Alice Wagner y Jorge Cabieses hablan del miedo, el desapego, la libertad y los límites que los dos artistas tienen con sus dos hijos, Amadeo y Omara.
Uno se termina pareciendo a sus padres cuando tiene hijos.
Alice: Depende del temperamento del niño. Para nosotros, Amadeo ha sido un reto; pero, a la vez, es un niño explorador, curioso, sin miedo. Estábamos acostumbrados a nuestro ritmo y, de pronto, este niño… que no lo podías dejar de mirar ni un segundo, porque se escapaba, buscaba el peligro en todo momento. Ahora, con nuestra segunda hija, Omara, nos damos cuenta de que no todos los niños son así. Su lenguaje ha llegado más rápido, es más tranquila.
¿Se puede educar en el arte desde niños?
Alice: No he tratado de imponerles nada. Para Amadeo, ha sido complicado notar que yo manejo grupos de otros niños cuando doy clases en mi taller. Lo siente como una invasión. He tenido que, poco a poco, meterlo a la dinámica.
Jorge: Yo he llevado un par de veces a Amadeo al taller, pero no lo he estado forzando en esa lógica de que vea “cómo pinta su papá”. Él va solito y se divierte. Le regalé una pistola de aire que dispara pica pica, y él hace como si estuviera pintando.
¿Es necesario el arte durante la niñez?
Alice: A unos niños les sirve muchísimo; a otros, no tanto. Algunos papás anotan en talleres a sus hijos porque piensan que les va a hacer bien, y eso es una tontería. Por otro lado, tengo alumnos que vienen desde muy chiquitos y tienen fascinación por crear. Amadeo sigue en la época del garabato. Si no pinta dentro de la línea, no me importa: su proceso irá por otro lado. Hay padres que tienen la idea de que lo perfecto está bien, cuando lo interesante en todo aprendizaje es el proceso, el error, aprender a perderle el miedo a la hoja en blanco.
Por Manolo Bonilla
Foto de Josiph Curisch
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