El reciente fallecimiento de Antonio de Orleans-Braganza puso en peligro el futuro de su hijo, el heredero al título real, quien deberá contraer matrimonio con la realeza
Por Redacción COSAS
El pasado viernes, la muerte de Antonio de Orleans-Braganza, quien hasta su deceso era el líder de la familia imperial brasileña, tuvo una importante repercusión en la historia reciente de Brasil y la monarquía brasileña. Con su fallecimiento, su hijo Rafael, de 38 años, ascendió al segundo puesto en la línea de sucesión del desaparecido trono imperial. Aunque el título de «príncipe imperial» carece de validez legal desde que lo ostentó la princesa Isabel, la familia sigue usando este rango como parte de su identidad.
La aparición pública de Rafael de Orleans-Braganza con su nuevo título tuvo lugar este fin de semana en el funeral de su padre, celebrado en la localidad de Vassouras, en el estado de Río de Janeiro. Acompañado de sus dos hermanas, Amelia y María Gabriela, el príncipe mostró su emoción por la pérdida de su progenitor. «Como Príncipe de Grão-Pará, renuevo mi compromiso de dedicar toda mi vida a Brasil y trabajar para los brasileños en cualquier ámbito y cuando me lo pidan», declaró en su momento, destacando su vínculo con su país natal.
Rafael nació en 1986 en Petrópolis, una ciudad situada en el estado de Río de Janeiro. Es el tercer hijo de Antonio de Orleans-Braganza y Christine de Ligne. Su familia pertenece a la antigua casa imperial de Brasil, cuyo último emperador fue Pedro II. A pesar de la abolición de la monarquía en 1889, los descendientes de la familia imperial siguen utilizando los títulos, aunque sin poder legal. En términos genealógicos, Rafael es bisnieto de la última princesa imperial, Isabel, y primo segundo del rey emérito de España, Juan Carlos I.
Aunque creció y vivió en Brasil, el príncipe Rafael estableció su residencia principal en Londres, donde fundó una empresa de consultoría. A pesar de este vínculo con la capital británica, mantiene una estrecha conexión con su país de origen, participando en algunos actos públicos vinculados con la monarquía y actividades benéficas. Su historia personal se vio marcada por un giro trágico en 2008, cuando su hermano mayor, Pedro-Luiz, falleció en el vuelo 447 de Air France. Este evento lo convirtió en el príncipe de Grão-Pará, un título que históricamente fue el del primogénito del heredero al trono.
El futuro del príncipe Rafael, sin embargo, está condicionado a un aspecto muy peculiar de la monarquía brasileña. Como ocurre en muchas casas reales europeas, en la familia Orleans-Braganza, el matrimonio con alguien fuera de la realeza —un matrimonio morganático— conlleva la pérdida de los derechos sucesorios. En este sentido, el príncipe expresó en varias ocasiones su deseo de casarse con una mujer que sea parte de “la realeza y la alta nobleza católica”.
De esta manera, el príncipe Rafael se enfrenta a un dilema que no solo es personal, sino también institucional: para seguir siendo el príncipe imperial y llegar a convertirse en jefe de la familia Orleans-Braganza, debe casarse con una princesa. Este escenario marcó la vida de los miembros de la familia, como lo demuestra el caso de su hermana mayor, Amelia, quien perdió sus derechos dinásticos al contraer matrimonio con Alexander James Spearman, un sobrino nieto del exministro español Antonio Garrigues.
La familia imperial en la actualidad
El príncipe Rafael no está solo en su destino monárquico. Sus hermanas también tienen sus propias vidas. Amelia, la mayor de los tres hermanos, reside en Madrid, donde trabaja como arquitecta y está casada con Alexander James Spearman, con quien tiene dos hijos. La más joven, María Gabriela, de 35 años, también es arquitecta y permanece soltera. Ambas hermanas mantienen un bajo perfil en los últimos años, aunque siguen estando involucradas en la vida de la familia imperial.
La dinastía Orleans-Braganza, aunque ya no posee poder político ni influye en los asuntos de Estado en Brasil, sigue siendo una figura importante en la historia del país. La reciente ascensión de Rafael al título de príncipe imperial demuestra cómo, a pesar de los cambios sociales y políticos en Brasil desde la proclamación de la república en 1889, la familia sigue siendo un símbolo de la antigua nobleza y un recordatorio de la monarquía que una vez gobernó la nación.
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