Iván Moreno de Cózar y Landahl visitó nuestro país para dar una conferencia en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas y hacer la donación de varios libros al Centro Cultural Inca Garcilaso, entre los cuales se encuentra la “Historia de la Guerra Separatista del Perú”, escrita por el oficial realista español Jerónimo Valdés Sierra, que narra la gesta independentista desde la perspectiva de los vencidos. A continuación, reflexiona sobre el devenir del continente americano luego de las guerras de Independencia y aporta una visión novedosa al proceso político y militar que resultó en la fundación de nuestra República.

Por Renato Velásquez

Iván Moreno de Cózar y Landahl, IX Conde de los Andes, quiere ser peruano. Y no se trata de un juego; así lo ha solicitado a las autoridades peruanas, en vista de su fuerte ligazón con nuestro país y su profundo, declarado, amor por esta tierra. En ese sentido, ha enriquecido el bagaje bibliográfico del Ministerio de Relaciones Exteriores peruano con la obra completa de la “Historia de la Guerra Separatista del Perú”, una edición impresa en 1984, en Madrid.

Los cinco tomos que fueron escritos por el oficial español Jerónimo Valdés Sierra, Conde de Torata, aportan la evolución de los hechos que llevaron al Perú a la separación de España desde el punto de vista del ejército realista. También donó el Manifiesto del Virrey Pezuela que complementa esta obra, una biografía del General La Serna, último Virrey del Perú, objeto de tesis de su tío el Marqués de Laserna, y el artículo “Ocho años de La Serna en el Perú” del diplomático y filósofo peruano Alberto Wagner de Reyna, que tuvo gran amistad con nuestro entrevistado en sus últimos años de vida.

En el Congreso, donde recibió un diploma de reconocimiento del congresista Alejandro Cavero.

El Condado de los Andes se le concede al Virrey La Serna en 1824 como reconocimiento a su valerosa actuación en Ayacucho. ¿Cuál es su relación con él?

Llevo con mucho orgullo el título de Conde de los Andes y la Grandeza de España asociada a esta merced nobiliaria, que ganaron mis antepasados por sus servicios a la Corona y que, en efecto, tan estrechos vínculos guarda con el Perú. Al fallecimiento de José de la Serna, el título pasó a su sobrina Nicolasa de la Serna, hija del hermano mayor del Virrey, que se casó con Don Fernando Moreno de Cózar. Yo soy descendiente directo de ese matrimonio.

¿Cómo es su relación con el Perú?

En mi familia, generación tras generación de Condes de los Andes, se nos ha imbuido prácticamente desde la cuna de una fascinación mítica, casi romántica, por el Perú. Desde luego uno queda sobrecogido cada vez que sobrevuela en avión la cordillera de los Andes… Quizás yo sea el Conde de los Andes más viajero. Indonesia por trabajo y el Perú por placer, son los países que más he visitado. Costa, sierra y selva hacen de Perú un país diverso y aplaudido por sus riquezas y su deliciosa gastronomía, a lo que podría añadirse el calor de sus gentes, la vasta e ilustre antigüedad de su riquísima Historia y arqueología y la monumentalidad de sus ciudades, no en vano llaman a su capital, Lima, la Ciudad Imperial. De todas las veces que he pasado por Perú, destacaría tres viajes: uno que mi mujer, María Luisa, sabiendo de ese magnetismo que siento por Perú, me organizó por mis cuarenta cumpleaños, fue sensacional; otro en el que la Municipalidad de Lima me concedió la Medalla Cívica de la ciudad, de la que me siento muy orgulloso, y el chef José del Castillo me dio clases de cocina dentro de la semana del Festival de hermanamiento de pueblos hermanos, que organizó Ingrid Yrivarren; y este último viaje en el que después de dar una conferencia en la UPC, pude visitar Ayacucho, gracias a Mauricio Novoa, y, Trujillo, gracias a Víctor Andrés Vitocho García Belaunde. De alguna manera, como decía el general José de La Mar, yo soy peruano por voluntad propia. De hecho, desde que murió mi padre y sucedí en el título, cada embajador del Perú que ha pasado por Madrid me ha llamado. Desde Carlos Pareja, Fernando Popi Olivera, José Antonio Joselo García Belaunde, Walter Gutiérrez y ahora Luis Lucho Iberico, e incluso Fernando de Trazegnies, siendo canciller de Perú, vino a verme a mi casa en Jerez. De alguna manera, todos ellos han reconocido tácitamente mi peruanidad…

 

UNA VISITA INOLVIDABLE

¿Cuáles fueron sus impresiones durante su reciente visita a Ayacucho?

La verdad es que fue un viaje memorable. Ayacucho, la antigua Huamanga, es una ciudad preciosa y estaba en fiesta con toda su luz y color, cultura y arte. Y tuvimos la suerte de coincidir con la salida en procesión del Señor de los Milagros y de la Virgen del Rosario. Bailando en corro delante de la Iglesia de Santo Domingo, uno podía deleitarse con el legado de España: los escudos en piedra de la capilla de Miguel de Estete, cronista de Pizarro; la música con tonos barrocos, que las mujeres ayacuchanas pedían repetir una y otra vez; el toro embolado con el que un alegre muchacho salía corriendo a dar una vuelta por la plaza; la misma plaza y disposición de las calles; el castillo de fuegos artificiales, los mejores que he podido contemplar en toda mi vida; el azúcar del chocolate, que amablemente nos repartían para librarnos del frío serrano nocturno; o el mismo templo. Todo recordaba la presencia de España, además de la lengua que nos unía, como parte de una cultura perfectamente mestizada.

¿Pudo visitar la Pampa de la Quinua?

Sí, y allí sentí las emociones a flor de piel. Caminé solo subiendo hasta la mitad del Monte Condorcunca, que en quechua significa cuello del cóndor, y acerté a sentarme donde habían estado colocadas las tropas de Villalobos y del impaciente coronel Rubín de Celis, quien por el flanco izquierdo desordenó todo el plan de batalla del Virrey La Serna. Desde el altozano me invadía un sentimiento encontrado por la belleza natural del lugar, con el llano de la pampa que caía en un cortado y las montañas de fondo, que crea una sensación de libertad y conexión espiritual con la tierra, pero también con el pasado. En mi imaginación podía sentir los gritos bizarros de los soldados, el relincho de los caballos, el silbido de las balas, los choques de sables… hasta la tierra quemada por los pastores parecía escenificar el recuerdo, y las piedras rojas de esos campos evocar la sangre de la batalla con más muertos de toda la Historia de América. Y recé un padrenuestro por todos, por los cerca de 3.500 hombres que cayeron en aquella fatídica batalla. No sé por qué en aquellos momentos me vino una frase lapidaria de una funcionaria de la Embajada del Perú en Turquía. El embajador César de las Casas me había invitado a una exposición de toritos de Pucará en Estambul. Comentándole a esta funcionaria cuánto me gusta el Perú y cuántos amigos siempre dejo en Lima, me espetó que Lima no es Perú. En la Pampa de Quinua creo que entendí lo que había querido decir trasladando mi pensamiento a los últimos años del Virreinato. La batalla de Ayacucho había dado fin a una guerra de criollos. Sin embargo, la población del Virreinato, de algo más de un millón cien mil personas, en su mayoría, un 60%, era indígena, frente a una Lima que detenta el control político y toma las decisiones en el Virreinato del Perú, con una población de unas 64.000 personas, de las que una tercera parte son blancos, tanto criollos como peninsulares, un 8% mestizo, un 16% de población indígena, otro 16% de pardos y un 28% de raza negra esclava. El Rey Carlos III, tras la Revuelta de Tupac Amaru en 1780, eliminó las encomiendas y abolió los repartimientos y la mita. Tan sólo se mantuvo el impuesto indígena por la posesión de sus tierras e incluso éste fue eliminado más tarde por la Constitución de Cádiz. La población indígena era recelosa de que en caso de alcanzarse la independencia, los criollos trataran de arrebatarles sus tierras, como efectivamente aconteció. Bolívar, siendo dictador del Perú, tras la independencia, elimina los títulos de nobleza de los caciques indígenas, no respeta las tierras indígenas, pero es que encima les vuelve a imponer el tributo indígena. Por esta razón habrá continuas rebeliones indígenas a nombre del Rey de España durante al menos la primera década de la República, siendo la iquichana la más conocida, precisamente en los alrededores de Ayacucho. El abandono que sufrirá la sierra desde la batalla de Ayacucho será la causa de que nazca en ese mismo lugar Sendero Luminoso.

Donativo del conde de los Andes, Iván Moreno de Cózar, a la biblioteca del Centro Cultural Inca Garcilaso.

¿Qué reflexión le merece este bicentenario de la Batalla de Ayacucho?

Yo siempre prefiero sacar la parte buena de las personas y de aquel 9 de Diciembre me quedo con el abrazo previo a la batalla. Es un hecho que el 90% del ejército realista en la batalla de Ayacucho estaba formado por peruanos y bolivianos, mientras que las tropas de Sucre formaban una coalición de colombianos, venezolanos, ecuatorianos, argentinos, chilenos e incluso aventureros ingleses e irlandeses y en la que poco más de un 20% eran peruanos, comandados por el general La Mar. Entre los peruanos de ambos bandos había muchos conocidos, amigos, hermanos, padres e hijos, tíos y sobrinos. Por esta razón, antes de la batalla, desde las tropas realistas se pide que puedan despedirse antes de la contienda y muchos se reunieron en el centro entre los ejércitos enfrentados para darse ese abrazo antes de combatir en esa batalla fratricida, entre hermanos, que demuestra que se trataba de una guerra civil entre criollos, que hasta ese momento de la batalla eran todos considerados españoles americanos. Con todo, es lógico que en una fecha tan señalada y redonda se celebre el hecho que dio comienzo al nacimiento de la nación peruana. Otra cosa es si el Perú deseaba realmente separarse de España y estaba preparado para asumir la independencia.

Susano Mendoza (exalcalde de Quinua), Iván Moreno de Cózar y Germán Martinelli, jefe del Ministerio de Cultura en Ayacucho.

¿Usted cree que el Perú fue forzado a abrazar la causa independentista?

Entiendo la libertad como la capacidad humana de actuar por voluntad propia, es decir, para elegir el destino, pero sin que sea impuesta la dirección o manera de escoger, ejercer las decisiones. Por las razones antes expuestas, la mayoría de la población indígena no abrazó la causa independentista y los criollos peruanos formaban parte de una sociedad de aristócratas (había hasta 105 títulos nobiliarios en aquella época en Lima), burócratas y funcionarios de la administración española y, como tales, mantuvieron una posición conservadora. En los archivos de una época convulsa como aquella, sólo se recogen quejas y reclamaciones de ascensos, promociones, puestos y cargos, que una vez obtenidos no desean perder por unos ideales revolucionarios de independencia. Por tanto, ¿hasta qué punto el Perú o Bolivia tuvieron la libertad de decidir sobre su independencia? La diferencia proporcional en uno y otro bando de los ejércitos es clarificadora. Tan sólo era apreciada por una pequeña porción de jóvenes criollos y por la pequeñísima población negra esclava. Fue pues realmente impuesta por la Gran Colombia desde el Norte y por argentinos y chilenos desde el Sur, que necesitaban eliminar un siempre amenazante bastión realista entre medias para consolidar sus independencias. Lima no estaba ni con Caracas ni con Buenos Aires y las invasiones de San Martín y Bolívar vinieron a exacerbar aún más la animadversión hacia éstos. Con Bolívar, los limeños percibieron que tenían más afinidad con los españoles peninsulares que con los colombianos y venezolanos, mucho más después de que éstos saquearan sus haciendas. Y, anteriormente, durante la invasión de San Martín, con una salud muy deteriorada delegó el mando a Bernardo de Monteagudo, un personaje terriblemente sanguinario, que ya había incitado a la matanza de prisioneros peninsulares en Chile, y después, en Lima se vuelve a ensañar con los españoles peninsulares, a quienes los separa de sus familias limeñas, sacándolos de sus camas, con sus mujeres gritando y rogando compasión, para embarcarlos forzosamente rumbo a Europa. Hablamos de miles de personas, que constituían la élite social limeña. Perú se queda sin una gran parte de su élite y, tras la batalla de Ayacucho, resultará extremadamente arduo sacar adelante un Estado independiente, sin las personas preparadas para ello. Al igual que España y Portugal en 2015 concedieron por ley la nacionalidad española y portuguesa a los descendientes de los judíos expulsados de la Península ibérica en 1492, ley de la que se han beneficiado miles de iberoamericanos y por supuesto también peruanos; por analogía, Perú debería resarcir su deuda histórica y en un ejercicio de memoria y reconciliación con los expulsados, posibilitar la nacionalidad de sus descendientes.

Hernando Torres Fernández, director del centro cultural, recibiendo de parte de Iván Moreno de Cózar la obra completa de la “Historia de la guerra separatista del Perú”.

¿Inglaterra estuvo detrás de las revueltas que desembocaron en la independencia de los países de América?

No sé hasta qué punto aquellos hombres que se enfrentaron en Ayacucho eran conscientes que aquel 9 de Diciembre concluía un plan preconcebido por Inglaterra para arrebatarle a España la hegemonía de los mares y el monopolio del comercio de América. Divide y vencerás. El propio general José de La Mar, que había estado al frente de las tropas patriotas peruanas en Ayacucho, se tuvo que enfrentar apenas cuatro años después a Sucre para intentar evitar el descuartizamiento del Perú por parte de la Gran Colombia. Al contrario que las 13 colonias inglesas que agrupadas en los Estados Unidos se expanden a costa de México, arrebatando prácticamente la mitad de lo que había sido el Virreinato de Nueva España, para convertirse en la primera potencia del mundo, Hispanoamérica se convirtió en un mosaico de países, siendo Centroamérica el paradigma de esta balcanización. Unidad frente a fragmentación. La Hacienda de Punchauca sería un lugar idóneo para ir caminando en un proceso de reintegración hispanoamericana. La idea que planteamos Mauricio Novoa y yo de reunir anualmente a los principales mandatarios de los países hispanoamericanos con esta finalidad fue muy bien acogida por Leslie Urteaga, por su simbolismo histórico, pero el proyecto murió cuando fue destituida como ministra de Cultura. Otra oportunidad perdida, como la idea debatida entonces en esa Hacienda entre San Martín y La Serna de convertir los virreinatos en cuatro reinos bajo la dinastía Borbón, lo que hubiera colocado a éstos orbitando alrededor del radio de influencia española, al igual que lo hacían los reinos italianos tras los Pactos de Familia, es decir, una especie de Commenwealth hispana que hubiera impedido a Inglaterra apoderarse del comercio americano y a Estados Unidos crecer tanto política como económicamente a costa de los países iberoamericanos.