Galas benéficas, fiestas, desfiles y exposiciones culturales. Con motivo de su treinta aniversario, COSAS hace un repaso de las últimas tres décadas de vida social limeña y de los eventos que marcaron hitos importantes en la construcción de la Lima actual. Porque recordar, siempre es volver a vivir…
Por Arianna Gonzáles
Marisa Guiulfo solía decía que celebrar era una parte necesaria de la salud del ser humano. “Igual que dormir, reír y disfrutar”, alegaba y, como en muchas otras cosas, tenía razón. ¿Qué es, si no, una sociedad sin celebraciones? ¿Cómo se vive sin, de vez en cuando, brindar, bailar y disfrutar en honor a algo? Los festejos son parte imprescindible de la vida social y, recordarlos termina siendo, incluso, más reconfortante que vivirlos.
Al celebrar los treinta años de COSAS es imposible evitar un repaso por la vida social de la capital, la misma que se ha visto reflejada en las páginas de los más de siete centenares de ediciones que la revista ha publicado desde su fundación en 1992. En una conversación llena de recuerdos, reunimos a tres protagonistas, desde sus respectivos rubros, de las celebraciones más importantes de las últimas tres décadas. Sus declaraciones hacen imposible no sumergirse en un baúl de memorias que permiten revivir experiencias y aferrarse a la idea de que puede que, al final, todo tiempo pasado haya sido mejor.
Con más de tres décadas de experiencia en el rubro de la planificación de eventos, Felipe Ossio recuerda que hace quince años la figura del planificador o decorador de eventos no existía y la responsabilidad de la organización y el éxito de la celebración recaía en el catering, servicio en el que su madre fue una de las más solicitadas. “Mi madre era una persona muy respetada en términos de elegancia y protocolo y de lo que era correcto hacer, la gente le tenía mucho respeto en ese sentido y por lo tanto se dejaban guiar. Yo procuraba aprender de ella, he heredado esa confianza que la gente le depositaba y ahora lo hacen en mi trabajo”, sostiene Ossio.
Marisa Guiulfo no solo fue un factor importante en la construcción de los eventos como se conciben hoy en día, sino que también fue la protagonista de dos celebraciones que marcaron los últimos años: sus cumpleaños número 50 y 70. “Los hijos le hicimos a mi mamá por sus 50 años una fiesta en el Museo de la Nación y esa fue la primera vez que el museo fue usado para un evento social. Sus 70 años, lo celebramos en el Campo de Marte. Esos eventos marcaron mucho porque además mi madre tenía una forma absolutamente glamourosa para celebrar, le gustaba mucho la vida social, no creía en ningún tipo de frontera: ni religiosa, ni social, ni sexual”, recuerda Felipe.
Para Carlos Andrés Luna, uno de los event-planner más reconocidos de nuestro país, la revolución en los eventos sociales de Lima está muy ligada a la popularidad que fue ganando la gastronomía peruana. “Marisa Guiulfo y Lucha Parodi han sido las impulsoras del cambio de la gastronomía en el país y de la transformación de los eventos. Marisa empezó a poner el ají de gallina como canapé en las embajadas cuando nadie pensaba que este plato se podía comer fuera de la cocina de casa e hizo una gran revolución, al igual que Lucha, que inventó los famosos encanelados”, sostiene CAL, quien no puede describir los últimos treinta años de vida social sin mencionar nombres como el de Cucha Corbetto y sus esculturas de dulces, Coco Moore y su visionaria apuesta por la iluminación de tipo teatral en eventos sociales, Lourdes Gaveglio y sus arreglos florales que la llevaron a convertirse en la florista oficial del Club Nacional, o Úrsula Sayán que revolucionó las decoraciones de fiestas y matrimonios con sus velas.
La época dorada de la vida social limeña
Para los referentes consultados en esta nota, existe un despertar de la vida social limeña, que comprende del 2010 al 2018, años que permitieron la exposición de nuestros artistas en todos los ámbitos y que, coincidieron con el mayor crecimiento económico de los últimos tiempos, el mismo que permitió a plataformas como Promperú una inversión mayor en el desarrollo de proyectos que impulsaran la cultura peruana y la pusieran a los ojos del mundo.
“En esta especie de época dorada comenzaron a suceder grandes acontecimientos que congregaban a personalidades peruanas e internacionales, como la apertura del MATE en el 2012, un evento que nos dio una atención internacional nunca antes vista, la inauguración de Astrid y Gastón en Casa Moreira en 2014, que fue la primera vez que se elaboraba un maping tan largo, lo trabajamos junto a Alfonso Casabonne y resultó todo un reto y una hazaña tecnológica para la época, o la apertura de ferias de arte como ArtLima y ParC”, sostiene Carlos Andrés Luna, quien resalta que la vida social limeña se enriqueció gracias al impulso que la Marca Perú otorgó a todos los sectores. “Fue un motor importante para la industria cultural en muchos sentidos y eso se vio reflejado en todos los eventos que atrajeron a personalidades de todo el mundo, había mucho impulso de la moda, la cultura y los artistas locales. Ese diálogo que había entre la empresa privada y el gobierno en ese momento fue muy importante”, concluye.
En ese sentido, además de la gastronomía peruana que durante esos años cobró más relevancia que nunca con “Mistura”, la feria nacional dedicada a impulsar la cocina nacional y sus protagonistas, otros sectores como la moda tuvieron una época llena de crecimiento e impulso, con la aparición de plataformas como el Lima Fashion Week.
Noe Bernacelli, diseñador que estuvo presente desde su primera edición, en el 2011, hasta la última, en el 2019, recuerda este evento con cariño y reconoce en él un vehículo interesante para la evolución de la moda peruana. “Al comienzo todos teníamos muchas expectativas de este evento, con muchos nervios y muchas ganas a la vez de hacer una buena primera impresión, fue increíble la puesta en escena, el desarrollo del evento y sumamente bien curado. Esta plataforma se mostraba como una vitrina internacional, del diseño de moda local al exterior, compitiendo con diseñadores de alta trayectoria”, resalta sobre su paso por el LIF Week, que además se convirtió en una plataforma para visibilizar el talento de las modelos, con galardones que premiaban a la mejor de cada edición y les permitían trabajar campañas con reconocidas marcas y revistas, otorgándoles exposición y un crecimiento significativo en la industria.
Paralelo a ello, las delegaciones peruanas de diseñadores empezaron a participar en pasarelas internacionales como el Mercedes Benz Fashion Week Madrid, a donde acudieron Jessica Butrich, Meche Correa y Sitka Semsch y grandes exposiciones ligadas a la moda llegan a Perú como la de los vestidos de la colección otoño-invierno 2005 de Dior, inspirados en trajes tradicionales peruanos.
Galas benéficas: La cara solidaria
“Lo más relevante que teníamos en el año, fuera de las bodas súper elaboradas antes depandemia, era La Gala Misión Huascarán, así como La Gala de Mario Testino, que reunía a un grupo selecto de la sociedad limeña y el jet set internacional”, recuerda Noe Bernacelli, poniendo sobre la mesa la importancia de las galas benéficas en la vida social limeña, celebraciones que se convirtieron en las más esperadas cada año y que no solo reunían personalidades en torno a un buen ambiente, sino que permitían ayudar a causas solidarias que mejoraban la calidad de vida de los más necesitados.
“El impacto que tienen las galas de organizaciones benéficas como Misión Huascarán en la vida de las personas es enorme. Más allá de ser eventos sociales, lo recaudado ayuda a mejorar la calidad de vida de niños, dotándoles de educación, vestimenta y alimentación. Por ello, la gala de Misión Huascarán fue cobrando cada vez más relevancia. La primera fue en el Museo de Osma, la segunda se hizo junto al MATE y Mario (Testino) en UTEC, la tercera en la casa Hildemeister, la cuarta fue en el Puericultorio Pérez Araníbar y estamos pensando hacer en la primera parte del próximo año el regreso de la gala”, adelanta Carlos Andrés Luna.
De igual manera, El Rastrillo se convirtió, con el paso de los años, en la excusa perfecta para reunir a la sociedad limeña en torno a eventos culturales como un solo objetivo: generar recursos para ayudar a cada vez más niños en situación de orfandad. “El Rastrillo es un clásico reinventado, incluso hicimos uno en medio de pandemia porque a pesar de que no podíamos congregar gran cantidad de personas, la ayuda social debía seguir llegando y en Misión Huascarán lo mismo, durante la pandemia continuamos con eventos virtuales que convocaron a modelos de Victoria’s Secret y al fotógrafo Mariano Vivanco. Es enorme el esfuerzo que se hace para poder recaudar todo lo necesario para poder sostener estas obras”, comenta.
Matrimonios: El otro gran escenario de la vida social
Los grandes matrimonios han sido un factor clave para el desarrollo de la vida social limeña. Para Felipe Ossio, la boda del tenor peruano Juan Diego Flores y la exmodelo alemana Julia Trappe en el 2008, de la que se encargó personalmente del catering fue uno de los matrimonios más significativos. La ceremonia tuvo un despliegue sin precedentes, se realizó en la catedral de Lima, que no había sido usada para un matrimonio desde 1949, fue transmitida en vivo y contó con la presencia de más de 800 invitados, además de los cientos de personas que estuvieron en la Plaza Mayor de Lima para expresar su cariño al tenor y su esposa.
Diez años después, la escena se repitió para la boda de la abogada peruana Alessandra de Osma y el príncipe Christian de Hannover, que se llevó a cabo en la Basílica de San Pedro. El centro de la ciudad pareció detenerse nuevamente para brindarle todo el protagonismo al amor de la pareja que llegó al altar en una ceremonia que reunió a personalidades internacionales de la talla de Kate Moss y miembros de la dinastía alemana.
Tras la pandemia, los grandes matrimonios parecen haber quedado en el olvido, al menos temporalmente. De acuerdo con Felipe Ossio, encargado del catering de las bodas más recordadas de los últimos años, las personas están apostando por ceremonias con menos cantidad de invitados y los espacios que solían armarse para acompañar a los novios en el día más importante de sus vidas han pasado a un segundo plano.
“La pandemia ha hecho que las bodas reduzcan su número de invitados porque la gente se ha dado cuenta que sus cercanos son menos de los que creían. Los matrimonios con menos gente se están adaptando a espacios ya existentes como salones de hoteles y los patios acondicionados para este tipo de eventos han ido quedando atrás. Los novios quieren celebraciones más pequeñas y no por ello menos costosas. Además, tienen mayor protagonismo en la toma de decisiones porque muchas veces ellos mismos costean su boda, por lo que tienen referencias modernas y de nuevas generaciones. Por otro lado, las destination weddings, están cobrando más relevancia y la gente prefiere invertir más en celebrar su boda en un destino específico que en una cantidad de invitados mayor”, indica.
Sin duda, más allá de los cambios en los matrimonios, la pandemia marcó un antes y un después en una vida social que aún no acaba de volver a la normalidad anterior a marzo del 2020. Para Noe Bernacelli sigue latente este miedo al estar en un evento y tener la posibilidad de revivir la coyuntura que atravesamos hace dos años. “Sin embargo, con los cuidados y protocolos necesarios, que seguirán vigentes por un mayor tiempo, nos acostumbraremos a nuestra nueva realidad como sociedad”, alienta. El tiempo le dará la razón y solo un nuevo despertar en la vida social como el de la década pasada podrá dejar atrás todos los miedos que el COVID sembró.
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