La familia real es la imagen que todos asocian con Gran Bretaña. ¿Hay algo más británico que Lady Di o la reina Elizabeth II y el Palacio de Buckingham? Sin embargo, los orígenes de la familia son… ¡alemanes!
Por José López de Letona
La familia real es la imagen por excelencia de Gran Bretaña, por delante del té de las cinco, el Union Jack o los autobuses rojos de dos pisos. Sin embargo, por sus venas no corre sangre inglesa, sino germana… Aderezada con la de alguna Middleton, Ferguson o Spencer. Algo que el diseñador de modas Karl Lagerfeld no dudó en destacar con motivo de la boda de los duques de Cambridge, en abril de 2011, cuando el país hervía de fervor patriótico.
Es curioso pensar que en estos tiempos modernos, en los cuales la monarquía es una institución anacrónica, un 71% de los ciudadanos británicos prefiere esta forma de gobierno sobre cualquier otra. Las cifras son contundentes: 79% de los adultos mayores considera que la monarquía debe permanecer, y casi el 90% de los conservadores la apoya. Entre los laboristas, la apoya un 58%, mientras solo un 15% se muestra en contra. Más de seis de cada diez ciudadanos creen que aún tendrán un monarca dentro de cien años.
Miremos hacia atrás. En 1917, con la Primera Guerra Mundial en pleno apogeo, el rey George V decidió que no era apropiado que la familia real mantuviera el apellido germano Sajonia-Coburgo-Gotha, mientras el Reino Unido estuviera en guerra con Alemania. El apellido había llegado a la familia en 1840, con la boda de la reina Victoria y el príncipe Albert. La reina se apellidaba Hannover, que llevaba la familia durante casi dos siglos, por lo cual la familia real inglesa era alemana por los cuatro costados. Los royals, incluso, tenían costumbres germanas y hablaban inglés con un marcado acento alemán. Los matrimonios con príncipes y princesas alemanas estaban a la orden del día.
La solución era fácil. Como no se puede cambiar de familia, el rey optó por cambiar de nombre y adoptar el de Windsor. Redactó un documento en el que se leía: “Hemos resuelto, para nosotros mismos y nuestros descendientes y descendientes de nuestra abuela Victoria, renunciar y acabar con el uso de todos los títulos y dignidades alemanas… El uso de los grados, títulos y honores de duques y duquesas de Sajonia-Coburgo-Gotha, y de otras denominaciones alemanas ya no nos pertenecen. Dios salve al Rey”.
¿Por qué Windsor? Tiene su lógica, ya que todas las dinastías reinantes en Gran Bretaña, desde Guillermo el Conquistador (normandos, Plantagenet, Lancaster, Tudor, Estuardo), estuvieron vinculadas a esta fortaleza, corazón de la monarquía inglesa. En este imponente castillo levantado sobre una colina, muy cerca de Londres y al sur del Támesis, se resume la historia de estas verdes islas. También es el castillo habitado más antiguo del mundo (desde el siglo XI d.C.), así como el preferido de la reina, que suele pasar los fines de semana de descanso en él. También se instala en Windsor un mes todos los años, entre marzo y abril, y una semana en junio, con motivo del Royal Ascot.
TIEMPOS DIFÍCILES
George V era considerado un gran patriota. Había visto caer a su primo, el zar Nicolás II, y odiaba a su otro primo, el káiser Guillermo II. Dicen que era “menos alemán” que el resto de su familia, o al menos no hablaba inglés con tanto acento alemán como ellos. El sentimiento antialemán en el país era tan fuerte, que mataban a los pastores alemanes y cambiaban el nombre a las comidas que tuvieran el menor recuerdo germánico.
El secretario del que fue primer ministro del Reino Unido A.J. Balfour escribió en su diario que, en esos tiempos de guerra, nadie quería ir a cenar al Palacio de Buckingham, donde el régimen de comida era más austero que en muchas casas particulares (al menos, en las casas de la corte, pues el pueblo llano se moría de hambre). En una ocasión, el rey amonestó a un oficial que se había atrevido a pedir un huevo duro para desayunar: adujo que tal glotonería podía costarles la guerra. Tampoco se mandó hacer ningún traje en todo el tiempo que duró la contienda, y solo vistió uniforme caqui.
Tras la muerte del rey, sus hijos, Edward VIII y George VI, mantuvieron el nombre de Windsor, aunque Edward VIII (conocido como el duque de Windsor, tras su abdicación), que nunca ocultó su simpatía por Alemania, hizo serios esfuerzos por perjudicar a la monarquía con sus coqueteos con el nazismo. Su affaire con Wallis Simpson tampoco ayudó a la causa.
Cuando la reina Elizabeth II llegó al trono, declaró que el nombre de la casa seguiría siendo Windsor, lo que causó la indignación del duque de Edimburgo. Al parecer, cuando Philip se enteró de que el apellido familiar sería Windsor, y no Mountbatten, explotó con su ya famoso “soy una ameba. Soy el único hombre en este país que no puede dar su apellido a sus hijos” (un episodio de la serie de Netflix, “The Crown”, ilustra muy bien esta anécdota). Vale aclarar que los descendientes directos que no son príncipes o princesas ni tienen el tratamiento de alteza real –como el príncipe Edward–, son Windsor “a medias”: usan el apellido Mountbatten-Windsor.
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