Lucas Cornejo Pásara nació en Lima en 1997. Sus múltiples intereses lo llevaron al estudio de Humanidades con mención en Estudios Latinoamericanos en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Luego pasó por estudios de pregrado en la universidad Complutense de Madrid, y se apresta a viajar a Alemania para conseguir una maestría en Literatura. Tiene publicado un libro de cuentos que reflejan los conflictos sociales y raciales en Lima y la crisis de la escritura como profesión. Próximo a lanzar una novela, conversamos para entender de primera mano cómo ve nuestra realidad.
Por Alessandra Rodríguez
¿Cómo surgió “Impresiones”?
Comencé a escribir una novela, pero quedó inconclusa, pues me di cuenta de que para escribirla primero tenía que aprender a desarrollar ciertas técnicas. Debía aterrizar mis lecturas, aprendizajes e ideas en algo que me fuese más manejable. Ahí aparecen los cuentos.
Al comenzar la pandemia dije, como jugando: “Voy a trabajar más estos cuentos y con seriedad.” Los primeros dos meses me dediqué, todas las noches, a corregir cuentos y terminar de escribir otros que luego agrupé. Después, con la ayuda de Daniela Cebrecos, mi agente y compañera, acabamos de editarlos.
Mencionaste que si fueses un objeto, serías un espejo.
El espejo ve y se entera un poco de todo. Me imagino siendo un espejo y, como curioso que soy, estaría fascinado. No me interesa el alec- cionamiento, el discurso moral ni el político dentro de la literatura. Creo que esa ya es labor de los lectores; trato de darles las herramientas para que hagan el trabajo. Me interesa ese diálogo entre el autor y el lector. Siempre tuve muy separada la labor política de la literatura y del arte en general; son como dos mundos. De hecho, yo creo que el arte contiene política, pero eso no quiere decir que el arte funcione para hacer política.
Me parece un poco fuerte ver ese espejo tan crudo, los personajes son tan imperfectos
No me interesa hacer cuentos para que la gente solo diga: “¡Qué bonito!”. Creo que ‘bonito’ es un calificativo terrible cuando se trata de cualquier tipo de manifestación artística. Vivimos en una sociedad que no es bonita. Me interesa mostrar lo feo, lo que incomoda, y cosas que quizá no sean bien vistas. Y eso es lo que he tratado de hacer con varios cuentos, mostrar realidades que a veces no aceptamos que están ahí.
Me gusta [que los lectores tengan] una reacción. Y con ese cuento [menos mal] una serie de amigos me decían: “¡Qué horrible esto!”, y les decía: “Sí, bueno, pero es así, ¿qué te puedo decir? No lo voy a romantizar, ¿no?”. Se pueden ver los resultados de esconder los problemas como hacen los personajes del segundo cuento, “El huésped”. Yo creo que lo peor que uno puede hacer para solucionar problemas es meterlos debajo del tapete, que es lo que hace esta pareja “perfectamente” casada. Esconden un problema durante catorce años hasta que este puntualmente sale a la luz y ya es inmanejable. Acaba con ellos.
En “Impresiones”, varios personajes son racistas. ¿Cuál es tu opinión sobre el racismo en el Perú?
Es un problema que está enraizado en nuestro país. El Perú es, entre los países que conozco, el que más racismo me ha mostrado. Nadie se salva. Todos, de alguna manera, somos racistas o estamos expuestos al racismo. Algunos, obviamente, más que otros. Así como está tan presente en nuestra sociedad, yo creo que está y va a estar presente en lo que yo escriba. Los problemas que se viven en la sociedad que describo –la que conozco y de la que soy parte–, tienen que estar ahí, como también las cosas que puedan ser bellas o admirables.
¿Qué influencias en tu vida personal te ayudaron a edificar tu carrera como escritor?
Mi abuela fue una gran influencia. Aprendí de ella como lectora y mujer comprometida políticamente de manera muy fuerte. Fue profesora, activista política de izquierda y feminista. Dedicó su vida a las luchas sociales. No me siento muy cerca de ella en esa vocación social-política, pero lo que me enseñó fue un compromiso, un interés por saber y conocer. Leía todo el día, ya sea su correspondencia, los diarios, lo que investigaba, o literatura clásica por las noches.
Desde niño se me obligó a leer. Yo no decidí ser lector, me lo impusieron. Mi madre no dejaba que viera televisión. No podía jugar videojuegos, y de la computadora, muy poco o nada. Si mi madre no hubiese sido tan estricta, yo no hubiese aprendido las cosas que he aprendido, pero a la vez no sé si es algo que agradezco, porque no tuve una infancia muy feliz, más bien, al contrario. Ahora me sirve, aunque nunca he visto leer un libro a mi madre. No ha sido una influencia de ese tipo.
Cuéntanos un poco acerca de la novela que estás corrigiendo.
La novela me costó bastante trabajo, le he dedicado los últimos dos años y espero que interese. Sucede en tres locaciones distintas: en la sierra de Piura, Trujillo y Lima. Trata de unir diversos universos que coexisten en el Perú y que no necesariamente se asumen como dialogantes, pero que, gracias a un personaje, se comunican. Es una novela experimental, utilizo una serie de recursos; por ejemplo, tiene una parte gráfica, una serie de voces distintas y diversos discursos narrativos. No puede uno escribir todo de la misma manera. Si es que yo hablo como un hombre, una mujer o un niño, la voz cambia. También hay cuestiones como narrar cierta cronología política del contexto. Me parecía forzado ponerlo dentro de la narración más literaria y, por ello, me valgo del lenguaje periodístico para narrarlo. No es que se me antoje, sino que creo que es la forma más adecuada.
¿Por qué “ensayo” es tu palabra favorita?
Es, precisamente, el nombre de la novela. La palabra ‘ensayo’ se refiere al proceso de aprendizaje. Ensayar es aprender, practicar, corregirse. Constantemente vivimos ensayando, pues la vida es muy corta para saber cómo vivirla. Así, cualquier actividad que uno hace es, finalmente, un ensayo en el que se cometen errores. Nunca se vive en la perfección. Cuando algo está perfecto, ya se acabó.
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