La doctora Ruth Shady ha sido elegida por la BBC como “una de las cien mujeres más influyentes del mundo” por sus descubrimientos en Caral, pero en el perú recibe constantes amenazas de traficantes de tierras que han invadido terrenos arqueológicos en el valle de Supe. Pese a la desprotección de la policía, ella y su equipo siguen trabajando en los yacimientos de la civilización más antigua de América. Esta es la historia de una mujer acostumbrada a luchar contra la adversidad para poner en valor el extraordinario legado de los antiguos peruanos.
Por Renato Velásquez
Ruth Shady (Callao, 1946) recuerda que la persona que más motivó su amor por el Perú y que definió su vocación por la arqueología fue su padre, a pesar de que no era peruano: “Él era checo, y llegó al Perú cuando tenía 20 años, huyendo de la Segunda Guerra Mundial. Llegó solo con su madre porque su padre, que era catedrático de la Universidad de Praga, fue uno de los primeros que buscó la Gestapo”. Su padre se enamoró rápidamente de nuestro país. Organizaba excursiones familiares a ruinas cercanas, como las del cerro Cantamarca o ferias de agricultores en Huancayo. “Yo regresaba fascinada por lo que veía en esos viajes, y escribía relatos. En mi colegio, el Juana Alarco de Dammert, me inscribí en el grupo de interés en los museos. Solo éramos dos: una amiga a la que convencí yo», cuenta Ruth.
Cuando llegó el momento de postular a la universidad, Ruth tenía su vocación bastante clara: quería ser arqueóloga, así que ingresó a esa facultad de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Durante las mañanas iba a clases, por las tardes era voluntaria en las excavaciones de la huaca San Marcos y aprendía inglés en el Icpna, y por las noches estudiaba Pedagogía a instancias de su madre. “Mi mamá estaba segura que como arqueóloga nunca iba a conseguir trabajo, así que me recomendó estudiar una segunda carrera con mayor empleabilidad”, rememora la doctora.
El decano de Arqueología y Antropología, José Matos Mar, la hizo jefa de prácticas debido a sus excelentes calificaciones, y le dio sus primeras prácticas en el Instituto de Estudios Peruanos, que hacía investigaciones en el valle de Chancay. “No tenía tiempo para nada, ni para tener enamorado”, bromea Ruth. “Una vez iba caminando apurada por el paseo Colón, y me detuvieron unas personas que trabajaban en Canal 4. Me dijeron que mi físico era perfecto para salir en televisión. Yo quedé impresionada, pero les dije que en ese momento estaba abocada a mis estudios”.
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El Perú profundo
Cuando terminó la universidad, Ruth fue invitada por el historiador Pablo Macera a realizar prácticas en Chota (Cajamarca), pero a su madre le pareció un viaje demasiado riesgoso. “Así que el profesor Macera tuvo que ir a hablar con mi mamá para obtener su permiso”, recuerda Ruth, con una sonrisa. Así fue como viajó a Pacapampa, un asentamiento del periodo formativo con arquitectura monumental, vinculado a Chavín.
“Allá fue la primera vez que monté una mula, y aprendí que la mula es más cuidadosa que el caballo”, recuerda. Luego, durante un viaje a Chiclayo, conoció al doctor Walter Alva, quien le mostró unas piezas vinculadas con el yacimiento de Chota, pero que provenían de Bagua. Shady buscó bibliografía al respecto, y no encontró nada. Entonces decidió que su siguiente destino sería Bagua.
“Llegué sin ningún presupuesto. Por aquella época, Bagua era un lugar al que llegaban muchos campesinos de otros lugares para trabajar en los campos de arroz, así que me recomendaron inscribirme en la comisaría para que las autoridades supieran que estaba allí. Vi una fila larga de mujeres afuera del puesto policial y me puse en la cola. Se me acercó un policía y le expliqué que estaba ahí para hacer investigaciones arqueológicas y que deseaba registrarme. Me dijo: ‘¿Y qué hace usted en esta fila? Usted debió ingresar directamente. ¡Esta es la fila de las prostitutas que vienen a trabajar acá porque en Bagua todos somos hombres!’”, narra, entre risas, la doctora Shady. “Yo era una jovencita de 22 años”. Le dieron alojamiento en la villa militar de El Milagro y convenció al general para que un pelotón de soldados la ayudara en las excavaciones. Con ese material hizo su tesis de doctorado en San Marcos.
De vuelta en Lima, trabajó en el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia de Pueblo Libre, donde llegó a ser directora. En 1979 obtuvo una beca del Smithsonian Institution de Washington, donde conoció a la destacada arqueóloga estadounidense Betty Meggers. Ella le organizó una serie de pasantías por los principales museos de Estados Unidos, de costa a costa, y sería una figura clave en el desarrollo de sus investigaciones posteriores.
Caral: viaje a la semilla
En los años noventa, su familia le pidió a la doctora Shady que no continuara con sus investigaciones en Bagua debido a la inseguridad en esa zona. “Entonces busqué asentamientos cercanos a Lima que pudieran resultar interesantes, y recordé que, en 1978, un señor huachano llamado Domingo Torero me invitó al valle de Supe porque allí había sitios que no habían sido excavados. Lo que encontré me impresionó, pero también reflexioné: ‘¿De dónde voy a sacar presupuesto para trabajar este lugar inmenso, con tanta arquitectura monumental?’”, recuerda Ruth.
En 1994, la doctora Shady era profesora en San Marcos y convenció a cuatro exestudiantes para que la acompañaran en esta aventura.
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Todos los viernes conducía su Volkswagen hasta Caral, acampaba con los chicos donde los sorprendía la noche y se turnaban para cocinar los alimentos que compraban en el mercado de Barranca. Fueron años duros, pero también sorprendentes, durante los cuales prospectaron todo el valle, palmo a palmo.
Para la arqueóloga estaba claro que se trataba de un sitio de gran importancia debido a su antigüedad, pero necesitaba los fechados para confirmar su tesis. Se lo contó a la doctora Betty Meggers, quien le recomendó presentar su proyecto a National Geographic, donde obtuvo los primeros fondos para hacer excavaciones y que, a la larga, desembocarían en el hallazgo de una civilización con 5000 años de antigüedad, la primera de América.
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Huaca o plomo
Durante la reforma agraria emprendida por el general Velasco, la hacienda que ocupaba el valle de Supe se dividió en pequeñas parcelas que fueron repartidas entre los agricultores contratados para la campaña de aquel entonces, casi todos migrantes del valle de Conchucos (Áncash) y de Huánuco. Esta distribución no incluyó los terrenos arqueológicos, que ya habían sido registrados como tales por un catastro realizado por el Instituto Nacional de Cultura a fines de los años cincuenta.
Sin embargo, las nuevas familias asentadas en Supe llamaron a sus parientes ancashinos y les señalaron esas tierras, que aparentemente no habían sido entregadas a nadie y en las que el INC brillaba por su ausencia. Uno de esos advenedizos consiguió apropiarse de 58 hectáreas de terrenos arqueológicos, que convirtió en áreas cultivables a lo largo de los años y que legó en herencia a sus hijos. Estos son los personajes que hasta hoy combaten la presencia de los arqueólogos liderados por la doctora Ruth Shady y que se resisten a abandonar estos sitios de incalculable valor histórico.
Para amedrentar a la doctora Shady, han recurrido a todo tipo de tretas: la han amenazado de muerte en repetidas ocasiones, a través de llamadas anónimas a ella y sus colaboradores; han asaltado la casa del proyecto Caral en La Molina; han matado a dos perros que cuidaban la Casa del Arqueólogo en Caral; han desplegado campañas de desinformación entre los campesinos del valle para que se opongan a la presencia de la doctora Shady; han entablado juicios contra el Ministerio de Agricultura, que en uno de los casos les otorgó una sospechosa “concesión”; y llegaron al punto de tender una emboscada en la cual abrieron fuego contra el vehículo en el que iba Ruth Shady. La arqueóloga recibió un impacto de bala en el pecho, cerca del corazón, y debió ser operada de emergencia; su chofer fue herido en el muslo por otro proyectil.
“Tenemos nueve sitios invadidos y durante la pandemia esto se ha agudizado, como si sintieran que no hay autoridad”, lamenta la doctora Shady. Al principio de las amenazas, la Policía asignó dos efectivos para que resguardaran los sitios y a los arqueólogos durante el día, y otros dos durante la noche. Luego, la vigilancia disminuyó a un policía por turno. Y finalmente les han retirado toda protección policial. “Cuando reclamamos, la Policía de Supe contesta que no tienen gente y que no es su prioridad ayudar. Al abogado Caleb Navarro lo han llamado y le han dicho que si nos sigue apoyando va a ser enterrado junto a mí, cinco metros bajo tierra”, cuenta Shady.
Mirada hacia el futuro
Como siempre, la única arma con la que se defiende la doctora Shady es la cultura. Ella ha iniciado la campaña “Caral en la escuela”, que ilustra a los niños de Supe sobre la importancia de los monumentos arqueológicos con los que conviven, con la finalidad de que los sientan como suyos y los defiendan en el futuro.
A puertas del Bicentenario de la República, Ruth Shady cree que esta fecha debe servir más para la reflexión que para la celebración. “Es momento de terminar con el cuento del colonialismo, esa teoría que dice que todo lo que viene de afuera es mejor. Caral es un ejemplo de que no siempre fuimos agricultores y extractores de materias primas. Nuestras sociedades desarrollaron ciencia y tecnología con altísima especialización; y utilizaron ese conocimiento para solucionar los problemas de su territorio. Cuando uno estudia una civilización como Caral, que floreció hace 5000 años, se da cuenta de que trescientos años, que fue lo que duró el virreinato, es muy poco, casi nada”, explica una de las cien mujeres más influyentes del mundo.