El periodista de “The Washington Post”, ganador del Premio Pulitzer 2019 en la categoría Crítica, volvió al Perú luego de quince años y se reencontró con sus raíces. Lozada analiza qué significa hoy ser migrante en los Estados Unidos y los retos de salir adelante en una tierra que no es la suya.
Por David Gavidia Foto Luna Sibadon
En el año 1988, Carlos Lozada Rodríguez Pastor dejaba Lima, su ciudad natal, para viajar a los Estados Unidos e iniciar una nueva vida. Con 17 años, se iba a estudiar a una universidad norteamericana. En el Perú, nos encontrábamos en la época del primer gobierno de Alan García y el país era una ruina: hiperinflación, terrorismo, inseguridad, corrupción y un largo etcétera de sucesos negativos protagonizaban el día a día. Por esos años, muchos peruanos tuvieron que irse y Lozada fue uno de ellos. “Se veía un futuro muy turbio en el país. Parecía que estábamos al borde del abismo. Me fui, en cierta medida, por eso”, recuerda treinta años después, luego de caminar por las calles de Lima, ciudad a la que retornó por unas semanas acompañado de su esposa y sus tres hijos, lo que significó para él un reencuentro con su pasado y sus raíces.
Pero vayamos por partes. Cuando Lozada se fue del país siendo un adolescente, no sabía que se convertiría en un prestigioso periodista en Estados Unidos. Tampoco sabía que ganaría –en abril de 2019– el afamado Premio Pulitzer en la categoría Crítica, por su trabajo en “The Washington Post”. Sabía –en cierta medida– que estudiaría Economía en la Universidad de Notre Dame, y luego una maestría en Asuntos Públicos e Internacionales en Princeton. Pero ignoraba, por ejemplo, que sería considerado Líder Global del Mañana por el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza. Al irse, solo sabía que se convertiría en un migrante más. En un peruano escapando del caos.
Crítica y migración
Este año ganó el Premio Pulitzer (una especie de Oscar del mundo del periodismo, la literatura y la composición musical que otorga todos los años la Universidad de Columbia), y uno de los tópicos por los que fue galardonado es que su trabajo –como crítico de libros de no ficción– aborda el tema migratorio. ¿Cuánto de su historia personal hay detrás de su trabajo?
La experiencia de migrante en Estados Unidos es muy complicada, y cada uno tiene una experiencia distinta. Ahorita, allá, hay una crisis política, y los debates sobre el tema de los migrantes se han puesto muy feos, muy crudos, muy violentos. Entonces, cuando escribo para “The Washington Post” (diario donde trabaja desde 2005), trato de no hacerlo desde el punto de vista de un migrante, porque lo hago para un público amplio, pero a veces es imposible desligarse de eso.
¿Cómo así?
En estos días en Lima he visto –desde lejos– cómo en Estados Unidos hay ataques retóricos, en el campo político, contra los migrantes, y también ataques reales. Matanzas en El Paso, Texas, por ejemplo. Verlo desde aquí, cuando estoy reencontrándome con mi país, es una experiencia extraña, porque vuelvo y miro al Perú con ojos nuevos, pero también veo que en Estados Unidos gente como yo, en muchos círculos, no es bienvenida. Tengo 47 años; 38 viviendo en Estados Unidos. Me he convertido en ciudadano estadounidense, pero a la vez me reencuentro con mis raíces. Eso me deja en una encrucijada: cuando estoy en Estados Unidos, me identifico como peruano, pero cuando estoy aquí me doy cuenta de que la mayor parte de mi vida la he hecho allá. Es extraño.
¿La xenofobia se ha incrementado en la era Trump?
El presidente de Estados Unidos ha capitalizado un problema que existía. Nosotros (los latinos) no somos una invasión –como dice Trump– que va a transformar de manera negativa la cultura de un país. Los latinoamericanos en Estados Unidos han tenido aportes culturales, económicos y sociales. Además, debemos recordar que Estados Unidos es un país forjado por migrantes. Está en su ADN. Es su historia nacional. Yo he tenido la suerte de no haber sufrido, de manera extrema, discriminación. Como periodista recibo correos, mensaje por Twitter; hay gente que me puede criticar. Y, a veces, esas críticas cruzan a una línea de nivel racial, o de nacionalidad. Cualquier periodista expuesto al ojo público tiene que estar listo para esos roces, pero siempre choca cuando se vuelven a nivel personal.
Usted está casado con una mujer estadounidense y tiene tres hijos, de 11, 9 y 6 años, que son de allá…
Sí. Yo a mis hijos les hablo en español; bueno, no siempre, porque mi esposa habla en inglés. Pero para mí es importante que ellos sientan que no solo son estadounidenses de Washington D.C., sino que también tienen raíces en el Perú. Y que se den cuenta de que eso no solo es un accidente de la geografía y la ascendencia, sino que implica tener cierta identidad, solidaridad y responsabilidad.
La vida después de un premio
Ahora que Carlos Lozada habla de su familia, es imposible no dejar de recordarle aquel 15 de abril de 2019, cuando se anunció que había ganado el Pulitzer. Ese día recibió el galardón junto a su familia, en la redacción del diario. Su esposa, sus tres hijos y su madre oyeron que el periodista de “The Washington Post” era reconocido por su trabajo como crítico de libros de no ficción, labor que ejerce desde 2015 (antes fue editor de Economía, Seguridad Nacional y Opinión del diario), y que se había impuesto a más de 200 candidatos; entre ellos, periodistas de publicaciones como “The New Yorker” y “The New York Times”.
El Comité Pulitzer destacaba que, en los ensayos de Lozada, había una innovación, ya que no solo se limitaba a reseñar libros de no ficción, sino que recogía un conjunto de textos y escribía un ensayo reflexivo acompañado de una emoción cálida sobre dilemas estadounidenses como la política, la historia presidencial, vivencias de migrantes, seguridad nacional, entre otros.
¿Cómo vivió el momento en el que recibió el Pulitzer?
Fue inolvidable. Un año antes había quedado como finalista, y sabía que ganar era muy difícil. Cuando me lo dijeron, me parecía mentira y me pregunté: “¿Por qué (gané yo)?” (risas). En ese momento no solo piensas en los artículos que fueron parte de la nominación, y en el trabajo previo, sino en todo el esfuerzo que significó tu carrera, tu educación, los sacrificios personales que hiciste para llegar allí… Estar en ese momento acompañado de mi familia fue lo apropiado: sin ellos nunca hubiera podido llegar a ese instante.
¿Qué sigue después de ganar un Pulitzer?
La satisfacción periodística es casi lo de menos. Es más a nivel personal, ya que piensas en cada decisión que tomaste para llegar a ese punto. Ahora lo grandioso del periodismo es que siempre hay un reto nuevo. A los dos días de ganar el Pulitzer, tuve que seguir con mi trabajo haciendo reseñas. No puedes sentarte y maravillarte de tus logros, porque siempre está la página en blanco mirándote. En el diario me hicieron una recepción. Pero de allí todo el mundo se olvida y todos siguen trabajando. Hoy tengo 47 años y no puedo pensar que estoy en el tope de mi carrera. Más allá del Pulitzer, aún tengo demasiado por hacer. Estoy pensando en seguir innovando en el campo de la crítica, quizá crear un podcast. Tratar de hallar formas nuevas para encontrarme con el público que cada vez lee menos.
El lector de hoy es muy ingrato y está más ligado a las nuevas tecnologías. ¿Como seducirlo?
Hay que encontrar al público lector donde ya está. Tengo una cuenta en Twitter donde trato de ser muy activo. Allí les digo: “Viene este libro que puede ser interesante”. Hay que tratar de estar en la conversación literaria por Facebook y Twitter. Se tiene que ser parte de eso, no se puede estar ajeno. No quiero sentarme aquí a culpar al público por leer menos. La gente está ocupada, tiene dos trabajos, hijos, para corriendo de un lugar a otro y hace las compras de la casa… Dedicarse a leer un libro por horas no es fácil. Por eso el papel del crítico es servir de enlace entre el mundo literario, las imprentas, los escritores y el público. Ellos nos ven como guías.
De vuelta a la realidad
A Lozada le preguntamos sobre la coyuntura peruana. Acerca del adelanto de elecciones propuesto por el presidente Martín Vizcarra, las reformas políticas y los constantes pleitos entre el Ejecutivo y el Legislativo. Él no quiere ser ligero en su análisis, dado que recién ha comenzado a empaparse de la coyuntura nacional. Pero sí deja un mensaje: “Estos temas de corrupción, de parálisis política, no son solo peruanos. Existen en Estados Unidos y en muchos países del mundo. Lo más importante, desde nuestro punto de vista, es que cualquier decisión que tome el público sea informada. Ese es nuestro papel como periodistas. Yo me siento honrado de ser parte de una profesión que trata de sacar todo eso a la luz. Parte de esta visita ha sido conectarme con el periodismo peruano, y lo veo con gran entusiasmo y optimismo.
¿Por qué el periodismo peruano le ha causado esa sensación?
Porque lo veo activo y dedicado. Acá los trapos sucios salen a la luz gracias, en parte, al periodismo. Eso, de por sí, ya tiene un valor.
Antes de terminar, me gustaría saber cómo encuentra a Lima.
Con ojos de nostalgia. Es un país que dejé de niño y me he reencontrado con amigos y parientes. Uno, cuando se va y hace su vida en otro sitio, no deja de pensar cómo hubiera sido si se quedaba. Ver al Perú ahora me hace pensar mucho. Soy un optimista por naturaleza, entonces veo al país mejorado, incluso estando en un momento de parálisis política. Ahora espero que mis hijos se liguen a este país, que conozcan sus raíces, aun siendo estadounidenses.