Dos grandes creadores peruanos han unido sus fuerzas para dar vida a un libro monumentalmente bello. Se trata de un recorrido colorido, poético e inquietante por el universo de los monstruos más conocidos de la literatura y de la mitología universal. También es un llamado a la tolerancia y una gran obra de arte, por supuesto. ¿Qué tan monstruos son sus autores?   

Por Gabriel Gargurevich Pazos

“Anoche me acosté como a las seis de la mañana… Pero estuve pintando, ¿ah? Lo que pasa es que suelo trabajar de seis de la tarde a cuatro de la mañana… De noche es mucho mejor: no hay teléfonos, no suena el timbre… Igual, no es que me visite mucha gente… Siempre ha habido una especie de temor a visitarme: ‘No vaya a ser que saque el revólver’, dicen… Se ha creado un mito social en torno a mí que, en cierta forma, me conviene: eso me da cierta independencia… Pero, ¿es realmente un mito? ¡A veces pienso que no!”.

Lo anterior podría haber salido del libro “Dime, Monstruo”, si estuviese escrito con la prosa impecable y alucinada de Carlos Herrera. Pero no, no se trata del testimonio de uno de los veintinueve monstruos célebres de la literatura y mitología universal incluidos en este impresionante libro; se trata de las palabras del artista que lo ilustra de manera magistral: José Tola.

El escritor y diplomático Carlos Herrera (Arequipa, 1961) y el artista plástico José Tola (Lima, 1943) han aceptado conversar de “Dime, Monstruo” (El Taller Amarillo, 2014) en la casa de este último. Pero empezamos hablando de la leyenda en torno al artista. Herrera le ha aceptado un vaso de whisky a Tola y, con la actitud de un cowboy cansado –“Hoy ha sido un día muy agitado”–, responde a mis preguntas.

El libro en realidad está escrito desde 2010, cuando Carlos regresó de París, luego de trabajar como representante permanente alterno del Perú en la Unesco, de ser encargado de negocios de la embajada peruana en Francia, y de estar al frente del consulado. Al inicio, “Dime, Monstruo” fue pensado como un libro de pura literatura, pero la idea de ilustrarlo fue algo que fue cayendo por su propio peso.

“Yo sirvo de parangón para que ella brille sobre lo humano y dé cuenta de lo divino. Mi monstruosidad es la condición necesaria de su belleza”, dice Quasimodo en el libro. Sin duda, la belleza de los textos fue uno de los factores que hicieron que Tola aceptara representar las interpretaciones que Herrera había hecho de los monstruos. Para Herrera, “no hay artista peruano que haya frecuentado el universo monstruoso de manera más coherente y estéticamente lograda que José Tola”, así que se puso feliz al imaginar a los “desquiciados, coloridos y excesivos personajes” del pintor al lado de sus textos. Medusa, Polifemo, Minotauro, Quimera, Esfinge, Frankenstein, el Pishtaco, el Yeti y el Chullachaqui son algunos de los personajes. Luego se sumó al equipo el diseñador Matthieu Salvage, quien hizo una labor titánica, pues no solo tuvo que “editar” el trabajo de Tola, sino que debió convencer a los editores de que el camino que habían elegido era el correcto: el libro tenía que convertirse en un objeto de arte. “Y yo que pensaba hacer un librito con la colaboración de un amigo artista… Nunca imaginé que se convertiría en un proyecto demencial…”, acota Herrera.

Todos somos monstruos 

“Luego de pintar setenta y dos horas, sin parar, sin comer, sin dormir, sin bañarme, entro en una suerte de estado de gracia. Si me dolía la rodilla o la espalda, ahí, pegado al lienzo, no siento nada… Empiezo sin ninguna temática, sin ningún boceto, aunque sí con información y referencias del mundo exterior que días antes recopilé… ¡En realidad, todo el tiempo estoy viviendo dentro del cuadro! Lo atractivo de los monstruos no es tanto la apariencia física, sino su relación con el mundo, su sensibilidad, tomando en cuenta todas las cosas negativas que tienen dentro… Lo mío es tomar lo suficiente como para cambiar de frecuencia; lo mío es bajar al infierno, sentir el peligro de poder quedarme ahí y regresar a la realidad con una visión distinta; lo mío tiene que ver con apropiaciones de la realidad”.

Carlos no escucha lo que me dice el pintor en uno de los rincones de su casa, luminosa y a la vez oscura, con una vista privilegiada de la bahía de Lima, cuyas paredes están revestidas de libros y obras de algunos de los artistas más importantes del mundo. Pero seguro no se hubiese sorprendido.

Luego el escritor me dirá que ya conocía la leyenda en torno a José Tola en 1996, cuando decidió invitarlo a pasar unos días en el departamento que habitaba en Quito, junto a su esposa Véronique y su hija Morgana. Era la época de las negociaciones de paz con el Ecuador, y su labor dentro de la embajada del Perú en ese país era “quirúrgica”, pues había que hacer mucho esfuerzo por crear el clima apropiado. Una exposición de Tola en Quito le pareció una estupenda idea. Le dijo a su esposa: “¿Qué te parece si José Tola se queda unos días con nosotros?”. Véronique, que había quedado fascinada con su obra cuando llegó a Lima en 1986 y vio una exposición que le mostró Carlos, le dijo que le parecía una idea genial. Entonces Carlos agregó: “Te advierto que hay estas leyendas que se dicen de él…”. A Véronique no le importó y apoyó a su esposo. Poco tiempo después, el artista estuvo cuatro días en aquel departamento de Quito, pasando las horas mirando por el ventanal, que ofrecía una estupenda vista de la ciudad. Cerca de ahí estaba el aeropuerto de la capital ecuatoriana, y no mucho tiempo atrás se había estrellado un avión en el edificio de al lado. ¿Se estrellaría otro en el edificio de los Herrera? Lo cierto es que José fue un huésped ejemplar. Tanto así que ahora Carlos se anima a decir: “Fue el hombre más civilizado que ha pisado mi casa. De verdad. Así lo conocí, pero luego nos seguimos viendo y nunca vi algo que confirmase la leyenda negra. Todo lo contrario… Luego de su estancia en mi departamento en Quito, mandó una carta bellísima a la familia, expresando sus emociones, sensaciones, agradeciendo… Incluso había un mensaje a mi hija Morgana, que en ese entonces tenía cinco años y lo veía como un monstruo sagrado…”.

Literatura y arte

Carlos entró a la literatura por la puerta fascinante y repugnante de los monstruos. Las imágenes que se mostraban en la Enciclopedia Estudiantil Superior de aquellos años sesenta lo impactaron de tal modo que a los seis años leyó “La Odisea”: quería conocer la historia detrás de los seres enormes de seis cabezas, de los cíclopes, de las sirenas… Su abuela le enseñó a leer. “Nunca leí tanto en mi vida como entre los seis y los doce años”, dice Herrera. “El fútbol, en todo caso, me salvó de ser un nerd; estaba en la selección de mi colegio en Arequipa”.

La infancia de José también fue un tanto ermitaña. Su madre le decía que no servía más que para pintar. Pasó por nueve colegios y eso hasta ahora le intriga: “Siempre le pregunté a mi madre por qué tantos… Quizá no pagaba… ¿Si me botaron de algún colegio? Sí, del Pestalozzi, pero fue una confusión: el director pensó que estaba chapando con una alumna en un salón”.

José cuenta lo anterior luego de darle un sorbo a su vaso de whisky. De pronto, su novia, la ministra de Cultura, Diana Álvarez-Calderón, hace su aparición en la sala-estudio-biblioteca-taller. Y da su aporte respecto a la leyenda en torno a Tola, contando lo siguiente: “Una vez estábamos en un restaurante y un joven psicólogo se acercó a nuestra mesa porque quería hablar conmigo de las corridas de toros. Yo le dije que no quería hablar de ese tema. Ante su insistencia, le dije que, así como pienso que hay cultura alrededor de los toros en la sierra, Acho no es lo que realmente representa a la tradición taurina a lo largo de todo el territorio. Pensé que ahí acababa la cosa, pero siguió. Entonces José se levantó de la mesa y lo estrelló contra la pared, agarrándolo del cuello. Inmediatamente llegaron los mozos y echaron al señor del restaurante, pero la cosa siguió afuera, porque empezó a insultar a José… José tuvo la paciencia, aguantó, pero ese señor se pasó de la raya… ¿Si es un mito eso de que José tiene un lado monstruoso? Sí, me parece que es un mito”. Y Tola, que la había estado mirando sin pestañear, suelta una risa breve, como un gruñido.

Carlos, que acaba de ser nombrado embajador del Perú en La Haya, tiene una reflexión final: “Llamamos monstruoso a aquello a lo que no estamos acostumbrados. El hecho de ser un monstruo de cualquier naturaleza, moral o natural, obedece a un conjunto de circunstancias que se entrecruzan; es algo que le puede pasar a cualquiera. Hay que ser muy prudente antes de juzgar a cualquier tipo de monstruo; más bien hay que ser compasivo; ¿pero cómo ser compasivo con un monstruo que mata quince mil personas o que viola niños? Es complicado, pero se puede hacer un esfuerzo por comprender a todo ser humano. Al final, todos somos parte de una misma especie. Uno nunca sabe qué tanto de monstruo tiene”. n