El aspirante al trono británico es el príncipe de Gales, el que por más años ha ostentado este título en toda la historia, y la excepción entre las monarquías del siglo XXI, cuya clave para la subsistencia une juventud y modernidad. Este 2019 se cumplen cinco décadas de su investidura oficial, y la corona británica acaba de conmemorarlo, pese a que todo indica que el atribulado Charles jamás llegará a ser rey.
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Más de quinientos millones de personas en todo el mundo sintonizaron la BBC el 1 de julio de 1969 y fueron testigos del instante en que el primogénito de la reina Elizabeth II, con solo 21 años, asumía formalmente su papel como heredero de la corona británica en el castillo de Caernarfon, en Gales. Corrían los vertiginosos años del Swinging London y la ceremonia llegaba como una bocanada de aire fresco a una institución por demás tradicional y, para muchos, anticuada.
La investidura de Charles era la primera que se celebraba en el Reino Unido desde que su tío abuelo Edward VIII, el duque de Windsor, se convirtió en príncipe de Gales en 1911. Ni su abuelo George VI, que ascendió al trono directamente tras la inesperada abdicación de su hermano, ni su madre, quien se convirtió en reina en circunstancias funestas, cuando todavía se esperaba la llegada de un tercer hermano varón, habían cumplido con aquel rito de iniciación.
Entonces, la soberana de los ingleses concedió total libertad a Lord Snowdon, esposo de la princesa Magaret y el más moderno de los Windsor, para que diseñara una ceremonia a la altura de los nuevos tiempos. El fotógrafo y cineasta británico no tuvo mejor idea que abrir las puertas del castillo galés y llevar la proclamación a los hogares del mundo a través de las cámaras de televisión.
Medio siglo después, Elizabeth II decidió homenajear a su hijo organizando una velada íntima para reconocer sus años de servicio. La noche del 5 de marzo el palacio de Buckingham se vistió de gala para recibir a la realeza británica en pleno. A la cita llegaron los príncipes William y Harry, acompañados por sus esposas; la princesa Anne y la duquesa Camilla.
Los grandes ausentes fueron los príncipes Andrew, duque de York, y Edward, conde de Wessex, con quienes se rumorea que el príncipe Charles mantiene una fría relación desde hace décadas. Según el reciente documental “Paxman on the Queen’s Children”, presentado por el periodista Jeremy Paxman, el duque de York se sentiría relegado por su hermano y sobrinos. Y es que hasta antes del nacimiento de los duques de Cambridge y Sussex, Andrew ocupaba el segundo lugar en la línea de sucesión al trono. Actualmente, tras la llegada de los príncipes George, Charlotte y Louis, se ubica en la sétima posición, y cuando nazca el primogénito de Harry y Meghan Markle —sea varón o mujer— descenderá un lugar.
En el documental difundido días atrás mediante la cadena Channel Five del Reino Unido, Richard Kay, experto en la casa real británica, relata que el propio príncipe de Gales le confió: “El problema de mi hermano Andrew es que quiere ser igual que yo”. Pero quien más habría sufrido las consecuencias que conlleva pertenecer a la nobleza británica es el príncipe Edward, el más joven de los hijos de la reina, que se lleva quince años de diferencia con Charles. La biógrafa del menor de los Windsor, Ingrid Seward, lo describe como un hombre solitario, cuyo cumpleaños solía olvidar su madre.
En su relato oficial, detalla que en una ocasión el conde de Wessex encontró algunas de las viejas faldas escocesas del duque de Windsor en una de las habitaciones de Buckingham. “Eran de un tipo de tartán que su hermano mayor acostumbraba a usar debido a sus títulos, y pensó que sería divertido ponérselas”, cuenta la especialista. Cuando bajó a cenar, Charles enfureció y le increpó: “¡Qué haces vistiendo eso! Soy el único que puede llevar ese patrón. Es para el príncipe de Gales. Sube y quítatelo”.
Infancia difícil
Charles Philip Arthur George Mountbatten-Windsor nació el 14 de noviembre de 1948 en la habitación de su madre, la por entonces princesa Elizabeth, quien había insistido en que fuera así para que lo primero que su hijo viese al abrir los ojos fueran objetos familiares. Esa fue una de las más significativas muestras de afecto que la soberana tendría hacia él, quien en cuestión de meses pasó a segundo plano. Para la heredera de Jorge VI, su primera obligación luego de servir a su padre, era servir a su esposo. Por eso no estuvo junto a Charles cuando cumplió su primer año de vida, sino rumbo a Malta, donde se encontraría con Philip de Edimburgo.
Su ascensión al trono en 1952 los alejaría más. Tal y como detalla Kitty Kelley en su libro “The Royals” (1997), “la reina colocó a la monarquía como su prioridad, seguida por el matrimonio y, por último, los hijos”. Los veía media hora cada mañana y algunos minutos más antes de ir a la cama. El resto del día, Charles y Anne permanecían al cuidado de niñeras e institutrices.
El propio príncipe de Gales recordaría años más tarde que uno de los momentos más íntimos de su infancia era cuando su madre se sentaba a ver cómo lo bañaban: “No se mojaba las manos, pero al menos estaba ahí”. Sin embargo, nunca se ha mostrado demasiado duro con ella dado que además de ser su madre, es también la monarca, y ha criado a sus hijos tal como la criaron a ella.
La relación con su padre tampoco fue la mejor. Charles aprendió jugar al criquet, a disparar, a nadar y a cabalgar solo para complacerlo; cuando en realidad le daban miedo los caballos y se mareaba al navegar. Pero ni eso sería suficiente y el duque repetiría una y otra vez: “¡Compórtate como un hombre!”. Tiempo después varios expertos en la familia real coincidirían al afirmar que “la obsesión de Philip por la hombría bordeaba la homofobia”.
En un enésimo intento por endurecer el carácter de su hijo, el príncipe consorte decidió sacarlo de palacio y enviarlo al Cheam School, convirtiéndolo en el primer heredero de Gran Bretaña en estudiar en igualdad de condiciones que un plebeyo. El cambio afectó considerablemente a Charles. No obstante, no era nada en comparación con lo que le esperaría más adelante en Gordonstoun, el internado escocés de disciplina espartana que él mismo calificaría de “infierno” y donde los abusos por parte de sus compañeros serían constantes. De esta manera se fue forjando la personalidad del hasta hoy futuro rey de Inglaterra.
Al llegar a las tres décadas, Charles empezaría a lidiar con la presión de escoger a la esposa ideal. Durante esos años su vida sentimental se tornó una sucesión de amoríos casuales. Se dice que llegó a salir con una veintena mujeres, muchas de ellas casadas.
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El escenario de sus furtivos encuentros sería la residencia de su tío abuelo, Lord Louis Mountbatten, el último virrey de la India e íntimo amigo del duque de Windsor, quien se propuso guiar al futuro rey en su camino al trono, figura paterna comprensiva que el joven nunca tuvo.
Precisamente en una de las veladas organizadas por el conde de Birmania, el príncipe conoció a una joven llamada Camilla Shand, a quien después el mundo conocería por su nombre de casada como Camilla Parker-Bowles, el gran amor de su vida. Aunque no poseía las cualidades necesarias para ser la futura reina, ese primer contacto marcaría el inicio de un largo vínculo que más adelante jugaría un rol vital en su trayectoria.
El resto es historia conocida. Su matrimonio con Lady Di, su separación y la posterior muerte de ella en un trágico accidente afectaron la popularidad de Charles, poniendo en tela de juicio su autoridad moral para asumir el cargo de máximaautoridad del Reino Unido. Acusado de infidelidad, y con la ardua tarea de encaminar a sus hijos adolescentes, Charles esperaría pacientemente dos años antes de sacar a la luz el prolongado e intermitente romance que mantuvo en la clandestinidad con Parker-Bowles.
En años recientes, los esfuerzos por renovar su imagen ante la opinión pública se han multiplicado. El príncipe de Gales cumplió siete décadas el año pasado y en su honor se organizaron exposiciones y actos oficiales, y en los medios corrieron ríos de tinta destacando sus luces y sombras.
Su matrimonio con Camilla, celebrado en 2005, ya no genera animadversión entre sus súbditos. Por el contrario, la duquesa de Cornwall se ha ganado, con humildad y un agudo sentido del humor, la estima popular.
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Sin mencionar la excelente relación que Charles guarda con sus hijos y nueras, quienes ensalzan públicamente la figura del incomprendido y eterno candidato al trono del Reino Unido.
Amante del arte y defensor de las causas nobles
Charles de Gales es mucho más que su vida sentimental. Es licenciado en Arqueología, Antropología e Historia por el Trinity College de Cambridge. Tomó posesión de su escaño en la Cámara de los Lores el 11 de febrero de 1970 y entre 1971 y 1976 desarrolló la carrera militar en las Fuerzas Aéreas y en la Armada Británica. En los años siguientes, sus intereses públicos se diversificaron en un amplio abanico de actividades, entre las que destacan su compromiso con el patrimonio histórico nacional y el medio ambiente a través de la agricultura sostenible, así como su declarado aprecio por la arquitectura, las artes plásticas y las manifestaciones literarias.
Al cumplimiento de sus compromisos oficiales, añadió el patronazgo de alrededor de doscientas organizaciones de carácter educativo, científico, artístico y social. Además de su fundación benéfica Prince’s Trust, donde trabaja la peruana Alejandra de la Puente. A lo largo de todos estos años, Charles ha amasado una fortuna de US $ 400 millones provenientes de la administración del ducado de Cornwall y de su firma de alimentos orgánicos Duchy Originals, que empezó hace más de 25 años con una galleta de avena y en la actualidad distribuye 3400 productos en treinta países.