Lee en exclusiva el testimonio de Ana Masías, la artista que logró enamorar a José Tola, y con quien el pintor compartió sus últimos años de vida.

La viuda de José Tola, escribe una semblanza sobre el fallecido artista, en la que recuerda su historia. Imposible perdérselo.

Admiración por el maestro

En 2012, cuando yo cursaba mi cuarto año de Pintura en la PUCP, él era un consagrado pintor que ya había de tantas muertes nacido. Fue en 2014 la primera vez que nos vimos en persona. Yo estaba por terminar mi carrera y llevaba un curso de edición de grabados. Cuando el profesor Alberto Agapito dijo: “¿Quién quiere hacerle la edición a Tola?”, me adelanté a todos mis compañeros con un entusiasmado: “¡Yo!”. Para ese entonces, ya era una gran admiradora de su obra, desde mi lugar de alumna de arte que tiene la maravillosa oportunidad de encontrarse con el inalcanzable maestro. Un maestro que conocí silencioso, con risa tímida, y que realizó un boceto verdaderamente complejo, que terminó en una exquisita edición de técnica mixta (intaglio).

En Vichayito, en 2019. “José me pidió la mano en ese viaje”, revela Ana.

Finalizado el semestre, nos reunimos para celebrar y firmar los grabados. Habiendo tomado un poco de Anís del Mono y sacudiéndose de la timidez, brotó de él un personaje adornado de excentricidades, experiencias insólitas, reflexiones elaboradas, erudiciones que lindaban con la fantasía y, por supuesto, consejos para los jóvenes artistas. A mí, él me daba curiosidad, me escribía poemas por email para que le diera mi opinión, y en eso se basó nuestra relación por un tiempo, dejándome con una persistente inquietud.

Matrimonio civil de José Tola y Ana Masías, en 2019.

Entre el amor y el arte

Finalizado el semestre, nos reunimos para celebrar y firmar los grabados. Habiendo tomado un poco de Anís del Mono y sacudiéndose de la timidez, brotó de él un personaje adornado de excentricidades, experiencias insólitas, reflexiones elaboradas, erudiciones que lindaban con la fantasía y, por supuesto, consejos para los jóvenes artistas. A mí, él me daba curiosidad, me escribía poemas por email para que le diera mi opinión, y en eso se basó nuestra relación por un tiempo, dejándome con una persistente inquietud.

En 2016, la Facultad de Arte y Diseño organizó una exposición de los grabados resultantes del curso antes mencionado, y yo llamé a Tola para decirle que vendiera los suyos. Él me invitó a su casa para conversarlo, y siempre recuerdo esa tarde de verano tan luminosa, dorada… Salió de su taller con su mandil sucio de pintura, con el cabello blanco alborotado, alegre de verme, enmarcando esta alegría en sus espesas cejas negras y en sus ojos, negros también, pícaros. Me dijo:

–­Ana, ¿quieres ser mi novia?

Ana en 2018, difundiendo técnicas de grabado en el Taller Matriz de Alberto Agapito, con sus alumnas de Corriente Alterna.

¡Aún no habíamos tocado el tema de los grabados y yo ya le estaba diciendo que sí! Un “sí” genuino y loco que me brotó del alma en ese momento. El sí de una mujer que siente un flechazo que nos cruzó a los dos. Después de esa tarde, nunca nos volvimos a separar. Yo tenía veintiocho años y él setenta y tres. Era el momento. Yo tenía poco tiempo de haber egresado y mis pasiones eran la pintura, el grabado, la historia del arte… Coincidentemente, las mismas que las suyas. Podíamos quedarnos horas conversando, y era siempre una conversación horizontal, nunca más me sentí una alumna, él me hacía sentir una igual. Aprendía él tanto de mí como yo de él. Él era de la generación de la posguerra y yo, una chica millennial.

Él era tan siglo XX como siglo XXI, era mi conexión con el pasado, aunque siempre insistía que vivía en el futuro, y también tenía razón. Nos complementamos perfectamente, y nuestra convivencia fue muy armoniosa. Nos amamos con generosidad, sin mezquindades, profunda y honestamente. Yo todavía estaba algo confundida en la vida, y él me insistía que no abandonara la pintura, que fuera la novia de él, pero que la pintura fuera “como mi celoso amante”. Siempre me repetía que su sueño era mi realización, no la de él, quizá él ya se sentía realizado.

Tola a los veinte años, en una escena del corto “Circunstancias del milagro”, bajo la dirección de Emilio Martínez Lázaro.

Observaba, discreta, su técnica, perfeccionada con los años de experiencia, y trataba de dirigirla hacia mis propios discursos plásticos, pero me era imposible, siempre emergían de mí los años de estudio en la universidad. Él no hacía mezclas en paletas ni pruebas de color, resolvía la pintura (el color, la composición, el tema) en su mente y pintaba de frente en el lienzo con capas gruesas de materia, con pinceladas enérgicas y sin dudar. Esa experiencia de tantos años de práctica artística se refleja en su obra más madura, y yo lo miraba asombrada, pensando que alguien así solo aparece una vez cada quinientos años. Medio en broma, medio en serio, me gustaba leerle un texto de Giorgio Vasari (1550) sobre Miguel Ángel que me habían hecho leer en la universidad hacía años:

(…) El benignísimo Rector del cielo volvió, clemente, los ojos hacia la tierra y, viendo la inútil infinidad de tantos empeños, los ardientes estudios sin fruto alguno y la opinión presuntuosa de los hombres, bastante más alejada de la verdad que las tinieblas de la luz, resolvió, para librarse de tantos errores, enviar al mundo un espíritu que, en cada una de las artes y en todas las profesiones, fuera universalmente capaz y por sí solo mostrase cuál es la perfección del arte del dibujo, en materia de línea, contorno, sombra y luz, y diese realce a las cosas de la pintura y con recto juicio obrase en escultura (…). Quiso, además, dotarlo de real filosofía moral y darle el adorno de la dulce poesía, para que el mundo lo admirara y escogiera como singularísimo modelo por su vida, sus obras, la santidad de sus costumbres, y la humanidad de todos sus actos; en suma, para que fuera considerado por nosotros como un ser, más que terreno, celestial.

Yo le decía con gran admiración: “¡Tú eres ese espíritu! ¡Vasari lo escribió también para ti!”. Y él nunca lo tomaba en serio.

“Tola dejándome notas, animándome a que no abandonara la pintura”, apunta Ana sobre esta foto.

Tola, un hombre único

Tola admiraba por igual tanto a los viejos maestros como a los grandes del arte contemporáneo; lo último se refleja en su inmensa colección de obra gráfica (417 piezas), cada obra escogida cuidadosamente por él y colocada en las paredes de la casa del mismo modo como pensaba los elementos de su pintura. Siempre se preocupó por difundirla y que fuera un material didáctico, que la obra de estos importantes artistas llegara tanto a aquellos que no tienen la oportunidad de recibir educación en artes plásticas como a aquellos que son conocedores y quieran verla. Sin embargo, este deseo se truncaba por su timidez y su dificultad para hablar en público. Al entender el problema, comencé yo misma a difundir la colección a puertas cerradas, guiando y dialogando con individuos o grupos, con cualquiera que tuviera el interés de conocerla, así como ver el taller de Tola y sus métodos de trabajo.

La pareja en Trujillo, en la Muestra de Arte Contemporáneo Mundial – Colección privada del maestro José Tola.

Un tiempo después, empecé a enseñar Grabado en Corriente Alterna, lo cual me permitió llevar a jóvenes estudiantes ya iniciados en el tema a ver la colección, comprendiendo así que estas visitas son fundamentales para la formación de futuros artistas. Con ayuda de amigos, se creó la Fundación José Tola de Habich, de manera que su legado (tanto parte de su colección privada como su propia obra) se pudiera preservar como un material educativo que esté a disposición del público. El sueño de José era que los esfuerzos de casi sesenta años de dedicación al arte no fueran vanos, que tuvieran una trascendencia, una importancia. Mi sueño es que algún día su obra, su imaginario, simbolismo y colores sean representativos de los peruanos, como Frida Kahlo en México, Van Gogh en Holanda, Picasso en España, Botero en Colombia, por decir algunos ejemplos. Para lograr nuestros sueños y promesas, viendo que estábamos cerca de perder la batalla contra su enfermedad, empecé a estudiar la maestría en Historia del Arte y Curaduría de la PUCP, lo cual lo hizo sentir seguro de que iba a cumplir con él.

Ana guiando a un grupo de diplomáticas y mujeres vinculadas a la cultura a través de la colección de la obra gráfica de José Tola. “La difusión de su legado es una misión fundamental para mí”, dice su viuda.

Antes de saber que estaba mal, José y yo nos casamos en secreto en su taller, un matrimonio civil sencillo y romántico. Decidí agregarme el apellido de Tola, no por un arcaísmo machista ni por sentirme de su propiedad: lo hice por el sincero respeto y la admiración que le tengo, llevo su apellido con orgullo. Luego me dijo que su sueño era casarse en una iglesia y verme vestida de blanco, cosa que yo nunca me había planteado antes y que rompía con todos mis esquemas. Mi enamorado deseo de cumplir sus sueños me llevó a hacer catequesis, confirmación y primera comunión, en fin, una locura de amor. Reservamos una fecha en una iglesia con muchas ilusiones, buscamos el vestido, los zapatos, el terno, el viaje de luna de miel; vivíamos esos días desbordantes de felicidad. Después de un tiempo le diagnosticaron cáncer y nos dieron un pronóstico que parecía una pesadilla, algo irreal, descontextualizado. Llamé a la iglesia a cancelar todo, pues faltaban meses para la fecha que nos habían dado, llorando sin creer lo que estaba sucediendo. En la iglesia nos respondieron: vamos a casarlos en su casa el lunes (y era viernes). Invitamos a familiares y amigos muy cercanos que ya conocían la situación. Me puse mi vestido blanco y me maquillé yo misma; Tola estaba radiante, alegre, ese día iba a ser una celebración de nuestra vida. Fue inolvidable y conmovedor, lleno de sentimientos puros.

Debido a su enfermedad, en los últimos días, Tola había perdido casi por completo la capacidad de hablar. Estas fueron sus últimas palabras antes de morir: “TE AMO MÁS Y ESTOY DE ACUERDO CONTIGO SOY FELIZ”.

Al cáncer le dimos batalla día a día, y superamos el pronóstico inicial por mucho tiempo. Cada día más era un milagro, un regalo de Dios. Tuvo muchos días buenos y otros malos, pero siempre estuvimos juntos, tratando de aliviar los pesares propios de la enfermedad. Los últimos días, José había perdido casi por completo la capacidad de hablar, apenas susurraba. Le dije que cerrara los ojos y me tomara de las manos, y puse un bolero en YouTube: “Nuestro juramento”, de Julio Jaramillo. Bailamos imaginariamente, con los ojos cerrados, él me guiaba con sus manos; fue un momento indescriptible, muy tierno y muy intenso: “Si tú mueres primero, yo te prometo, escribiré la historia de nuestro amor”.

En su última noche, José, que ya no podía hablar, manifestó algunas de sus voluntades por escrito. Cuando nos quedamos a solas, le dije llorando que yo tenía un compromiso serio e importante con él: que iba a defender su legado, preservar su memoria y difundir su obra. Que para mí esta era la manera de hacerlo inmortal y que esa iba a ser la misión de mi vida. Sus últimas palabras fueron escritas con su pulso ya tembloroso: “TE AMO MÁS Y ESTOY DE ACUERDO CONTIGO SOY FELIZ”.