Luego de 4 años de conocerse Ana Masías y José Tola se casaron en febrero de este año. Pocos días después de su muerte, la viuda del artista asume la misión de inmortalizar el legado de su difunto esposo. No te pierdas este miércoles la versión completa en esta semblanza tu revista COSAS.
Creo que siempre estuvimos conectados, de algún modo más allá de mi entendimiento, pero nuestros caminos no se cruzaban, no era el momento. Ambos vivimos en México en los noventa, hasta coincidimos en barrios cercanos (él en San Ángel y yo en Coyoacán), pero en ese tiempo él tenía cincuenta años y yo, cinco. Sí, aunque parezca imposible, nos llevábamos 45 años.
En 2012, cuando yo cursaba mi cuarto año de Pintura en la PUCP, él era un consagrado pintor que ya había de tantas muertes nacido. Fue en 2014 la primera vez que nos vimos en persona, yo estaba por terminar mi carrera y llevaba un curso de edición de grabados. Cuando el profesor Alberto Agapito dijo: “¿Quién quiere hacerle la edición a Tola?”, me adelanté a todos mis compañeros con un entusiasmado: “¡Yo!”. Para ese entonces ya era una gran admiradora de su obra, desde mi lugar de alumna de arte que tiene la maravillosa oportunidad de encontrarse con el inalcanzable maestro. Un maestro que conocí silencioso, con risa tímida, y que realizó un boceto verdaderamente complejo, el cual terminó en una exquisita edición de técnica mixta (intaglio).
Finalizado el semestre, nos reunimos para celebrar y firmar los grabados. Habiendo tomado un poco de Anís del Mono y sacudiéndose de la timidez, brotó de él un personaje adornado de excentricidades, experiencias insólitas, reflexiones elaboradas, erudiciones que lindaban con la fantasía y, por supuesto, consejos para los jóvenes artistas. A mí él me daba curiosidad, me escribía poemas por email para que le diera mi opinión, y en eso se basó nuestra relación por un tiempo, dejándome con una persistente inquietud.