Fernando Luque es uno de los actores más respetados y talentosos de su generación y ahora también demuestra su faceta de director. En estas semanas se divide entre su interpretación de Yánek Kaliáyev, en una adaptación de Los justos, de Albert Camus, y su trabajo en la dirección de El estornudo, en el ciclo Por ChéjOFF, de Microteatro. Nos juntamos con él para que nos cuente cómo lo hace posible y qué distancias hay entre una y otra obra.
¿Cómo ha sido la experiencia de estar a la par siendo dirigido y dirigiendo?
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Los justos, donde estoy actuando, tiene un proceso de un año y medio casi, desde que recibimos la obra, la leímos e investigamos un poquito, porque es Camus. Y recién en marzo empezamos a ensayar. Y El estornudo, la obra que estoy dirigiendo en Microteatro, es mucho más reciente. Dos semanas antes del estreno me dijeron que se había abierto un espacio para lo de ChejOFF y me preguntaron si quería dirigir y acepté. Fueron dos semanas intensas, pero pajas.
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Las dos cosas son bien distintas: por un lado actúas en una obra con bastante contenido político y en el otro diriges algo más lúdico…
Sí, El estornudo es más lúdica pero no por eso deja de ser algo serio. Chejov tiene el talento de hacerte reír mientras te va metiendo cosas más duras, verdades difíciles de afrontar. Y es a veces por el sentido del humor que la gente no se da cuenta de lo que está escuchando.
¿Cuál es la parte seria de esta obra?
Hay un incidente en una obra de teatro y se ve cómo un empleado inferior se culpa a sí mismo todo el rato por lo que ha ocurrido, a pesar de que la supuesta víctima de esto ni siquiera sufrió tanto. Pero él se culpa y se culpa hasta que todo termina de una manera muy trágica. Pero todo contado con mucha gracia, con mucho humor.
Los justos en cambio es más explícita en cuanto a su seriedad…
Sí, porque es de un grupo terrorista que está planeando un atentado para derrocar la dictadura del Zar. Entonces, justo antes del atentado, empiezan a enfrentarse a ciertos dilemas morales sobre cuál es la línea que no se debe cruzar al luchar por la justicia. Lo que propone la obra es que el límite es la vida humana.
Dentro de ese dilema, ¿en qué lado está tu personaje?
En el lado más contradictorio. Porque él está luchando por una tierra justa y en la que ya no se necesite el crimen, pero paradójicamente para llegar a esa tierra él está cometiendo un crimen. Porque mi personaje es el que lanza la bomba. Entonces este tipo trata de ser bueno y siente que para ser bueno tiene que matar, y luego siente que lo están forzando pero después se da cuenta que ya asesinó. Y al final tiene que tomar una decisión drástica para que él mismo no se sienta un asesino. Esa es la única parte honorable y creo que es por eso que Camus hace esta obra. Porque, a pesar de ser terroristas que cometen un acto condenable en todo nivel, hay una cosa espiritual que los diferencia de otros terroristas y que es digna de ponerse en escena para comprenderla y saber qué pasa con personas que están dispuestas a sacrificar su vida por una idea.
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¿Cómo así te animaste a ponerte en el papel de director?
Llevando el taller de Alberto Ísola entendí cómo dirigía él. Y un día estábamos ensayando con un grupo de amigos y alguien preguntó si alguno podía dirigir una escena, y yo me animé y me pareció increíble. Porque sientes cómo con tus indicaciones el otro llega a sitios a los que de repente hubiese llegado más adelante, en un proceso más largo.
¿Y no crees que en algún momento esas ganas de dirigir superen las ganas de estar sobre las tablas?
No, no creo. Lo dudo mucho. Puede ser que quite algunos papeles, pero no me voy a volver sólo director. Imposible. Me gusta mucho actuar.
¿Te parece que Los justos se está estrenando en un momento oportuno?
Sí, definitivamente. Cuando comenzamos a hacer la obra nos preguntamos por qué la estábamos haciendo. Porque ninguno de nosotros tiene dudas sobre si meterse a un grupo terrorista o no. Y era para tarar de comprender, desde nuestra contemporaneidad y desde nuestra idea de que no vamos a sacrificar nuestra vidas por nada más que por nosotros mismos, cómo estas personas están dispuestas a sacrificar su vida, su amor y hasta su familia, por una idea de justicia que ni siquiera es demasiado concreta sino más bien abstracta. Además también está el hecho de que así como nosotros no pensamos en eso hay gente que sí lo piensa. Y están ahí. Son pocos, pero están. Sendero está latente en la sierra, hay grupos como MOVADEF, hay gente que no la tiene del todo clara y hay personas que no se lo han preguntado jamás y que deberían preguntárselo. Porque es una cosa muy seria. Si te cogen desprevenido alguien te convence y puedes terminar cometiendo una estupidez. Entonces pienso que es una obra que te hace reflexionar sobre cosas que, por más duras que sean, son necesarias.
Por Omar Mejía Yóplac
Retrato abridor de Erick Andía