Pablo Saldarriaga lleva más de veinte años en el mundo del teatro y la televisión, pero acaba de lanzar su primer unipersonal, un bizarro homenaje al Che Guevara, a modo de parodia, que mezcla zombies con música de los Rolling Stones en clave de salsa.

“El Che y los Rolling Stones” es tu primer unipersonal. ¿Qué extrañas de crear en conjunto?
Cuando trabajas en conjunto tienes un montón de posibilidades de solución y puedes relajarte para que el resto empiece a hacer su aporte. Cuando trabajas solo, en cambio, eres responsable de la organización de todos. Eso es lo más difícil.

¿Cómo nace la idea? ¿Eres seguidor del Che?
No tanto, pero es una imagen que me viene simpática. Y pasó que los Rolling Stones anunciaron su concierto gratuito en La Habana, y yo quería ir, pero no pude porque justo tenía función de teatro (risas), pero me quedé con esa idea dentro y pensé en escribir sobre esa situación, porque el concierto me parecía muchísimo más político que rockero. La mayoría de gente en Cuba no había escuchado a los Stones jamás. Los que los esperaban eran los del gueto rockero y, sobre todo, los extranjeros, que querían comprar su boleto y viajar a Cuba para poder decir: “Yo estuve en ese hecho histórico”. El concierto de los Rolling Stones en Cuba es un símbolo pop, un símbolo de un nuevo tiempo para la isla.

¿Te burlas de que el Che sea un ícono pop?
El ícono es el pop; el Che, no. Una foto sensual de Maricarmen Marín te puede generar excitación, pero no necesariamente ella en la cama te va a producir algo… De repente, estás en esa situación y no pasa nada, y dices: “¡Qué pasó, Maricarmen!” (risas). Es la imagen la que logra ese efecto.

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¿Cuánto te sirvió la experiencia previa con el show “Bota por mí”?
Muchísimo. Ya había estado investigando sobre la izquierda desde “Bota por mí”, pero lo que es más interesante aún es que había estado haciendo un ejercicio iconoclasta, de bajarme mitos que uno normalmente tiene sobre la izquierda, sobre el comunismo y el socialismo. A partir de eso, empiezas a entender qué cosa es qué, y también cómo se manipulan en el Perú los conceptos para que al final todo sea terrorismo y eso favorezca a unos partidos. Comencé a cuestionar lo que yo sabía sobre la izquierda y sobre el Che, y vi en lo que se había convertido en una época digital como la nuestra. Ahí empecé a darme cuenta de cuánta gente lo odiaba, y puse todo en una balanza. Pero al final regresé sobre mi punto inicial. Entiendo el odio, pero hay que ser capaces de ver otras cosas. El que sí me decepcionó terriblemente fue Fidel…

A partir de su muerte, en las redes sociales se evidenció que hay grupos de gente que lo idolatran y otros que lo repudian. ¿En qué bando estás tú?
Estoy del lado de la gente que sabe situar los hechos en el tiempo y el pensamiento de la época, no del lado de los que tratan de juzgar desde esta época un hecho de los setenta. Si tú en 1980 te comías una hamburguesa de Bon Beef, eras ficho. Ahora las hamburguesas no tienen el valor social que tenían entonces. Antes las rubias eran unas sex symbols, era una cuestión social. Ahora, después de Ricky Martin y “Livin’ la vida loca”, las rubias cedieron su lugar a las J.Lo, y después a las Beyoncé. Hay modelos a seguir.

Paradigmas…
Exacto. No puedes sacarle la mugre a Fidel desde ahorita, diciendo: “No te funcionó, ese sistema es una mierda”. Ahorita las dictaduras no son bien vistas ni aquí ni en la China. Antes tenían otras lecturas y, en la coyuntura, quizá eran una necesidad.

Bajo ese criterio, hay gente que podría argumentarte lo mismo sobre Fujimori o Pinochet…
Ya, pero vamos con Fujimori, que hizo su golpe de Estado para volverse rico. No vino a liberar a nadie. Pinochet, por otro lado, fue un militar que llegó a servir a la derecha. En el caso de Fidel, él fue un estudiante, hijo de familia adinerada, sí, con un nivel de estrategia política brutal. ¡Era un genio! El problema de Fidel no solo era su ego revanchista de hombre inteligentísimo, sino su ego militar, que es una cosa horripilante.

Por Vania Dale Alvarado 

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