforma para que personas que no tienen otro lugar para hacerlo muestren sus historias.
Con esta visión nacieron los Laboratorios Sundance y el Festival de Cine de Sundance. Inicialmente la idea fue que los cineastas independientes tuvieran una plataforma de exhibición de sus películas y pudieran ver el trabajo de sus colegas, porque su trabajo era ignorado en el mercado de Hollywood. Para lo que no estuve preparado fue para la energía que creó este evento, con una gran cantidad de público que no tenía la oportunidad de ver ese tipo de cine en otro lugar. Así fue como el festival despegó.
—¿Cuáles son los elementos que te hacen aceptar un proyecto?
—Para mí, lo más importante es la historia. Desarrollé una estrategia en mi trabajo de tres puntos: primero, la historia; dos, los personajes; y tres, la emoción. Los tres componentes deben estar presentes; si no, no acepto.
—¿Cómo mantienes tu alma joven?
—Lo importante es no perder al niño dentro de nosotros. No lo quiero perder, porque esa fue una etapa feliz. Como niño había tanto que descubrir, y mientras avanzas en la vida vas descubriendo otras cosas. Pero con el paso de la edad esos momentos de descubrimiento van disminuyendo, así que cuando los encuentras son muy excitantes. Mientras eso suceda estoy feliz.
—En una oportunidad contaste que de adolescente nadie te dijo que eras guapo, y que te hubiera gustado que lo hicieran para pasarlo mejor. Me imagino que ya no tienes ese problema…
—Lo estoy pasando mejor, pero no tiene nada que ver con mi apariencia. De niño nadie me dijo que tenía buen físico. Mi pelo era colorín, no lo podía controlar, y además tenía pecas y unos dientes muy grandes. Nadie se acercó para felicitarme por mi aspecto, eso vino mucho más tarde.
—¿Sientes algún remordimiento respecto a tu carrera?
—Hay que tener cuidado con eso, porque si te enfocas en los remordimientos creas una carga que puede hacerse difícil de llevar. Todos cometemos errores, es parte de la vida, y a menos que hayas herido mucho a otras personas –cosa que no ocurrió en mi caso– es mejor enfocarse en el futuro.