La minería en el Perú no habría alcanzado los logros que hoy ostenta sin el aporte de don Ernesto Baertl Schütz. Sin embargo, su esfuerzo para enrumbarla nunca lo distrajo del amor y dedicación que le puso a la veta más valiosa de su vida: su esposa Julia Claudia y sus ocho hijos.
Por: Débora Dongo-Soria S.
La minería representa el 60% del total de las exportaciones. Es el sector, junto al de la construcción, que se presenta como el de mejores oportunidades de inversión este año, según Inteligo Group. Cuando percibimos la magnitud de estos datos, no reparamos en los actores que la hicieron posible, y entre ellos las acciones que emprendió don Ernesto Álvaro Baertl Schütz, considerado el ‘padre de la minería moderna en el Perú’.
Él fue uno de los artífices de la nueva Ley de Minería en los años cincuenta. “A esa ley le debemos el desarrollo minero. A partir de ahí nacieron muchísimas compañías: Toquepala, Marcona, Milpo, Río Pallanga…”, cuenta su hijo menor, Augusto Baertl Montori, de 75 años, quien recuerda con nitidez y admiración la vida y obra de su padre, a casi cincuenta años de su muerte.
En una vitrina en el despacho de su casa, en Miraflores, Augusto atesora los objetos que más le recuerdan a su papá. El más preciado es una lámpara de carburo que usó en 1917, en las minas de Castrovirreyna (Huancavelica) con el año y su nombre grabados. Con la luz de esa lámpara Ernesto no solamente iluminó el camino que siguió en sus exploraciones, sino también el de las nuevas generaciones de mineros que se han consolidado en la fragua de su legado.
Otro de los recuerdos que Augusto conserva es una medalla con la que el Club Unión Minas de Cerro de Pasco homenajeó a su padre. En esa ciudad Ernesto vivió más de veinte años y se identificó tanto con la comunidad que llegó a ser presidente de todas las instituciones cívicas y sociales, incluso fue alcalde. El Unión Minas es uno de los equipos más recordados por su paso en la Primera División del fútbol peruano, y no necesariamente por la calidad de su juego, sino por el soroche y el granizo al que se enfrentaban sus rivales cuando tenían que subir a las alturas de la ciudad más minera del Perú.
Ahí donde Ernesto Baertl hizo su segundo hogar, famosos jugadores fingieron súbitas enfermedades y lesiones la víspera de un partido, o se hicieron expulsar en un encuentro previo, para evitar competir en el lugar donde don Ernesto campeonó como profesional y buena persona. “He querido y sigo queriendo a mi padre, y lo he tratado de emular en muchas cosas, como en su amor, dedicación y respeto por la gente muy humilde que trabaja en una mina”, dice su hijo Augusto mientras revisa con sumo cuidado varias fotos antiguas de su padre.
El inicio
Ernesto Baertl Schütz nació en Lima el 19 de febrero de 1892. Creció viendo prosperar la pequeña tienda de monturas de cuero de su papá, el alemán Juan Bautista Baertl, en el Jirón de la Unión, en épocas de la reconstrucción nacional que vino después de la guerra con Chile.
Crecer en un país que se recuperaba de sus heridas desarrolló en él la tenacidad para ejercer una profesión que solo premia a los perseverantes, a los que saben levantarse después de una caída. “En la minería, vas siguiendo una veta, crees que vas a descubrir algo, pero no. Hay muchos fracasos”, asegura su hijo Augusto, también ingeniero de minas.
De pequeño, Ernesto estudió en el Instituto de Lima. Atraído por las matemáticas, el director del instituto, el profesor Wagner, le inculcó la idea de ser ingeniero de minas. Y así fue. En 1915 egresó de la Escuela Nacional de Ingenieros y ese mismo año comenzó su vida profesional. Empezó en las alturas de Arequipa, Puno, Cusco y parte de Bolivia, y llegó a ocupar prácticamente todas las posiciones en las que un minero puede
desarrollarse.
Hay quienes califican de afortunados a los hombres que, como Ernesto Baertl, son capaces de combinar el saber con la tenacidad y la experiencia. Si así fuera, entonces podemos asegurar que el personaje de esta nota forjó su fortuna sobre el yunque del conocimiento, la perseverancia y el esfuerzo.
Entre 1917 y 1921 trabajó en las minas de San Genaro y Quispisisa, en Castrovirreyna, de la familia Pflücker. Eran tiempos en los que recorrer el Perú profundo implicaba saber cabalgar y no desfallecer en el andar. Para llegar a esa mina desde Lima, Ernesto pasaba un día en tren hasta Huancayo, y tres a caballo hasta la mina, a más de cuatro mil metros de altura.
“Fue un misionero de la minería”, comentó otro de sus hijos, Ernesto Baertl Montori, en un video conmemorativo que la familia realizó por el centenario del nacimiento del patriarca. Y quizás su mayor sacrificio fue en 1917 cuando murió su padre y Ernesto no pudo regresar a Lima para darle el último adiós. Solo una libreta, un violín y una cámara de fotos hacían menos solitarias y frías sus largas travesías.
En 1921 Ernesto ya quería casarse. Necesitaba, entonces, ir a un lugar más accesible. Se dio una breve pausa y el 22 de mayo de 1921 se desposó con su prima hermana, Julia Claudia, seis años menor que él, en la Iglesia de La Recoleta, en la Plaza Francia. Julia Claudia siempre había sido su primita favorita. Una vez casados, nunca se separaron. “Tenemos unas cartas de amor en clave de cuando mi padre estaba en Castrovirreyna y mi madre vivía en Barranco, en Lima, para que mis abuelos no las interceptaran”, cuenta Augusto con una sonrisa.
Poco a poco, la familia aceptó su amor. Ernesto y Julia Claudia tuvieron ocho hijos: Ernesto, Carmen, Juan Manuel, Alfredo, Julia, María Amalia, José Antonio y Augusto. “A mí me decía ‘nummer acht’ (número ocho en alemán) por ser el octavo hijo”, ríe Augusto, que nació cuando su papi, como le decían en casa, tenía cincuenta años. Lo recuerda como un padre muy cercano y afectuoso −a pesar de ausentarse durante días por estar en la mina− pero de pocas palabras.
La que mandaba en casa era su madre, ella imponía la disciplina. “Él decía: ‘yo tengo ocho hijos, espero tener 64 nietos, que cada uno cumpla con su tarea’. Creo que llegó a tener 38”, dice Augusto. No estuvo mal. Augusto Baertl Espinoza, hijo de Augusto y nieto de Ernesto, no estudió Minería ni llegó a conocer a su abuelo, pero siempre escuchó decir que era una persona agradable, campechana y muy cercana a la gente.
¿Has ido a las minas con tu papá?, le preguntamos. “Sí, claro, no tanto como él hubiera querido, pero sí he ido”. Padre e hijo ríen. Tiene grandes recuerdos de esa época. “Entrar a una mina es alucinante. Estar en una mina subterránea y bajar 600 metros en un ascensor es mostro”, recuerda Baertl Espinoza. Hoy se puede descender unos 1400 metros bajo tierra.
Augusto Baertl Montori iba a las minas con mayor frecuencia, desde que tenía ocho años. En esas visitas con su padre, se enamoró de la profesión y fue el único de sus siete hermanos que estudió Ingeniería de Minas. Su diploma de graduación se lo entregó el propio don Ernesto. Y hasta hoy sigue visitando minas y asesorando nuevos proyectos mineros.
Los años de oro
Ya casado, el siguiente destino de Ernesto fue Cerro de Pasco, donde permaneció veintiún años. Allí, fue contratado para trabajar en las minas de Eulogio E. Fernandini (actualmente El Brocal), en las que ejerció distintos cargos, desde encargado de los reconocimientos en la mina de Colquijirca hasta representante de Eulogio E. Fernandini en todos sus negocios mineros. Sin embargo, durante la crisis del 29, la mina Colquijirca cerró. Requirieron despedir a la mayoría del personal y “dejaron a mi padre como guardián con la mitad de su sueldo. Él, junto a una brigada, mantuvo viva la mina”, cuenta su hijo Augusto con admiración.
Durante su tiempo en Cerro de Pasco se hizo amigo de los Aquiles Venegas, Axel Nycander y Luis Cáceres Flores, quienes lo apodaron El Gringo, con cariño. Con ellos, y su primo abogado, Manuel Montori Schütz, formó su primera empresa minera, Cuyuma. Luego de varios años la operación tuvo que paralizarse. Sin embargo, los amigos y socios persistieron y desarrollaron varias empresas mineras. Por ese esfuerzo fueron bautizados como “Las Cinco Barretas de Cuyuma”.
“El minero tiene mucho de aventurero, pero Baertl unió a las virtudes del explorador, otras de un carácter más sublime como son la fe en el Perú, la constancia y un afán puramente optimista. Solo, a caballo o a pie, recorría los Andes buscando sus secretos mineros”. Así se lo describe en el libro “Cultura del Éxito” de la Comisión del Centenario de la Sociedad Nacional de Industrias.
Y llegó a encontrar esos secretos mineros. Regresó a Lima después de casi 26 años en las principales zonas mineras delos Andes, en 1942, y asumió la gerencia de Castrovirreyna Metal Mines Co. y la de Volcan Mines Co. Ese mismo año, sus amigos Aquiles y Axel probaron suerte en el yacimiento Milpo. Cuando se dieron cuenta de que el área era potencialmente minera llamaron a Ernesto y las demás “Barretas de Cuyuma”. Así, el 6 de abril de 1949, se fundó la Compañía Minera Milpo S.A., hoy una de las sociedades de la mediana minería más importantes del país.
Durante el resto de su vida promovió varias empresas mineras, como el Sindicato Minero Pacococha, las Minas de Cobre de Chapi, Minas de Arcata, Cobre Acarí y la Minera Sayapullo. “Mi padre nunca llegó a tener más del 10% o 15% de ninguna compañía que fundó. Siempre trataba de promover nuevas aventuras para juntos sacarlos adelante”, asegura su hijo.
Además, fue vocal del Consejo Superior de Minería y presidente de prácticamente todas las instituciones del sector: la Sociedad Nacional de Minería y Petróleo, la Sociedad de Ingenieros, el Instituto de Ingenieros de Minas del Perú, el Banco Minero y el American Institute of Mining Metallurgical and Petroleum Engineers, sección local.
En plena actividad profesional, Ernesto falleció el 30 de enero de 1970, a la edad de 77 años, de un aneurisma. Fue de un momento a otro, nadie se lo esperaba. Pero el legado de don Ernesto Baertl no se ha derretido en el crisol del tiempo, que todo lo funde. Por el contrario, su obra se ha impregnado de seguidores que han hecho del Perú un país minero por excelencia, de aquellos que están dispuestos a cumplir los retos que el respeto al medio ambiente y el entorno social exigen.