Sus obras forman parte de importantes colecciones internacionales como la Noble Collection (Zurich), la del 21c Museum (Kentucky), la de Aníbal Jozami (Buenos Aires) y la de la Pinacoteca de Sao Paulo, entre otras. Además, Silvana es socia de la Ginsberg Galería, que estrena nuevo local, y esposa del coleccionista Alfredo Barreda.
Por Renato Velásquez
Silvana sintió el impulso artístico desde su más tierna infancia. “De niña me pasaba horas dibujando”, cuenta. Recuerda que creció rodeada de arte en su casa de La Planicie, porque su madre, Patricia Fedón, era muy aficionada a la escultura en cerámica, y tenían algunos cuadros heredados de su abuela.
Probablemente, a Silvana la vocación artística le viene de esa rama de su familia: su abuela era la recordada compositora de valses criollos, polkas, marineras taurinas y huaynos Carmela Russell de Orbegoso, quien fue distinguida con la medalla del Congreso de la República y recibió el último adiós en el Museo de la Nación, en 2014.
“Mi mamá creció en una hacienda en Cajamarca. Por eso mi casa era como una casa de campo: con gallinas, conejos, etc. Teníamos cuadros, pero no éramos coleccionistas, como sí lo soy ahora con mi esposo”, indica Silvana.
La colección que el abogado Alfredo Barreda y ella poseen es una de las más prestigiosas del país. “Tiene una personalidad: básicamente es arte moderno peruano. Ahora nos estamos dedicando también a comprar arte contemporáneo, pero esa colección todavía la tenemos guardada”, explica.
Su colección se expuso el año pasado en el Icpna, y en ella destacan obras de Fernando de Szyszlo, Tilsa Tsuchiya, Gerardo Chávez, Ramiro Llona, entre otros. También es muy comentada la colección de esculturas que ocupa el jardín de su casa, donde reposan el “Minotauro” de Gerardo Chávez, algunas “Voladoras” de Marina Núñez del Prado, obras de Felipe Lettersten, Álvaro Roca Rey, y piezas del colectivo cubano Los Carpinteros.
“El arte nos une, toda nuestra relación está marcada por él”, dice Silvana sobre su matrimonio con Alfredo. “Todos nuestros viajes, por ejemplo, giran en torno a esto. Nunca nos perdemos la Bienal de Arte Contemporáneo de Venecia, donde mi marido es parte del patronato”.
Diseñadora de formación
Silvana estudió Diseño Gráfico en el Instituto Toulouse Lautrec de Lima, y complementó su carrera con cursos en Parsons y la Rhode Island School of Design (RISD), dos de las instituciones artísticas más importantes de Estados Unidos. En Lima fue copropietaria del estudio de diseño gráfico Abadía-Pestana, que tuvo entre sus trabajos más destacados la creación del logotipo del Museo de la Nación.
En los años noventa, su profesión la llevó a Nueva York, donde trabajó en la agencia de publicidad Pluzynski & Associates. Allá fue directora de arte de la cuenta de la marca Coach. “Mi labor consistía en diseñar el concepto gráfico de los catálogos de cada temporada y producir todas las piezas gráficas de la marca, empezando por el diseño, la elección del fotógrafo y las modelos, de la locación donde fotografiar, la dirección de fotos, etcétera… hasta diagramar los artes finales y supervisar la impresión de los catálogos y las piezas gráficas”. Tuvo la oportunidad de trabajar con fotógrafos de la talla de Patrick Demarchelier, y modelos como Christy Turlington y Laura Ponte.
Después, fue contratada por los almacenes de lujo Bergdorf Goodman. “Fue una experiencia increíble. Trabajé como directora de arte en el departamento de publicidad de la tienda, donde me encargaba de diseñar todas las piezas gráficas publicitarias, además de la dirección de arte de las sesiones fotográficas de modelos y de los still life. Junto a otras dos diseñadoras, elegíamos las locaciones de los photoshoots, a las modelos y los fotógrafos ideales para cada campaña”, cuenta Silvana.
Tras varios años en Estados Unidos, regresas al Perú. ¿Cómo era el panorama artístico en la Lima de ese entonces?
Yo regreso a finales de los noventa, cuando en el Perú se dieron cambios económicos y políticos radicales: se pasó del capitalismo estatal al capitalismo privado, se captura a Abimael Guzmán y, con esto, se logró la pacificación del país. Esto trajo un crecimiento económico que generó optimismo y muchas expectativas. El mundo del arte se vio beneficiado poco a poco con estos cambios, se abrieron nuevos espacios de exposición. Y la pintura en el Perú pasó a segundo plano, dando paso a un arte distinto, a la instalación, el videoarte, la fotografía, la performance.
¿En qué momento decidiste dedicarte a la actividad creativa a tiempo completo?
Desde que estudiaba Diseño, cuando no existía la computadora y todo era absolutamente manual. Soy de la época del tiralíneas, las escuadras, el rotring, el letraset, el aerógrafo, y de crear las mezclas de color con témpera y pincel. La formación de un diseñador gráfico es muy exigente en cuanto a perfección y pulcritud, es algo que tengo interiorizado y se trasluce, creo yo, en mi trabajo.
¿Y al arte plástico a tiempo completo?
Es algo que tenía pendiente. Cuando tuve que decidir entre estudiar Diseño Gráfico o Artes Plásticas, me fui por el diseño, pero siempre pensé que debí elegir lo contrario, aunque siento una fascinación por el diseño, la composición, la diagramación y, sobre todo, la tipografía. Al poco tiempo de regresar de Nueva York al Perú, trabajé por siete años como directora de arte en una compañía de productos de belleza. Salí embarazada de mellizos y tuve que dejar el diseño porque el embarazo en un inicio se complicó, y debí guardar cama por dos meses, sin moverme. Cuando nacieron mis mellizos, hace doce años, empecé nuevamente con la pintura a tiempo completo. Un día conocí a Rocío Rodrigo; ella me animó a exponer, a dedicarme con más intensidad a producir con un sentido.
El arte como forma de vida
Te inspiras mucho en la Amazonía. ¿Por qué?
Abordo la catástrofe socioambiental provocada por la minería ilegal, particularmente la de la extracción aurífera en la selva. El oro obtenido con arrasamientos impresionantes que ninguna tendencia artística confronta. Ni siquiera aquella principalmente motivada por la vocación de denuncia. Política o social o ecológica. Un silencio tal vez vinculado a cierta consideración aberrante por depredadores cuyo supuesto origen popular pretende eximirlos de toda responsabilidad hacia la tierra y sus habitantes. Contemplamos, así, la tristeza infinita de una izquierda paradójicamente hermanada, en algunas de sus franjas, con el capitalismo más depredador y salvaje. Destructor absoluto de toda natura o cultura: devorando la Amazonía con ríos de mercurio; reintroduciendo los sistemas más primitivos de esclavitud y sometimiento; diezmando bosques y poblaciones nativas; prostituyendo adolescencias e infancias…
Eres socia de la Ginsberg Galería. ¿Es un buen negocio tener una galería hoy en día en Lima?
Es un negocio muy interesante, divertido, pero duro. De un trabajo muy intenso… con muchas satisfacciones, pero muy intenso.
¿Qué proyectos tienes para este 2019?
He sido invitada a exponer en junio en Londres, en The Fashion and Textile Museum. También estoy trabajando en mi próxima individual, que presentaré en setiembre en Ginsberg, y participaré en una feria en Miami a fin de año.
¿Consideras que un artista puede vivir de su arte en nuestro país?
Vivir exclusivamente del arte en el Perú es muy difícil, si no imposible. Inclusive en los países desarrollados es muy difícil hacerlo.
¿Qué consejos darías a un artista joven y desconocido que quiera iniciarse en este camino?
Le aconsejaría que se prepare académicamente, que estudie si es posible en los mejores lugares. Que se especialice. El arte ahora es una profesión como cualquier otra. Que profundice en las técnicas, que lea mucho, que vea cine, que viaje, que se culturice en todos los aspectos para que su obra sea interesante y tenga contenido. Mientras más te enriqueces intelectual y espiritualmente, y mientras mejor leas el pasado y el presente, tu obra será más completa.