Lima ha amanecido resbalosa. Y gris. Siempre gris. Pero al ‘Loco’ Vargas el mal clima no le agua la fiesta. Habrá parrillada para el almuerzo. Ya van llegando los implementos a la gran casa que tiene en La Planicie, mientras él sale a la puerta y me invita a pasar. Allí afuera, bajo una garúa que jamás se convertirá en lluvia, lo único que resplandece al mediodía es el pelo rubio platino de Juan Manuel Vargas. Se lo tiñó en España porque en un momento le provocó hacerlo. Vargas tiene esos impulsos. Por algo le dicen ‘Loco’.
–¿Te sientes menos loco que antes? –le pregunto.
–En realidad, nunca he sido loco –contesta–. He sido un poco hiperactivo. Capaz que me dicen “loco” porque soy una persona frontal que dice las cosas en la cara, por más que a mucha gente no le pueda gustar. En los equipos que he estado, siempre me he hecho respetar así… En la vida, hay gente que dura por ser mermelera. Eso no va conmigo. Yo camino tranquilo, con la cabeza arriba, y me mantendré así hasta el día en que ya no esté acá.
En 2002, Juan Manuel Vargas no solo debutó como profesional, también comenzó su relación con la empresaria Blanca Rodríguez –copropietaria de la marca de ropa Curlika–. “Siempre es bueno necesitar a alguien que esté contigo, que sea leal… A veces, es difícil encontrar personas leales”, dice Vargas. “En ese aspecto, creo que encontré a una persona que me ha sido leal toda mi vida, y eso me da tranquilidad… Más ahora, que es madre de mis hijos. Sé que es una buena mujer”.
El clan Vargas Rodríguez es numeroso: junto a Blanca, comparten cinco hijos. “Tengo cinco momentos felices que me llenaron la vida”, dice el futbolista en alusión al nacimiento de cada uno de ellos. Hoy, Luana, la mayor, tiene nueve años, Anica Lía, siete, Juan Manuel (Juanma), seis, Tiana Azul, dos, y Vitto Alfredo, apenas seis meses. “Mis hijos son lo mejor que me ha pasado”, agrega ‘El Loco’, que si bien por ahora no considera casarse, sí lo tiene en sus planes. Pero la estabilidad que disfruta en el presente no siempre lo acompañó.
En un punto, confesaste que te sentías dueño del mundo, que te volviste soberbio.
En un momento, piensas que eres intocable… ese tipo de cosas. Creo que no estaba completamente en mis cabales, porque había sufrido algunas pérdidas importantes: mi abuelo (Manuel), mi abuela (Alejandrina)… Me descarrilé un poco; ellos eran todo para mí. Me dolió mucho, me chocó… y, bueno, hay gente que no lo entiende. Les ha pasado a muchos futbolistas; incluso, estando en la élite, desaparecen por ese tipo de cosas. Después, nacieron mis hijos y volví a encarrilarme. Ahora trato de ser profesional día a día, hasta que deje el fútbol.
¿Cómo afrontaste convertirte en papá a los veinticuatro años?
Tanto mi mujer como yo queríamos formar una familia; ella me escogió para ser el padre de sus hijos y yo lo tomé un poco de sorpresa. En esa época, ya no tenía conmigo a mi abuela; mi abuelo me daba la fuerza que me faltaba al no tenerla, me llenaba ese vacío, porque lo veía todos los días y me recordaba a ella… Hubo una etapa de mi vida que no fue buena. Por eso digo que fui soberbio en ese tiempo. En un momento, dije: “Me importa una mierda todo. Me voy. Total, ya hice una carrera reconocida afuera, en Italia me conocen y me siento contento”. Pero al final decidí no hacerlo. Mis hijos comenzaron a nacer y dije: “Tengo que volver a estar bien si es que quiero que me vean jugar y terminar bien mi carrera”, no como la que iba haciendo. Tengo que irme por la puerta grande, como lo pensé siempre. No por la puerta falsa. Espero seguir por ese camino de aquí hasta donde pueda jugar. La gente recuerda el final, nunca el inicio.