La que fuera la mujer más rica del mundo murió a los noventa y cuatro años, tras una década de enfermedades y en la que se vio envuelta en líos judiciales que acabaron por ventilar su vida privada. Su hija, Françoise Bettencourt-Meyers, hereda el 33,05% de las acciones de L’Oréal, lo que mantendrá a la familia como accionista mayoritaria de la compañía francesa.

“Liliane Bettencourt murió esta noche en su domicilio. Hubiera cumplido noventa y cinco años el 21 de octubre. Mi madre se fue en paz”, comunicó Françoise Bettencourt-Meyers, la hija de quien fuera la decimocuarta persona más rica del mundo, según la revista Forbes, el pasado 22 de setiembre. La heredera del imperio cosmético L’Oréal, que fundó su padre en 1907, falleció “en paz”, siempre según su hija, pero sus últimos años no fueron precisamente pacíficos.

Según “Forbes”, la fortuna de Liliane Bettencourt está valorada en 44,7 mil millones de dólares.

Los líos judiciales –que fueron ampliamente ventilados por la prensa internacional– comenzaron en 2007, cuando Françoise inició una demanda legal argumentando que su madre no estaba en control de sus facultades mentales, por lo cual era explotada por algunos miembros de su entorno. Liliane rechazó esta demanda, señalando que era una mujer sana. Al año siguiente, sin embargo, trascendió que Bettencourt había hecho regalos valorados en más de mil millones de dólares a un amigo fotógrafo, François-Marie Banier, entre los que se incluían cuadros de Picasso y Matisse, así como una isla privada en el archipiélago de las Seychelles.

Bettencourt-Meyers denunció a Banier, que fue condenado a tres años de cárcel y al pago de una indemnización de 158 millones de euros. El fotógrafo luego demandó a la hija de Liliane por sobornar testigos. Hace solo unas semanas, y quizás conscientes de los problemas de salud de la madre de Françoise, ambos llegaron a un acuerdo judicial. El final de la larga batalla, que expuso algunas conversaciones privadas de la heredera del imperio con su entorno, además de su delicado estado de salud, llegó con el último suspiro de Bettencourt, que dejó a su hija una fortuna valorada en 44,7 mil millones de dólares.