Sello personal. La elegancia no tiene que ver con lujo, sino con un estilo muy propio de ver la vida. Sofisticada, cosmopolita, artística, sobria o atrevida. Tiene muchas formas y, a la vez, es un rasgo especial. Reunimos a algunas mujeres peruanas elegantes que dejaron una impronta especial, y cuyo estilo personal aún se recuerda.
Por: Rebeca Vaisman
Publicado originalmente en COSAS Moda de octubre del 2016
Clorinda Málaga Bravo
La mayoría de peruanos recuerdan a Clorinda Málaga por el escándalo que supuso su boda religiosa de 1958 con Manuel Prado Ugarteche, meses después que el Vaticano anulase el primer matrimonio del presidente con Enriqueta Garland. Pero Clorinda fue, por supuesto, mucho más que ese momento de su historia: otros la recordarán también como una mujer inteligente y cultivada, que se enfrentó al “qué dirán”, en una época en la que un crimen social era castigado duramente por la aristocracia limeña.
Esta valentía quizás la halló en la confianza en sí misma que forjó al tomar decisiones desde muy joven, debido a la temprana muerte de su madre (falleció cuando Clorinda tenía nueve años) y a su condición de hermana mayor. La periodista Patricia del Río, su sobrina nieta, contó en un reportaje publicado en el 2013 que Prado se enamoró de la elegancia, la inteligencia y el agudo sentido del humor de Clorinda.
Había vivido en París, donde donde era asidua al teatro, la ópera y a grandes bailes. Los modales en la mesa y la buena postura siempre fueron una exigencia que ella imponía. En París, los diseñadores favoritos de Clorinda Málaga eran Coco Chanel y Jean Patou, y en Lima, sus vestidos los hacía Mocha Graña.
Como primera dama, Málaga organizó suntuosas agasajos para los dignatarios y las personalidades que visitaron el Perú, y acompañó a su esposo alrededor del mundo. Clorinda era considerada entre las damas más elegantes por el “Daily Herald” de Londres, y apareció fotografiada muchas veces en la edición estadounidense de “Vogue”.
Angélica Leguía de los Ríos
Tenía quince años más o menos —es decir, no era ya una niña—, cuando se tiraba de cabeza del muelle de Cerro Azul, entre risas y aspavientos. Por aquella época –comienzos del siglo XX—, su padre era jefe del puerto. Y Angélica Leguía no era, ciertamente, una muchacha de sociedad convencional. Siempre la caracterizó un espíritu libre, así como un sentido del humor agudo, que motivaba las risas de sus amigas.
Fue esposa del alcalde de Miraflores, Nicolás Salazar Orfila, quien fue, también, cónsul de Perú en El Havre, en Francia, en los años veinte. Ahí, Angélica conoció al artista peruano Reynaldo Luza, quien le hizo un primer retrato (en total poseyó tres). Sobrina nieta del presidente Augusto B. Leguía, su familia fue deportada en los años treinta y vivió un periodo en Hollywood, codeándose entre productores y personalidades de la época dorada del cine estadounidense.
Se la recuerda como una mujer muy sencilla que tenía una elegancia natural: no era muy afecta a producirse. En los cocteles era común verla con un vestido negro de crepe y un broche antiguo de perlas que pertenecía a su familia, o su broche de brillantes con una esmeralda. No necesitaba más. Se cuidaba mucho las manos, que eran notablemente lindas, y llevaba las uñas largas y rojas, como estaba de moda. Una vida interesante y cosmopolita marcó, sin duda, su estilo personal.
María Luisa Rey y Lama
Fue una mujer distinguida y discreta, con mucho sentido del humor. María Luisa Rey —esposa de Enrique Prado Heudebert— fue el centro de una familia muy unida. También era amiguera y tenía muchos grupos, especialmente aquel que se hacía llamar de las “marteras”, porque todos los martes se reunían a jugar gin: Virucha Graña, Chipi Noriega, Nati Cisneros, Pichona Barreto de Tizón y Carlota Garland eran algunas de sus integrantes. Y, en medio de ellas, Luisa. Muy al contrario de la costumbre en Lima, nunca hablaba mal de nadie.
Durante muchos años, su familia vivió entre Chaclacayo y Ancón, dos lugares que amaba. Era común verla en eventos del Club Nacional y del Casino de Ancón, vestida con algún chal rojo o vestido negro (sus colores favoritos) y siempre muy peinada y arreglada, elegantísima. En la intimidad de su casa, pasaba el tiempo bordando, tejiendo, cosiendo y leyendo mucho. Decorar también le fascinaba, y su casa era otro espacio más donde jugar con su estética. Sus casas tuvieron siempre muchas piezas coloniales heredadas. Se dice que tenía tan buen gusto, que alguna vez que llamó a un decorador para una de sus casas y, al final, él no quiso cobrarle porque buena parte de las decisiones las había tomado ella.
Ysabel Yori Ringgold
Fue una persona de temperamento tranquilo, que rara vez se exaltaba. La sobriedad y sutileza de Ysabel Yori se reflejaba en cada aspecto de su vida, incluso en su manera de vestir y arreglarse. Aún así, el rojo era su color predilecto, y su elegancia se potenciaba con accesorios populares en su época: siempre con guantes y sombreros.
Ysabel tenía pocos amigos. Era un círculo muy selecto, en el que resaltaban personajes como Arturo Jiménez Borja. En su casa predominaba el art déco y el modernismo. Ysabel acompañaba las ideas estéticas de avanzada de su esposo, el italiano Héctor Cánepa. Italia —su arte, su arquitectura, su forma de vida— estimulaba especialmente a Ysabel, al punto que consideró, incluso, mudarse al país europeo con su esposo.
Su estilo de vida giraba en torno a su familia, dedicándose mucho a la crianza de sus seis hijos. Uno de ellos, el conocido diseñador y decorador José Cánepa, encargó en 1973 a Reynaldo Luza un retrato de su madre, que la inmortalizó en todo su atractivo y sofisticación.
Carola Aubry Bravo
Mujer sofisticada, reconocida tanto por su elegancia como por su atrevimiento. Carola Aubry tenía, sin duda, uno de los armarios más admirados y comentados de Lima. La primera esposa del presidente Fernando Belaúnde fue una mujer de muchos talentos e intereses: diseñadora de modas y de joyas, y se dedicó, también, a la pintura y a la decoración. Fue, además, una excelente cocinera y bailarina de marinera. Pero, sobre todo, una anfitriona excepcional, a la que le encantaba rodearse con gente de todos los ámbitos y edades, siempre que tuvieran algo interesante que aportar a la velada.
En su hacienda de Pisco, antes de perderla en la Reforma Agraria, organizaba grandes reuniones donde asistió, incluso, nobleza internacional. Su gusto fue tan adelantado para su época —era una de las pocas mujeres que, por ejemplo, usaba diseños y motivos precolombinos en su ropa y joyas— que, hoy, sus nietas siguen usando los vestidos y trajes que Carola modificaba y hacía a su antojo. Tanto en su vestimenta como en sus decoraciones, le puso color a una Lima gris y cauta.
Isabel Larco Debernardi
Fue heredera de una época de oro. Isabel Larco no solo fue una de las mujeres peruanas más elegantes, sino que consiguió hacerse de ciertos elementos propios que ya son parte de un estilo reconocible: su particular y perfectamente construido moño, es uno de ellos (por cierto, durante años ella misma se lo hizo); su preferencia por los colores y las combinaciones impensadas, es otro. En eventos sociales, donde por lo general el negro prevalece, Isabel destacó con algún conjunto de color fucsia, con un traje amarillo acompañado por una piel blanca, o algún accesorio extraordinario, como una piel azul. Su porte no solo se revelaba en ocasiones elegantes o formales, sino también en momentos más casuales.
Como tenía que ser por su familia —fue hija de Rafael Larco Hoyle, investigador, historiador y coleccionista peruano, fundador del Museo Larco—, Isabel mostró siempre su peruanidad y la hizo parte de su estilo personal, apelando a muchos referentes precolombinos en sus tenidas: como el broche de pájaro mochica y la imagen de Sipán en lapislázuli, que ella misma mandó a hacer y que llevaba con orgullo.
Maria Isabel Pinilla Sánchez-Concha
“Nació para ser gitana con dos ojos verdes que ambulan por las sendas de todos los caminos. Todo en ella es corazón, pasión, sensibilidad y razón de ser”, escribió la gran cronista social de Lima, Marilucha García Montero, en su libro “Detrás de la máscara” (1963), sobre Maria Isabel Pinilla, su amiga íntima. Marisa, como se le conocía, fue hija del cónsul español Antonio Pinilla Rambaud, y esposa del diplomático Manuel Mujica Gallo: quizás la vida protocolar le enseñó la importancia de ser acertado y apropiado para cada ocasión; en esa especial cualidad radicó su elegancia.
Como esposa del embajador de Perú en Austria y España, Marisa tenía la responsabilidad de representar al país en eventos a los que asistían personalidades como la duquesa de Alba y José Ortega y Gasset. Sin importar la reunión o la compañía, quienes conocen a Marisa aseguran que sentirse cómoda —con su atuendo, con ella misma— fue algo que siempre se reflejó en su estilo personal.
Aunque solía usar todo tipo de colores (quizás con una mayor prevalencia de los claros en verano, y los oscuros en invierno), el verde era su favorito, y lo usaba en distintos tonos. Como a su íntima amiga Elvira Luza, la artesanía y el arte popular peruano interesaron muchísimo a Marisa y, por eso, los hizo parte de su estilo de vida.
Un verano europeo, Marisa y su esposo llegaron a un almuerzo en la casa de Pablo Picasso, en Mougins, Francia. Ella llevaba un vestido camisero fresco y simple, en verde y negro, de Silvania Prints (fundada en Lima por Silvania von Hagen), que mostraba reproducciones de Guamán Poma de Ayala: Picasso quedó fascinado por el vestido de Marisa. De hecho, ella siempre procuradó incorporar algún collar o aretes precolombinos a sus tenidas.
Las tradiciones siempre fueron motivo de orgullo para ella: como su devoción por el Señor de los Milagros, y su insistencia en usar morado cada mes de octubre.