Desde finales de abril, Lucho Cáceres ha comenzado a darle vida a Sebastián, su personaje en Nunca llueve en Lima, escrita por Gonzalo Rodríguez Risco y puesta en escena bajo la dirección de Alberto Ísola en el Teatro Británico. En esta conversación hablamos sobre el significado que tiene la obra y la manera en que su formación como abogado ha influido en su trabajo como actor.
En Nunca llueve en Lima, ¿qué papel juega la lluvia y qué metáfora representa?
La lluvia, de hecho, es el instrumento que limpia esa casa que metafóricamente representa a Lima, nuestra ciudad, nuestro país. Es ese baño que cae y nos quita taras y prejuicios. Pero es una metáfora de que en realidad no limpia nada, porque la suciedad queda por dentro y todo eso a veces se percute.
¿Qué suciedad debe limpiar en la obra?
Esta familia patriarcal está encabezada por Rafael (interpretado por Carlitos Tuccio), que es un hombre mayor lleno de prejuicios. Como es nuestra ciudad, ¿no? Con todo ese racismo, ese clasismo. En el medio, en el momento más álgido llega a comprar la casa una familia encabezada por Pold Gastello, de otro color de piel. Entonces cae esa lluvia, esa inundación en Lima, como para acabar con esto.
¿Cómo se desenvuelve tu personaje en esto?
Mi personaje es la víctima más afectada. Es Sebastián, el hijo de Rafael. Todo lo que ha pasado lo ha llevado a límites en los que clínicamente no se encuentra bien, se va al panic shock, y el detonante definitivamente es el padre. Creo que son estas cosas del padre las que lo vuelven loco. Cuando leí el personaje pensé que podía hacer mucho por él, porque son cosas que he vivido. Tengo un sector familiar muy muy parecido a esa familia.
¿Te parece que la obra se está presentando en un contexto oportuno?
Leí una entrevista a Alberto donde sí la linkeaba a la coyuntura política. A mí me parece que es algo atemporal, si estuviésemos en las elecciones pasadas sería muy parecido. Creo que es un cáncer que el Perú viene padeciendo hace mucho tiempo y andamos con quimio. Aunque por momentos siento que hemos hecho metástasis y que ya no podemos caer más bajo, pero no sé hasta dónde podemos caer. La otra vez conversaba con un amigo y le dije “no podemos caer más, quisiera que ya estuviéramos en el fondo y no podamos caer más.”
Tú estudiaste derecho. ¿Sientes que hay algún paralelo entre lo que aprendiste en la carrera con tu papel como actor?
Creo que el derecho es una carrera que la aplicas todos los días en tu vida. Los primeros años me sentí medio frustrado, porque entré a comunicaciones y decía “¿para qué estudie esto?” Pero conforme han ido pasando los años, cada vez lo agradezco más. Creo no hubiese sido el mismo actor si no hubiera pasado por la facultad de derecho.
¿Te ayuda a ponerte en el lugar del otro?
Totalmente, casi siempre me pongo de abogado del diablo. Pienso cuál sería la salida del otro, qué argumento usaría. Te ayuda a encontrar siempre el supuesto justo medio. El derecho es una carrera muy de criterio. A veces no necesitas conocer el código civil o algún artículo de la constitución para darte cuenta dónde estaría ese justo medio.
¿Y te quedan amigos abogados con los que hables de política?
Sí, yo tengo un chat con amigos de la universidad, donde somos veintitantos. Y, mira, yo puedo comprender y ser tolerante con pasiones y opciones políticas, pero no entiendo a los abogados fujimoristas. No los comprendo, me parece que pasaron por la facultad por gusto. Ellos son lo que sacan lo peor de mí. Les pregunto “¿qué, no se acuerdan lo que nos enseñaron?”… Y encima ejercen.
¿Qué otros proyectos tienes?
Ahorita estoy con Nunca llueve en Lima, pero también con la novela “El regreso de Lucas” con Telefé, de Argentina, y con América, una co-producción. Un guion que nunca había tenido en mis manos, de televisión, muy bacán. No hay malos, no hay buenos, todos cometen errores. No existe el o la protagonista inmaculada. Puede morir cualquiera en cualquier momento, como me gusta. Con antihéroes, como es la vida. Digno de Netflix.
Alguna vez dijiste que te sentías bien que cuando te llamaban simplemente actor y no te encasillaban en la tele, el cine o el teatro. Pero, ¿te sientes más cómodo en alguno de estos lugares?
No, no sé qué pase de acá a un tiempo, pero actualmente no. Cada uno tiene un nivel de exigencia. Si los comparo siempre empatan los tres. Cada uno tiene sus pros y sus contras. Creo que los tres se retroalimentan. No me imagino haciendo sólo teatro, o sólo cine o sólo tele. Siento que si pasara mucho tiempo haciendo uno solo no podría regresar a los otros.
Hay actores que en su proceso de creación se meten tanto en su papel que terminan actuando como sus personajes en el día a día. Cuando trabajas proyectos a la par, ¿cómo haces para delimitar entre uno y otro papel?
No tengo muy clara esa parte de mi método. Fluye, me va. De hecho hay una especia de una osmosis, como la llamaba Al Pacino, cuando vas construyendo tu papel: todo lo que está a tu alrededor lo asocias al trabajo que estás haciendo. Si ahorita estuviese leyendo un guion o ensayando una obra en la que tendría un hijo cómo tú, entonces te estaría alucinando y pensando “este pata es como me dice el guion, entonces lo uso”. O de pronto salgo a correr y veo a alguien en una ventana discutiendo y todo se va metiendo en esta construcción. No es que tú prendas la esponja que tienes adentro, sino que va dando vueltas y no sabes en qué momento del proceso va salir. Y cuando sale pasa algo mágico.
¿Y llega a haber un desgaste?
Hay un desgaste que a veces se puede reflejar en tus relaciones personales. Pero también es un desgaste que existe no sólo en un actor, sino en cualquier persona. Tal vez ese día tuviste problemas en el trabajo, no quieres hablar, capaz solo quieres echarte un baño e ir a dormir. No es que el personaje esté adentro tuyo. Por lo menos conscientemente nunca me ha pasado.
¿Tienes algún personaje soñado, alguno que te hubiera gustado o te gustaría interpretar?
Hasta hace un tiempo no tenía una respuesta. Pero uno de los primeros personajes que conocí de niño es Edmundo Dantés, el conde de Montecristo, aunque ya no esté en edad para hacerlo sobre todo en la parte de joven. Pero me gusta mucho ese personaje, por el tiempo que pasa en la cárcel, cómo lo mantiene vivo la venganza, su amistad con el abad de Faría, que lo cultiva y le enseña. Me parece que es una historia que tiene todo.
Por Omar Mejía Yóplac
Fotos de Jimena Gallarday
Video de Jimena Gallarday y Javier Zea