Hoy en día, en Hollywood no hay mejor negocio que venderse a sí mismo, una tendencia liderada por la actriz que ganó un Oscar hace veinte años.
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Por Manuel Santelices
En marzo de este año, Gwyneth Paltrow, que no hace nada que no sea perfecto, anunció que había recaudado cincuenta millones de dólares entre inversionistas interesados en participar en Goop, su muy popular marca. Así, la exactriz, que abandonó definitivamente su carrera hollywoodense hace tres años, dio un paso más en su asombrosa marcha como empresaria, un rol para el que parece haber nacido y que se ajusta exactamente a su personalidad.
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Lo que nació en 2008 siendo poco más que el blog de una actriz para compartir sus recetas preferidas y sus productos de belleza favoritos, se convirtió en una megacompañía que hoy está valorizada en aproximadamente 250 millones de dólares, una cifra que Gwyneth no desmiente ni confirma, porque hablar de dinero no va con el espíritu neo-new-age de Goop y sus millones de seguidores.
En cambio, ella prefiere hablar de lifestyle, del cuidado de la piel, de viajes, de sexualidad, de la pureza del agua, de las propiedades de la miel y, por supuesto, de “comercio contextual”, que es como se traduce la palabra “ventas” en idioma Goop. Los visitantes al sitio pueden adquirir desde polos de Stella McCartney (¡ningún animal ha sido maltratado!) hasta aros de perlas y topacios de Loren Stewart o sandalias de K. Jacques.
Y si tiene dudas acerca de qué adquirir hoy, no tiene más que hacer clic en la pregunta: “¿Qué tan Goopy eres?”, y la propia Gwyneth le sugerirá en qué gastar su dinero. ¿Un ejemplo? El Goop Beauty Starter Kit, que por 325 dólares le entrega todos los productos básicos para tener una piel tan suave y diáfana como la de ella.
Con el salario de las estrellas de Hollywood en caída libre durante las últimas dos décadas; sin ninguna seguridad de que hasta la más costosa superproducción resulte exitosa y –con la llegada de las luminarias de los reality televisivos– con una fama devaluada que ha perdido buena parte de su brillo y prestigio, las actrices del cine estadounidense han decidido que no hay mejor ni más seguro negocio que venderse a sí mismas a través de sus propios medios.
Llámelo el “efecto Oprah” si quiere. Porque fue ella la primera que elevó su personalidad mucho más allá de su popular programa, transformándose en un ícono monumental y autoridad moral y del buen gusto, capaz de vender lo que sea, sin importar si se trata de best sellers literarios o planchas a vapor, algunas de sus “cosas favoritas” que de inmediato se convierten en un hit de ventas. Si a Oprah le gusta, a usted también.
Gwyneth y su generación tienen una ventaja sobre la célebre animadora: sus redes sociales, que son usadas en forma aparentemente casual –“¡otro almuerzo en el yate de Valentino!”–, pero sin duda muy estratégica, reafirmando la idea de que la persona que aparece ahí, en sus publicaciones, tiene una vida mejor que la suya o la mía y que, por lo tanto, no hay otra opción que seguir sus consejos. Es la única ruta a la felicidad.
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