Alberto ‘El negro’ Borea , artista plástico y gran animador de la escena cultural local de la última década, partió prematuramente el pasado 8 de Diciembre. El autor de esta nota, amigo cercano, lo recuerda como «un poeta en todo lo que hacía».
Por Carlos García Montero
Alberto Borea era carismático, sensible, agudo y brillante. Tengo la suerte de haberlo conocido bien. Nos conocimos cuando jugaba fútbol en el Zúñiga; era un crack, era el 10. Hay recuerdos de goles legendarios. Fue un poeta en todo lo que hacía. Podría enfatizar la importancia de su obra, hacer un análisis de sus poemarios, pero no lo voy a hacer ahora. Saludo con entusiasmo que se haya descubierto su humor crítico y la importancia de sus objetos; sin embargo, como artista hacía mucho más. Su obra poco a poco se irá comprendiendo y estudiando con el paso del tiempo. Solo así podremos reconocer el verdadero valor de su trayectoria, pues su obra completa y, sobre todo, la obra de los últimos dos años, todavía no se conoce.
Pero dejemos por un momento al artista, porque Alberto era mucho más que eso. Fue un genial, tierno y sensible ‘diablito’, un ‘máster’ en poner ‘chapas’.
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Por eso fue querido por todos, hasta por el mismo diablo. Cuenta la leyenda que en la casa de un conocido coleccionista peruano se realizó un coctel en el marco de un importante evento artístico. El generoso coleccionista invitó a sus amigos, empresarios, políticos y algunas figuras públicas, además de los artistas. Al rato, la gente se puso ‘sabrosa’, se escuchaban vasos rompiéndose, los invitados se reían nerviosos… Los artistas estaban por un lado y los empresarios y las figuras públicas, por otro; un conocido político se encontraba cerca de un pequeño grupo de artistas observándolos y haciendo comentarios a sus amigos, no se sabe muy bien por qué.
Alberto, que estaba dentro del pequeño grupo de los artistas, buscó la mirada del conocido político y con picardía y dulzura le gritó: “¡¡Hey, Virreyyy!! ¡Ven aquí con la gente! ¡Tenemos chelas!”. Y todos se mataron a carcajadas, rompiendo finalmente el hielo.
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Él era eso: conexión, alegría y vida. Los dejo con una instantánea de Alberto, unmensaje de voz enviado a unos de sus amigos una mañana mientras viajaba por las playas de Italia, cuando ya vivía en Berlín: “Estoy tomando mi café en la mañana, comiendo mi pichito, mi bocadillo… la brisa me cae en la pelada… veo unos desfiles… la mañana es linda, sin resaca, estoy pensando en mi arte y digo… la vida es bella. Eso es lo que me gusta a mí… levantar el día en el cafetín, ser poeta de cafetín…”.
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Gracias por tanto, querido Alberto. Que en paz descanses. Nos vemos.
