A los 103 años, esta gloria del Star System de Hollywood partió para ser recordado como la leyenda en vida que fue. En la pantalla grande interpretó a héroes como Espartaco, pero en la vida real Kirk Douglas hizo gala de extraordinarias cualidades que lo definen como un incansable luchador en muchos frentes.
Por Gonzalo “Sayo” Hurtado
“Si me ofrecieran rodar mi vida en una película, lo rechazaría”. Y aunque él mismo era renuente a los homenajes o a presumir de su trayectoria, su biografía tiene pasajes tan apasionantes como los de los personajes que interpretó con tanta entrega. Hijo de campesinos judíos provenientes de Rusia, Issur Danielovitch Demsky (su nombre original) supo desde muy pequeño lo que era la estrechez económica mientras fungía de vendedor ambulante y repartidor de periódicos en las modestas calles de Amsterdam, Nueva York.
Asimiló rápidamente el hecho de que su padre abandonara el hogar, mientras en la escuela primaria el teatro, el debate y la oratoria sembraban en él la fascinación por las artes escénicas. Aunque su economía era estrecha, jamás se amilanó por ello y fue lo que sacó a relucir su espíritu de luchador nato. Su ingreso a la St. Lawrence University se dio gracias a que convenció al decano de autorizar su matrícula a cambio de trabajar como jardinero en el campus. En aquella etapa, destacó tanto en el equipo de lucha como en la compañía teatral, graduándose en 1939 en Filosofía y Letras.
Entre el arte y la guerra
Becado en la Academia de Arte Dramático de Nueva York, su vida transcurrió como docente para niños y actor de repertorio de una compañía de verano. Al empezar a relacionarse con aquel mundillo es que se decide a adoptar un nombre artístico y optó por Kirk Douglas. Cuando ya empezaba a pisar los escenarios de Broadway, el contexto bélico lo llevó a enrolarse en la armada y servir en la Segunda Guerra Mundial como oficial de telecomunicaciones.
A su regreso en 1943, fue cuando se involucró por completo en la actuación hasta que su faceta teatral lo llevó al cine, donde debutó en 1946 en El extraño amor de Martha Ivers. Los primeros frutos no tardarían en darse cuando fue nominado al Oscar a Mejor Actor por El ídolo de barro (1949), donde interpretó a un esforzado boxeador cuyas líneas no pudo interiorizar mejor: «No quiero ser toda mi vida un ‘¡Oye, tú!’. Quiero que la gente me llame señor».
Nace una estrella
Su ascenso en Hollywood fue meteórico y pronto acumuló dos nominaciones más al Oscar por su trabajo como un inescrupuloso productor en The Bad and the Beautiful (1952) y el torturado pintor Vincent Van Gogh de Lust for Life (1956). Mientras su fama se asentaba, se hizo muy conocido por su vocación de rebelde dentro de la industria y sus ideas de izquierda, lo que le generó conflictos con las altas cúpulas de la Academia. Pero no sería tampoco su única faceta. El buen Kirk era débil ante las tentaciones y así su matrimonio con su esposa Diana se vino abajo ante los muchos romances en los que se involucró. Marlene Dietrich, Rita Hayworth, Joan Crawford, Mia Farrow, Faye Dunaway y Debbie Reynolds fueron solo algunas de las celebridades con las que sacó los pies del plato.
Luchador por naturaleza
En 1955 rompió con algunos de los preceptos de Hollywood al fundar su propia productora y supervisar muchos de sus nuevos éxitos. Eran años en los que la caza de brujas desatada por el senador McCarthy contra los sospechosos de ser comunistas sacó a relucir la famosa “lista negra”. Todo aquel que ingresaba a ella no solo era víctima del escarnio público, sino que moría en vida al serle negado el trabajo en la industria. Kirk Douglas se negó a ser parte de ese círculo nefasto y lo demostró al producir y protagonizar en 1960 el clásico Espartaco. La historia, sobre un esclavo que inicia una rebelión contra el Imperio Romano, se convirtió en uno de sus papeles más representativos y desfogó mucha de su conciencia social.
Para la dirección tuvo el acierto de escoger al gran Stanley Kubrick, mientras que el guión le fue encargado a Dalton Trumbo, talentoso escritor sindicado injustamente por el Comité de Actividades Antiestadounidenses. Douglas lo hizo adrede para traer abajo aquel orden nefasto y lo consiguió pese a los riesgos y prejuicios. Es por gestos como este que su perfil se volvió icónico en un medio que reclamaba ser dignificado.
Un lugar en la memoria
Hasta ayer, Kirk Douglas era el actor más longevo junto a su gran amiga Olivia De Havilland. Fue parte de la nueva generación de Hollywood que le tomó la posta a estrellas como Clark Gable y Douglas Fairbanks, y aunque fue nominado tres veces al Oscar, tuvo que conformarse con recibirlo honoríficamente en 1996. “Yo estoy orgulloso de haber formado parte de Hollywood por 50 años, pero ahora quiero dedicarle esto a mi esposa”, dijo en aquella ocasión dirigiéndose a su compañera Anne.
Ya bastante maduro nos dejó alguna extravagancia como el vaquero Cactus Jack (1976), o su paso por el cine apocalíptico italiano con Holocausto 2000 (1977) o el ingresar a la aventura espacial en Las galaxias de Saturno 3 (1980) y con candentes escenas junto a Farrah Fawcett. También se dio el gusto de juntar a todo su clan en el drama familiar It Runs in the Family (2003) junto a su hijo Michael y su nieto Cameron. Aunque haya partido, jamás le diremos adiós al sufrido “Doc” Holliday de Duelo en el corral OK (1957), al idealista Coronel Dax de Senderos de Gloria (1957) o al aguerrido Einar de Los Vikingos (1958). En lugar de ello, Hollywood podría ponerse de pie y gritar todos al unísono: “Yo soy Espartaco”.