En medio de una semana en la que la monarquía británica esperaba celebrar el décimo cumpleaños de la princesa Charlotte y el regreso progresivo del rey Charles a la vida pública tras su tratamiento contra el cáncer, el foco volvió, una vez más, a girar hacia el príncipe Harry
Por Andrea Prado
Lo que comenzó como una reacción ante el fallo judicial que negó su solicitud de mantener escolta oficial en el Reino Unido, se transformó rápidamente en otro capítulo tenso del conflicto familiar más público y doloroso de la Casa Real moderna. El duque de Sussex, visiblemente frustrado, declaró en una entrevista con la BBC que su padre “no quiere hablar con él por el tema de la seguridad”. Y luego, como es ya costumbre en esta saga, llegó un comunicado, intenso y cargado de reproches, en el que apuntó contra “las instituciones que acosaron a su madre y que siguen incitando odio contra su familia”.

Harry volvió a dar una entrevista a la BBC.
Desde California, donde lleva una vida mediáticamente activa y económicamente rentable junto a Meghan Markle y sus dos hijos, Harry se declara dispuesto a reconciliarse. Pero sus palabras, envueltas en ataques, amenazas veladas y desconfianza, contradicen esa disposición. Porque, ¿cómo reconstruir vínculos cuando toda conversación privada corre el riesgo de volverse pública en cuestión de horas?
Un amigo cercano del Rey lo resume con claridad: “No es que Charles no quiera hablar con Harry; es que no puede”. La falta de confianza es total. Las entrevistas, el libro Spare, los documentales, los mensajes que apuntan siempre hacia dentro de los muros de Buckingham… todo ha contribuido a erosionar lo que quedaba de intimidad entre padre e hijo. La percepción de Harry como alguien que exige, acusa y desvela sin reparos ha alejado incluso a quienes alguna vez simpatizaron con su versión de los hechos.

Harry y Meghan han salido a ventilar roces internos de la familia real para captar atención mediática.
Los datos acompañan esta caída en la empatía: una encuesta reciente de YouGov reveló que casi la mitad de los británicos considera que la familia real ha tratado a Harry con justicia. Apenas un 23 % cree lo contrario. El país que Harry extraña —“Amo mi país… Es triste que no pueda mostrárselo a mis hijos”, dijo— parece no sentir lo mismo por él.
Mientras tanto, el Rey continúa con su agenda, intentando reencauzar el rumbo institucional en medio de problemas internos —de salud y familiares— que afectan tanto a la Corona como a su corazón. Y aunque sus discursos públicos han sido siempre conciliadores, el silencio con su hijo menor parece más elocuente que cualquier frase diplomática.
El problema de fondo no es solo la seguridad. Es una ruptura de confianza, un dolor familiar profundo, una grieta que se ha ensanchado con cada entrevista, con cada libro, con cada ausencia en momentos clave. Es la duda permanente de si cualquier gesto de acercamiento será aprovechado para construir una nueva narrativa personal desde el otro lado del Atlántico.

El silencio del Rey con su hijo menor parece más elocuente que cualquier frase diplomática.
Harry insiste en que quiere reconciliación. Pero no parece dispuesto a caminar hacia ella sin antes lanzar una última acusación, un último reproche. La familia real, por su parte, ya no responde con palabras, sino con distancias. Y aunque ambos lados han cometido errores —errores dolorosos, quizá irreparables—, es Harry quien ha quedado más aislado: sin cargo, sin respaldo institucional, sin patria a la que volver con tranquilidad.
El Reino Unido conmemora el 80.º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial. Mientras los Windsor se preparan para honrar la memoria de quienes lucharon por la paz, el ruido desde Montecito amenaza con ensombrecer nuevamente el balcón de Buckingham. La guerra personal de los Windsor aún no conoce armisticio.