A un año de la muerte de Doris Bayly, revive la entrevista que tuvimos con María Luisa del Río, una de sus mejores amigas que la acompañó en sus dos grandes pasiones: el periodismo y las tardes de surf.
Por Sergio Herrera
Han pasado tres décadas desde su primer encuentro en el frenesí de una sala de redacción. Este fue el punto de partida para la fructífera amistad entre las escritoras María Luisa del Río y Doris Bayly. Desde la energía juvenil que invirtieron en cierres de edición y olas corridas hasta las sesiones creativas que forjaron obras literarias, fueron inseparables. Pero hubo un lugar que las unía, porque servía de refugio espiritual para los vaivenes de la vida: Máncora. El balneario piurano que pasó de ser una tranquila caleta a un emblema del turismo nacional. Rico en personajes e historias variopintas, rápidamente inspiró a la ex editora de COSAS a dedicarle una obra. María Luisa estuvo de acuerdo y decidió escribirlo. Así nació Máncora Blues, la obra que inmortaliza al balneario y a la figura de Doris Bayly, quien falleció cuando las líneas estaban por llegar a la imprenta.
En COSAS, conversamos en julio del año pasado con María Luisa del Río, quien nos contó los detalles sobre la obra y el legado que deja Doris a cinco meses de su sorpresiva muerte.
¿Por qué decidiste el título Máncora Blues? ¿Hay una carga nostálgica detrás?
La carga nostálgica la planteamos desde el primer momento con Doris. Este libro es su idea. Cuando ella salió del servicio religioso hace unos 30 años, yo la animé a surfear a nuestros veintitantos. Entonces, nos fuimos las dos a Máncora y me parece, estoy casi segura que era la primera vez que ella iba y se enganchó con el balneario. Luego yo me fui a vivir muchos años a la selva y ella visitaba Máncora, y luego ella toma la decisión de ir a vivir allá y naturalmente yo la visitaba. En una de estas visitas, después de que ella crease la editorial Huerto Tamarindo y de escribir su primer libro Mujeres del Perú, que también me lo encargó a mí, me dijo “hagamos un libro sobre Máncora”.
Si bien los personajes los decidimos entre las dos, lo hicimos dependiendo de la gente que yo había conocido, porque he ido a Máncora desde la niñez prácticamente, cuando aún no era un destino turístico ni conocido. Entonces, Doris se fascinaba con las historias que yo le contaba. Si bien ella llegó mucho después a ese entorno, decidimos trabajar juntas este libro y este título es como una metáfora de una partitura de blues. Y Doris, desde un inicio, tenía en mente que hubiese el azul en la portada. De hecho, la foto es de ella y el nombre también. Hoy por hoy ese nombre es como premonitorio. Porque si bien hay una nostalgia respecto de Máncora, la nostalgia mayor devino en que Doris ya no está con nosotros, pese a la inmensa ilusión que tenía por este proyecto.
En el libro mencionas, el hecho de que el crecimiento urbano y turístico cambió la imagen de Máncora para siempre, ¿qué ha representado la modernidad para el balneario?
Es una especie de transición de lo rural a lo urbano, que siempre es brutal. Y no solo lo veo en Máncora, lo veo en todo el Perú y yo podría decir que me da mucha pena, pero me parece un poco snob. Porque cuando tú vas y ves a la gente contenta porque hay movimiento, porque tienen algo que ofrecer, porque emprenden con sus restaurantes, sus artesanías y la oferta que puedan ofrecer ante este crecimiento, entonces tu mirada nostálgica podría ser tremendamente egoísta, ¿no?
Definitivamente me apenan varias cosas. Como la bulla o que la municipalidad no se haga cargo de la basura. Pero no soy quién para lamentar el crecimiento de ningún lugar, por muy desordenado y caótico que sea. No, porque finalmente vivimos en un país donde el que gobierna siempre está de espaldas a los lugares más alejados. Y si esos lugares encuentran la manera de desarrollarse al margen de la atención del gobierno central, pues esa será la manera en la que vamos a crecer. Y más allá de lo que yo quisiera encontrar en una playa, no sé qué tanto hay para lamentar.
Claro que lamento muchas cosas, como aunque me gustaría que hubiera más control en las playas, que estas playas no se ensuciaran, no se perdieran o que las construcciones no se hicieran tan cerca, a la orilla, porque se está generando un impacto brutal, ahí donde a veces se achica la playa y otras veces simplemente el mar se lleva estas construcciones y se generan unos residuos de concreto donde antes sólo había playa. Y es la historia de todo el Perú. Entonces, así es la modernidad. Trae muchas cosas buenas, pero también una nostalgia inmensa de las cosas cuando no estaban tocadas por el ser humano.
¿Es cuestión de balancear este romanticismo por el pasado que uno tiene con aceptar el progreso y desarrollo de la comunidad?
Sí y es totalmente posible que convivan. Pero para eso necesitamos instituciones sólidas y estabilidad política.
En el libro comentas cómo hace unos años hubo una amenaza de tsunami y los mancoreños improvisaron una fiesta en el faro, ¿había un sentimiento de comunidad entre los vecinos que ha permanecido?
Sobre todo, hay un sentimiento entre los limeños y los que llegaron un poco antes de todo esto. En ese caso concreto había que ir al faro porque era el sitio más alto y bueno, ya que estaban ahí arriba esperando que el tsunami llegara o no llegara y hace sol y tienen un atardecer hermoso y podían perder sus casas, pero finalmente es gente acostumbrada a vivir el momento y a disfrutar, pues se organizó esta fiesta, con cerveza, con música, unas horas, hasta que vieron que no pasaba con el mar lo que temían y volvieron a sus casas.
Ese es un relato que hace Pilar Irigoyen. Ella es una pionera que ha vivido desde siempre en Máncora. Y ella cuenta que creo que fue hace cuatro años, o cinco años, que subieron al faro y se improvisó una fiesta de fin del mundo. Como decir “que nos coja bailando” (risas).
Pero sí, hasta ahora hay un sentimiento comunitario. De hecho, cuando Doris partió, se organizaron, entraron con tablas y con flores al mar, han hecho homenajes para ella y no era poca gente. Y ellos son los limeños locales que se conocen entre ellos y tienen mayormente una convivencia saludable y una comunicación constante.
En otra cita tú comentas que te impactó cómo no podías entrar al mar durante la cuarentena, ¿cómo sobrellevaste esta experiencia?
Esta etapa fue horrible porque Máncora era para mí y mucha gente, el lugar donde uno o va a sentirse libre. Y en la pandemia pues había soldados y policías. Policías a caballo y soldados vestidos de camuflaje con metralletas. Hacían cumplir torpemente las torpes reglas que se impusieron al comienzo en Perú, que fueron muy rígidas.
Y esto coincidió con que el mar estaba muy grande y cuando el mar está muy grande, yo ya no me meto a correr. Que sí me metía cuando tenía 23 o 24 años, pero ya no lo hago. Y me acuerdo haberme acercado al mar para nadar y haberles dicho que sí se podía hacer deporte.
Pero como no tenía el gorro, los lentes y las aletas, me dijeron que no podía entrar. Y yo traté de meterme igual y me dijeron no, no vas a entrar. Y para mí fue una locura porque imagínate ese calor. Además, en Máncora, tampoco hay mucho más que hacer que estar en la playa.
Esos 30 grados y encontrarte con esta barrera humana tan absurda. Al final lo que hice fue pedalear en una bicicleta que Doris tenía la generosidad de prestarme. Esperé la hora en que estas autoridades se retiraban de las playas, que era cinco de la tarde para poder literalmente darme un chapuzón. No pude hacer mucho más. Pero eso felizmente luego se fue aligerando. Porque en general, en Perú nos dimos cuenta que había una serie de normas rígidas que no estaban funcionando.
Ahora me gustaría saber cómo inició tu amistad con Doris.
En el año 1994, ella regresó del convento tras siete años de reclusión voluntaria. Había realizado servicio religioso con las hermanas Carmelitas en Huancavelica, y yo trabajaba en ese momento en un diario que obviamente ya no existe, que se llamaba El Mundo, que era de los Vera, los dueños de ATV en ese entonces.
En el mismo edificio del canal existía el diario y mientras estaba en El Mundo, en las áreas de Crónicas y Artes y Letras, que eran dos secciones muy bonitas que tenía ese diario, Óscar Malca, que en ese momento era editor de Artes y Letras, comentó que Doris Bayly iba a venir a la redacción.Yo en ese momento tenía un hermano también hacía servicio religioso en voto de pobreza, con los franciscanos en Huánuco. Y a mí me llamaba mucho la atención ésta puesta de vida.
Creo que yo le conté que tenía un hermano que también había tomado esos votos. Encontramos muchas cosas en común. Cuando llegó Doris, obviamente tras años de aislamiento, estaba un poco despistada y conversábamos. Creo que tanto ella como yo no funcionamos mucho en grupo, pero sí funcionábamos muy bien cuando conversábamos a solas. Y nos unió el amor por la naturaleza. Yo viajaba mucho por el Perú, de modo que no me era ajena su fascinación por haberse ido a vivir a un lugar tan distinto y tan remoto.
Con el tiempo, empatamos en varias aficiones como el deporte, la poesía, la escritura y en esas épocas había también mucha música. En la escena limeña estábamos librándonos ya de Sendero y estaban volviendo a haber conciertos. Teníamos amigos músicos como los G3, algunos de Leucemia, Pelo Madueño y los Nosequién y los Nosecuántos. Íbamos a los conciertos en vivo, que estaban floreciendo después de años de represión por todos lados y temor a salir. Bailábamos como locas e incluso hacíamos pogo (risas). Así que nos unían muchas cosas. El trabajo, la tabla y la música.
Fueron como cuatro años en los que andábamos juntas a todos lados, cada una en su moto. Poco a poco se fue haciendo una amistad sólida que ya devino en un vínculo familiar. Al punto que nos llamábamos hermanas y soy la madrina de uno de sus hijos. También éramos críticas una con la otra, como es una relación de hermanos. No solo es estar para la diversión.
¿Consideras que compartían filosofías de vida?
Sí, mucho. Creo que para mí ella era una maestra en los aspectos espirituales y de enseñanza de vida. Estoy totalmente clara y segura que ella tenía una evolución muy superior a la mía. Yo me apoyaba mucho en ella para tomar decisiones en los momentos difíciles. No tengo problemas en reconocer que éramos almas gemelas en muchos aspectos que ella ha pulido, trabajado y desarrollado mucho más que yo. Por todo lo que ella era capaz de dar y de ser auténtica con las cosas en que ella creía.
Lo que pasa es que ella era absolutamente discreta. De hecho, haber tenido que escribir una introducción sobre Doris para el libro es algo que ella nunca hubiera aceptado, pero que no podíamos dejar de hacer. Cuando llega el momento de llevar el libro a imprenta, allí dijimos: “Doris no quería figurar en ninguna esquina, pero es imposible no homenajearla”.
El resultado ella lo vio hasta el final. Solo se perdió de participar en detalles de imprenta. Como cuánto tiraje debe haber, si poníamos o no las leyendas. Que de hecho no las quería. Pero es oportuno y justo decir que este libro, así como es, fue obra de ella hasta el final. No es que tenía ella una idea y la hemos desarrollado en su ausencia. No, ella estuvo presente hasta el PDF final. Pero no pudo presenciar el “nacimiento” del libro.
¿Recuerdas el momento en que a Doris se le ocurre la idea de que Máncora Blues debía escribirse?
Fue en alguna visita que yo hice a Máncora antes de la pandemia. Y recuerdo que ella decía: “el libro es tuyo, que sea tu experiencia, que sean tus recuerdos, que sean las personas que tú conociste, las que las que estén ahí”. No me pidió que intentara hablar con gente que yo no había conocido. Pero ciertamente yo había conocido mucha gente porque había ido muchos años y nunca como turista.
Y me dijo con economía y elegancia de palabras como la caracterizaba a ella, que ella quería con este libro retribuir toda la felicidad que le había dado ese lugar. La felicidad y la salud. Porque su apuesta por Máncora tiene que ver con un cáncer que ella superó, con un estilo de vida radicalmente distinto al que tenía en Lima. Con una dieta radical basada en su propio huerto. Rodeada también de la naturaleza, nadar junto al Sol, poder criar a sus hijos. Y después de diez años de vivir allí, me dijo que quería retribuirle a Máncora lo que le había dado. Era curioso escuchar esto de alguien que prácticamente solo daba sin recibir mucho a cambio. Pero ella quería idear este libro como un tributo al lugar que a ella finalmente le había ayudado a sanar y a simplemente ser feliz.
¿Y cómo tú asumiste este reto de escribir una introducción dedicada a su figura tan poco tiempo después de su partida?
El libro ya estaba listo y esa introducción no había sido prevista. Yo comienzo escribiendo cómo la conocí y por qué existe este libro gracias a ella. Y por qué hay que hablar de ella pese a su voluntad de discreción y anonimato absolutos. Lo decidimos con Armando, su esposo, y hubiera sido mezquino no dedicarle la introducción.
Para mí fue muy difícil escribir esta parte. De hecho, tuve que irme a la casa de un amigo en el desierto donde no hay ni gente ni ruido ni nada. Y mucho menos teléfonos a escribirlo. Entonces, me costó mucho, porque al escribir aceptamos las cosas. Escribir es lapidario. Creo que esa experiencia de escribir ese texto un mes después de la partida de Doris, fue la que me hizo asimilar su partida y reconocer que había ahí un tremendo duelo que hasta ahora pasa factura.
¿Fue terapéutico?
Aislarme lo fue y su partida solo me obliga a honrar su manera de ser, su estilo, su enseñanza, todo lo compartido y mi compromiso con su familia, que es permanecer a su lado.
¿Cómo te gustaría que Máncora Blues sea recibido por tus lectores?
Creo que hay una mirada de la vida que teníamos Doris y yo en común. Pero que quizás la tomé de ella. Que tiene que ver mucho menos con egos o triunfos y más con pequeños momentos de felicidad. Porque la vida es muy breve.
Y hay un cuestionamiento que se hace al comienzo del libro y que increíblemente se hizo antes de que Doris partiera, porque cuando decidimos que debía estar, los perfiles, las personas que debíamos perfilar, nos dimos cuenta que muchos de ellos habían fallecido jóvenes. Y yo le dije que parecía que el paraíso se cobrara con la fugacidad de la vida. Y ella me dijo, “sí, lo he pensado”. De allí nació esta interrogante que abre el libro y se cuestiona ¿Será que esta vida plena de belleza, satisfacción y paz se cobra con la fugacidad?
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