Tiene 55 años. Fue primera dama de Estados Unidos entre 2009 y 2017. Está casada con Barack Obama y es madre de Malia Ann y Natasha. Estudió en Princeton y en la Facultad de Derecho de Harvard. El año pasado publicó su autobiografía, “Mi historia”, uno de los mayores bestsellers de los últimos tiempos.
¿Qué le sorprendió del proceso de escritura de “Mi historia”?
El proceso acabó siendo algo muy importante para mí. Dediqué mucho tiempo a pensar y reflexionar, que es algo que apenas pude hacer durante prácticamente una década. Desde que Barack inició su campaña a la presidencia, cada día fue como un sprint, así que agradecí poder bajar el ritmo un poco y preguntarme: “¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Dónde dio un giro mi historia?”. Descubrí muchísimos pequeños momentos, que mucha gente quizá desconozca, pero que fueron realmente esenciales para convertirme en la mujer que soy.
¿Qué esperaba conseguir al escribir sus memorias?
Mi principal aspiración era crear algo que pudiese ser útil para otras personas, darles algo que pudiesen usar en sus propias vidas. Así que me centré en contar mi historia con la mayor sinceridad posible. No buscaba ajustar cuentas ni ofrecer un relato político pormenorizado, sino acercar a los lectores la experiencia de una niña que creció en una familia de clase trabajadora del South Side de Chicago y que llegó a ser la primera dama de Estados Unidos.
No oculta que la época en que ejerció la abogacía no fue un periodo feliz de su carrera. ¿Qué consejo daría a quienes no están seguros de cuál es su camino y necesitan ayuda para reconocer su pasión?
Si tienen la suerte de poder plantearse si su carrera los satisface o no –hay mucha gente que no tiene esa suerte–, creo que lo mejor que pueden hacer es escucharse a sí mismos. Hacer un verdadero esfuerzo por escucharse. Y asegurarse de que no están intentando cumplir las expectativas que otros han depositado en ellos. Ese fue mi problema. Me pasé mi primera juventud intentando cumplir con todo aquello que creía que la sociedad esperaba de mí, hasta que me di cuenta de que eso me estaba haciendo infeliz. Pasé por un periodo de intensa introspección. Escribí diarios. Y tomé conciencia de que lo que realmente necesitaba hacer era ayudar a otras personas, lo que me llevó a orientar mi carrera hacia el servicio público. Así que les diría que se esfuercen por escucharse a sí mismos y dejen de prestar atención a todo lo demás.
Durante su vida ha pasado por épocas buenas y malas, y también ha vivido muchísimas situaciones inimaginables. ¿Cómo se ha adaptado al camino impredecible que le ha tocado recorrer?
He aprendido que a veces hay que soltar las manos y dejarse llevar por la montaña rusa. No hay libro de instrucciones que valga cuando una debe compaginar la crianza de dos hijas pequeñas, un trabajo exigente y un esposo que tiene elevadas metas; o cuando las hijas son algo mayores y una tiene que decidir qué tratamiento emplear para dirigirse al primer ministro que tiene sentado al lado en la cena.
Escribe sobre sus luchas internas, y en ocasiones se cuestiona si es usted lo suficientemente buena. ¿Tiene alguna recomendación para aplacar las inseguridades?
Puede que haya tenido ciertos éxitos en mi vida, pero no he olvidado la vergüenza que sentí cuando me equivoqué al deletrear una palabra delante de mis compañeros de preescolar. Aún recuerdo mis inseguridades por ser una estudiante de clase trabajadora y perteneciente a una minoría en un campus de gente con dinero y mayoritariamente blanca. Lo que me ha ayudado ha sido hacerme mayor y vivir lo suficiente como para superar algunas de esas inseguridades, y darme cuenta de que no son el fin del mundo. De hecho, pueden suponer un nuevo comienzo. Evidentemente, esto no hace que sea más fácil pasar el mal trago, pero, al final, las inseguridades pueden ser útiles, siempre que no dejemos que determinen cómo nos vemos a nosotros mismos. Todo forma parte de nuestra historia.