Conversamos con la escritora en habla hispana que más libros vende en el mundo a propósito de la publicación de su última novela, “Largo pétalo de mar”. En esta entrevista, la chilena nos habla de cómo se vive el amor a los 76 años, del feminismo y de su rutina para continuar más vigente que nunca en el mundo de la literatura.
Por María Alejandra López
El diario El País dice que eres la escritora más leída en español. ¿Qué representa ese honor para ti?
Eso sucede en un círculo externo que no me afecta. Sigo teniendo mi vida privada: el pequeño círculo que conforman mi familia y mis amigos. La cantidad de libros que vendo no es mi vida. Mi vida es tratar de escribir un libro y hacerlo de la mejor manera posible. No me planteo esto como una carrera, sino como un camino.
La escritora peruana Gabriela Wiener señala que existe una mirada machista en los escritores que critican tu éxito. ¿Compartes esa opinión?
Sí, hay una mirada machista, pero no solo conmigo. Existe machismo en la literatura y en otros ámbitos del conocimiento humano. Es una de las cosas que estamos tratando de combatir y, felizmente, cada vez hay más mujeres que son publicadas. La crítica ya no lo puede ignorar.
Sueles decir que eres una “eterna extranjera”. ¿Cuál es el lugar en el que conservas tus mejores memorias?
Es difícil decirlo, pero creo que la memoria más feliz de mi vida fue cuando nacieron mis niños. Teníamos una casita chica en La Reina, Santiago; teníamos poco dinero y trabajábamos mucho. Mis suegros vivían al lado y había una sensación de comunidad. Era periodista y sentía que pertenecía a un lugar: Chile era mi país y mi casa. Esa fue una época muy feliz de mi vida, pero no me quejo porque ahora también tengo una vida muy buena (actualmente vive en San Francisco).
Sí, me he enterado que te casas en un mes. ¿Alguna vez imaginaste que te volverías a enamorar?
No, no lo imaginé. Tenía 73 años, había terminado mi relación con Willie (Gordon, su exesposo), vendimos la casa y compré otra casita muy pequeña con un solo dormitorio. Mi idea era vivir tranquila con mi perro y escribir. No imaginé que me iba a caer un novio. ¡Ha sido de una manera mágica!
¿Te sientes feliz?
Sí, súper feliz. Ha resultado de manera mágica. Cuando una es joven y se enamora, los hombres son como proyectos. Una se enamora de alguien y lo quiere cambiar: quieres que se vista mejor, que coma mejor, que tenga mejores modales y que te trate mejor. A mí edad ya no quieres que esa persona cambie, porque cualquier cambio es para peor. ¿Qué pasa con la edad? Los cambios deterioran a las personas… (risas). No quiero que Roger cambie por ningún motivo. Quiero que se quede tal y como está. Así lo quiero mucho.
Se dice que cada persona tiene solo un gran amor. ¿Qué opinas de esa afirmación?
Cada vez que me he enamorado o casado, he estado profundamente enamorada. Conocí a mi primer marido cuando tenía 16 o 17 años, y fui muy feliz con él por 20 años. El matrimonio debió terminar en ese entonces, pero viví nueve años más con él. Con relación a Willie, me enamoré mucho: dejé todo y me fui a vivir con él a California. Esa relación también duró 20 años, y me demoré ocho en terminarla. Ahora sé que mis relaciones duran aproximadamente 20 años. ¡Mis amores son intensos!
Lo sé porque he leído “La suma de los días”. ¿Has pensado hacer una secuela con lo más reciente que ha ocurrido en tu vida?
No lo creo. Le prometí a mi hijo que nunca más iba a escribir unas memorias. Él se sintió completamente expuesto y traicionado por su madre. Si escribo unas memorias, no sería con ese tono. Tendría que ser algo sumamente personal.
Sobre tu último libro, “’Largo pétalo de mar”. ¿Cómo llegó hacia ti esa historia y qué te inspiró a escribirla?
La odisea del Winnipeg, en 1938, ocurrió antes de mi nacimiento, pero mi familia fue una de las muchas que acogió a los refugiados de la embarcación. Más tarde, a los 18 años, trabajé como secretaria en las Naciones Unidas y mi jefe fue Carmelo Soria, uno de los refugiados del Winnipeg, que murió de manera horrenda en manos de la dictadura chilena. Tiempo después, cuando viví exiliada en Venezuela, conocí a Víctor Pey, otro refugiado del Winnipeg. Él me contó su historia y siempre la tuve presente. ¿Por qué esperé tantos años para contar la historia? Creo que es porque el tema de los inmigrantes y refugiados está muy presente en la actualidad.
¿Con la novela buscas darle una voz a los refugiados del Winnipeg?
No escribo con un propósito ni me planteo darle una voz a la gente. Hay una historia que me importa y que tengo guardada en la barriga más que en la cabeza. Me da vueltas hasta que tengo la necesidad y oportunidad de contarla. Mi propósito no es predicar, solo contar.
Tu obra también es un homenaje a Pablo Neruda, especialmente por el nombre de tu libro. Hoy en día se cuestiona muchísimo su vida privada. ¿Crees que la obra de un autor debe ser medida en base a su vida privada?
Si vamos a ponernos a medir la obra de cualquier creador por su vida privada, no quedaría títere con cabeza. ¡Tendríamos que censurarlo todo! Hay que separar la obra del autor. En el caso de Pablo Neruda, el aeropuerto de Santiago estuvo a punto de llevar su nombre; y, con justa razón, las feministas dijeron que era hora de darle ese honor a Gabriela Mistral. Además, la figura de Neruda es objetable. Lo entiendo, pero su obra no se puede censurar. Olvídate: no nos quedaría música, ciencia y tendríamos que borrar a los muralistas mexicanos.
¿Cómo vives el feminismo?
¡Con mucha alegría! Siento que el movimiento se ha revitalizado. La generación de mi hija estaba harta de hablar del feminismo, y no se confesaban feministas porque no lo veían “sexy”. La cosa estaba dormida hasta que llegó esta ola de muchachas jóvenes con gran entusiasmo e ideas. Ellas dan un empuje nuevo a esta revolución.
Para finalizar y dejarte disfrutar tu regreso a Chile, quería hablar un poco sobre tu rutina. Vargas Llosa dice que él “sin rutina no es nadie”. ¿Cuál es la rutina de Isabel Allende?
No tengo la disciplina increíble de Mario Vargas Llosa, pero sí soy un poco disciplinada. Empiezo a escribir un libro el 8 de enero y me siento a escribir hasta que lo termino. Eso me ha permitido escribir 24 libros en 35 años, aproximadamente un libro cada 18 meses. No tengo una disciplina militar. Me doy tiempo para vivir. Tengo que ocuparme de mi fundación, mi familia, y ahora del amor. El otro día alguien me preguntó cuántas horas escribo al día y le dije: eso depende de si tengo amante o no. Tengo muchas ganas de seguir escribiendo, porque es lo único que sé hacer.
Leí en una entrevista que dices que escribir te da placer…
Investigar, corregir y estar sentada todo el día es un trabajo, pero es un trabajo que hago feliz. Si no fuera escritora, habría tratado de hacer cualquier otra cosa creativa que me hubiera permitido trabajar bajo mis propias reglas. No me hubiera gustado estar sirviéndole el café a un jefe. Valoro la libertad que da el trabajo creativo.