Luego de representar al Perú en la prestigiosa competencia Global Champions League, Paloma anuncia que se muda a Wellington (Florida), la capital de la equitación norteamericana, para afianzar su formación ecuestre y seguir creciendo en este deporte. Una decisión que coincide con cambios personales que la llevarán a nuevos horizontes.
Por: Renato Velásquez | Fotos: Paollo Rally
Paloma Santa Cruz de Osma es una de las modelos más reconocidas de nuestro país: rostro de innumerables campañas de marcas y diseñadores locales y extranjeros, y figura infaltable en las pasarelas limeñas. Sin embargo, pocos saben que su verdadera pasión no tiene que ver con el maquillaje y los flashes, sino más bien con los establos y los caballos. Una pasión que en los últimos años, confiesa Paloma, se ha adueñado cada vez más de su vida y la ha llevado a tomar decisiones antes insospechadas.
Paloma aprendió a montar desde la más tierna infancia, alentada por su mamá, Carmen de Osma. “Así como otras chicas llevaban clases de ballet o de tenis, yo aprendía equitación. Sin embargo, cuando empecé el IB, en 2012, tuve que parar porque mi vida se llenó de otras obligaciones”, cuenta Paloma.
Acabó el colegio, se fue a estudiar a Estados Unidos y dedicó buena parte de su tiempo al modelaje. Sin embargo, la pandemia dio un golpe de timón a su vida.
Volver a cabalgar
“En cuarentena nos mudamos a una casa que tiene mi mamá en Sierra Morena (Huarochirí), y ahí estaba mi caballo, el que me habían comprado cuando tenía 15. Encontré mis botas, mi casco rosado, y allá me reencontré con Ana Lucía, una amiga que es fanática de los caballos. Ella me comenzó a dar clases informales en el campo y me dijo: “Tienes que retomar”, recuerda Paloma.
Fue como reencontrarse con un viejo amor. “La equitación es como montar bicicleta: no te olvidas nunca. Entonces, fue fácil volver a hacer clic”, confiesa. Paloma seguía siendo socia del Club Hípico de Villa, así que, después del covid, volvió a la escuelita a hacer minijumping.
Para seguir avanzando en el deporte y saltar más alto, se compró su primer caballo, Gama Carlomagno, que vendía su amiga Anité porque se iba del país. “Es el mejor caballo del mundo: un maestro de vida y de deporte. Fue el que me hizo pasar de saltar 60 centímetros a un metro en pocos meses”, narra Paloma.
La modelo amazona siguió progresando hasta que se dio cuenta de que necesitaba entrenar de manera más exigente para lograr los objetivos que se había trazado. Fue así como surgió la idea de viajar a Wellington.
A tomar las riendas
Wellington, a una hora de Miami, es la capital estadounidense de la equitación. Allí se celebra el prestigioso Winter Equestrian Festival, una serie de eventos que congregan a la crema y nata de la equitación mundial durante los meses del invierno boreal.
“Me fui dos semanas [a Wellington] y abrí la caja de Pandora. Sentí algo que nunca había sentido. En Lima compites contra tres personas; allá, contra ciento veinte, y que son mejores jinetes con mejores caballos que el tuyo. El tiempo es más corto, todo es más técnico”.
Sin embargo, Paloma no sabía cómo acceder a él. Investigó, se informó y dio con el dato del jinete olímpico venezolano Luis Fernando Larrazábal, quien se convirtió en su profesor. La indicación fue sencilla: ven, alquilas un caballo dos semanas y saltas.
“Me fui dos semanas y abrí la caja de Pandora. Yo ya sabía que mi vida cambiaría a partir de entonces. Sentí algo que nunca había sentido. En Lima compites contra tres personas; allá, contra ciento veinte de tu misma categoría y que son mejores jinetes con mejores caballos que el tuyo. El tiempo es más corto, todo es más técnico”, explica Paloma.
Luego de esa enriquecedora experiencia, Paloma regresó al Perú, terminó la universidad y comenzó a trabajar como nutricionista en el Instituto de Medicina Funcional, pero le quedó la espina clavada de volver a Wellington.
Su profesor venezolano, el jinete olímpico Larrazábal, la llamó un día y le dijo: “He visto un caballo que creo que sería espectacular para ti”. Paloma viajó a Florida para probarlo y no fue un amor a primera vista, así que tuvo que regresar en otra ocasión y montarlo en Carolina del Norte para terminar de convencerse.
“Fue todo un desafío, porque tenía una potencia que nunca había sentido, un motor que jamás había manejado. Definitivamente, me tenía que adaptar yo a él. Pero dije: ‘Acepto el desafío’. Todo el año pasado estuve viajando a Estados Unidos, yendo y viniendo uno que otro fin de semana, para concursar con él e irnos conociendo”, comenta Paloma.
“Estoy fascinada con el mundo de los negocios. Es demasiado inspirador. Si tengo la oportunidad de hacerlo en el mundo ecuestre, sería espectacular. O si es algo relacionado con la medicina funcional, que me encanta, pues increíble”.
Entonces, decidió pedir permiso en su trabajo para atender todas sus consultas de manera virtual, y mudarse durante tres meses a Wellington para concursar en las diferentes competencias del Winter Equestrian Festival (WEF)
“Han sido los mejores tres meses de mi vida. Estuve todo el tiempo con Emirat Bois Passe, mi caballo. Todo fue fluyendo muy bien, fuimos mejorando… tuve placés muy buenos. Top 10 varias veces. Fue como un sueño, yo no podía creer que estuviera saltando tan alto con ese caballo. Yo terminé en diciembre acá la categoría de 1,10 m, y ahora estoy saltando 1,55 m con Emirat”, expone Paloma, contenta por su rápido progreso.
Prueba de fuego
Luego del WEF, Paloma y Emirat tenían planeado competir en la prueba de Miami de la Global Champions League, una gira de equitación que viaja por todo el mundo: Shangái, Madrid, París, Cannes, etc. Sin embargo, hubo suspenso: durante una práctica, Paloma cayó del caballo y se rompió la muñeca.
“Le dije a mi traumatólogo ecuestre: tú sabes que los jinetes somos una especie diferente. Yo, aunque tenga la mano rota, ese concurso lo salto porque lo salto”, insistió la amazona. Finalmente, lo hizo: quedó undécima entre más de cincuenta jinetes en la categoría de 1,30 m.
“Fue una prueba muy difícil, porque la pista es chiquita, con el picadero armado sobre la arena al borde del mar. Es muy desafiante tanto para los caballos como para los jinetes, porque la gente está muy cerca con sus sombrillas”, indica Paloma. Además, fue su primera vez representando al Perú. Su familia viajó para animarla y celebraron por todo lo alto.
Fue la ocasión perfecta para anunciar su decisión: mudarse a Wellington para seguir creciendo en el deporte. Su plan es viajar a diferentes concursos con su entrenador (Nueva York, Kentucky, Ocala, entre otros) y así se va preparando para el próximo WEF, que empieza de nuevo en noviembre próximo.
Este verano ha competido en Traverse City (Michigan) y Tryon (Carolina del Norte), donde ha conquistado alturas de 1,45m. “No puedo creer lo que uno puede lograr cuando hay determinación y, además, una pasión inquebrantable”, confiesa.
En paralelo, Paloma estudia un MBA en Babson. “Estoy fascinada con el mundo de los negocios. Es demasiado inspirador. Si tengo la oportunidad de hacerlo en el mundo ecuestre, sería espectacular. O si es algo relacionado con la medicina funcional, que me encanta, pues increíble”, comenta Santa Cruz.
¿Y el modelaje? Paloma asegura que llegó a su vida sin buscarlo y que, aunque se divierte mucho, no se dedicaría a ello a tiempo completo.
Mariano Vivanco te ha fotografiado como Santa Rosa de Lima, y Mario Testino, como tapada limeña. ¿Cómo es tu relación con Lima?
Me encanta. Amo el verano en Ancón, el invierno en el campo, soy muy de estar en familia. Por parte de mi mamá, los Osma son muy numerosos, son once; por lo tanto, somos un montón de primos. Somos demasiado unidos. La Navidad es el mejor día de mi año porque estoy con ellos. Y eso que mi papá es chileno, y le tengo muchísimo cariño a Chile también, y tengo familia allá. Pero nací, fui al colegio y crecí aquí. Me siento peruana.
¿Quiénes son tus diseñadores peruanos favoritos?
Noe Bernacelli, además de ser un gran amigo, me parece un diseñador admirable. Llevo años modelando para él. Me encanta. Aparte, soy su clienta. Sus colecciones me inspiran a pensar en el siguiente vestido que quisiera, y él dice que yo lo inspiro a él. Nos llevamos superbien. Sus desfiles tienen un feeling que me encanta. Y Ani Álvarez Calderón es la mamá de una de mis mejores amigas del colegio. Con ella empecé a modelar cuando era chibolaza, y me parece una capa. A los 15 hice mi primer desfile para ella en LIF Week, y Noe me vio en el backstage y me dijo: “Ven a mi atelier para probarte”. Y así comencé a desfilar para Noe también.
¿Cuáles son las prendas que más amas de tu clóset?
Mi mamá tiene ropa vintage que me encanta. Además, mi mamá, mi hermana y yo somos de la misma talla, así que compartimos todo. Mi mamá tiene unos conjuntos de Chanel, de la pasarela, que ni siquiera tienen etiqueta, solo está el número del look, que son blazer con faldita, o blazer con pantalón, sets lindos… también tiene un vestido vintage Valentino largo, hermoso.
¿Prefieres desfilar en pasarela o hacer fotos?
Me gusta mucho más la pasarela que hacer fotos. Para mí, es imposible salir de una sesión de fotos sin dolor de cabeza, sin dolor de garganta o sin fiebre. La gente piensa: “¡Ay, qué divertido!” ¡No! No es divertido que te cambien de ropa ciento cincuenta veces y que estén todo el tiempo tocándote la cara y el pelo. Es matador.
Planes y sueños
¿Tu novio también es un apasionado de la equitación?
No, pero se está introduciendo en este mundo por mí. El pobre me ha tenido que acompañar tanto… Además, los concursos son los fines de semana. Ocho de la mañana sábado y domingo. Si tienes un matri, no te puedes tomar ni un trago, y a las 12 te tienes que ir a dormir. Y es un deporte que abarca todo en tu vida: no puedes montar con resaca porque te matas. Imagínate lo que es entregar tu vida a un animal de 700 kilos. Por eso dejé de salir un montón, de tomar también… y él ha sido demasiado buen compañero.
Ahora, cuando me fui a Wellington sí fue duro, porque acá en Lima yo monto en la mañana y luego nos vamos a almorzar por ahí, y luego a la casa de alguien a hacer un plan. Allá no: Wellington es caballo, caballo y caballo… no hay nada más que hacer. Pero tienes Miami a una hora. Y el pobre no entiende mucho sobre el mundo ecuestre, está aprendiendo.
¿A qué se dedica él?
Trabaja remoto en una empresa de oil and gas. Y también va a hacer el mismo MBA que yo, en Northwestern University – Kellogg.
Bueno todo cuadra para hacer planes.
Quién sabe [sonríe].
Carmen, una mamá guerrera
Hace unos años, tu mamá hizo una confesión muy valiente en las páginas de esta revista: reconoció que padecía anorexia. Ahora tú eres nutricionista. ¿Elegiste esta carrera debido a los problemas de tu mamá?
Directamente, no; quizá inconscientemente sí, pero nunca pensé especializarme en problemas de conducta alimentaria. Ver el estado de mi mamá me acercó al mundo de la nutrición, pero no fue lo que me inspiró.
¿Y tus conocimientos pudieron ayudarla de alguna manera?
Justo en ese momento me estaba cambiando de carrera, de Medicina a Nutrición, y siendo su hija, tratar de ser la nutricionista es complicado. No ha sido mi paciente. No es viable. Pero trato en mi casa de que todo el mundo se alimente mejor: que cocinen con aceite de oliva o aceite de coco, usar estevia en lugar de Splenda… trato de introducir ciertos hábitos por el bien de todos, incluidas las personas que trabajan en mi casa.
¿Qué aprendizajes sacaste de esa experiencia?
Fortaleció mucho nuestra relación. Saber que pudimos salir adelante me hizo afrontar los problemas de la vida con más valentía. Veo a mi mamá como una guerrera, porque tener un problema de salud mental como la anorexia, luchar contra eso no es nada fácil. La admiro, y sé que así como yo estuve para ella, ella va a estar para mí.
“Veo a mi mamá como una guerrera, porque tener un problema de salud mental como la anorexia, luchar contra eso no es nada fácil. La admiro, y sé que así como yo estuve para ella, ella va a estar para mí”.
Ella dice que tú has sido su compañera de batalla.
Sí, siempre estuve a su costado, aunque sea peleándonos un montón… y ahora que me voy, me va a costar mucho porque he estado con ella toda mi vida y soy la única que todavía no se va de la casa. Y lo más probable es que cuando regrese de Estados Unidos voy a tener una familia y ya no regrese a vivir aquí. Pero mi mamá tiene un departamento en Miami y siempre va, le encanta, así que sé que la voy a seguir viendo bastante.
Carmen es considerada una de las mujeres más elegantes de Lima…
Es una de las mujeres más elegantes de Lima, si no la más. Y me encanta que mucha gente me diga que, aunque quizá no sea muy parecida físicamente a ella, tengo su porte, sus gestos y, en general, su energía.
¿Qué rasgos has heredado de los Osma?
El sentido de unidad familiar es algo que tenemos todos.
¿Y de Santa Cruz?
Bueno, soy igualita a ellos físicamente. Creo que mi sentido del humor también. Y la humildad.
Ahora vas a Chile a visitar a tu papá. ¿Qué actividades haces con él?
Mi papá es mayor. Entonces, ahora lo que más quiere es conversar, recordar. Nos encanta ver fotos de cuando yo era chiquita. Nos reímos y vemos las fotos. Él es coleccionista de arte y viene muchísimo al Perú. Se lleva muy bien con mi mamá.
¿Cómo se conocieron tus papás?
Justamente por el arte. Mi mamá estudió Historia del Arte y viajó a Santiago llevando una colección de platería del Museo de Osma al museo de mi papá: el Museo de Artes Visuales (MAVI), que es muy bonito y tiene una colección importante. Entonces, el arte los unió.
¿A qué se dedicó tu papá?
Él hizo mucho. Fue un gran emprendedor. Muy querido por todos. Lo admiro más que a nadie. Me inspiró a estudiar mi MBA. Está muy contento de que lo esté haciendo. Tiene una empresa de gas y una pesquera, entre otras inversiones, además de su pasión: el coleccionismo de arte contemporáneo y arte precolombino.
¿Es duro irse de casa?
Para mí, demasiado. Es mi lugar seguro, donde me gusta estar; mi mamá se ha encargado de que seamos felices. Para mí, sí es duro irme de casa, y me gustaría que mi casa sea como la casa de mi mamá. Es mi meta.
Dirección: Briam Espinoza
Arte y styling: Paula Berbell
Asistencia de styling: Cielo Martínez
Maquillaje: Adrián Rey
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