Hace unas semanas, un jurado norteamericano confirmó que Harvey Weinstein es culpable. El otrora productor más poderoso de Hollywood ha recibido 23 años de prisión. Hoy, se conoce la noticia de que ha dado positivo para el COVID-19 y que permanece aislado en una prisión de Nueva York, en la que habrían otros treinta contagiados de coronavirus. Frente al colofón del caso Weinstein, la periodista Lorena Álvarez se pregunta: ¿Qué pasa ahora con el movimiento que iniciaron las acusaciones en su contra?
Por Lorena Álvarez, periodista y autora de los libros «No te mato porque te quiero» y «Primero muerta».
No podía respirar, el corazón le palpitaba fuertemente. Sus abogados dicen que está muy enfermo; sus víctimas, que por fin experimenta un ataque de ansiedad, esos que son moneda corriente entre las mujeres que han vivido el horror de la violencia psicológica, física y sexual, pero que han tenido que callar o, si hablaron, han padecido el escarnio público y la indiferencia. Harvey Weinstein fue hallado culpable de dos de los cinco delitos por los que se le procesó en Nueva York, en un mediático juicio.
El otrora famoso y todopoderoso productor de Hollywood se arrastra. Camina encorvado, no por vergüenza ante la avalancha de testimonios perturbadores sobre sus “formas” de trabajo, sino por una operación en la espalda que lo tiene usando andador. Según su entorno, sus abogados lo obligaron a utilizarlo en las audiencias, a pesar de su negativa. Dizque no quería que sientan lástima. Si ese fue el plan, fracasó. El depredador denunciado por ochenta mujeres se muestra físicamente como es: un ser humano decadente. Aquel que doblegaba la voluntad de las mujeres con las que trabajaba para someterlas. Poseerlas. Reducirlas de su condición de personas y convertirlas en objetos.
Pero más allá de Weinstein, ¿qué significa que vaya a la cárcel, por abuso sexual, un hombre blanco, privilegiado y millonario? Lo más valioso es que la justicia estadounidense certificó la versión de las denunciantes. Un jurado mayoritariamente masculino, compuesto por siete hombres y cinco mujeres determinó que sí eran creíbles las acusaciones en su contra. Ellos también les creyeron.
Las denuncias de abuso sexual son difíciles de probar cuando no hay violencia física de por medio, menos aún pruebas biológicas que demuestren lo que sucedió a puertas cerradas entre dos personas adultas. Pero, lo que es incluso peor, la víctima suele ser cuestionada cuando se trata de un episodio del pasado. “¿Por qué denuncia recién?”, se le imputa. Este cuestionamiento, más aún si su posición social y económica es inferior a la del denunciado, se traduce en impunidad y empoderamiento para el agresor.
Un punto de quiebre fue el hecho de que, que en medio de las voces acusadoras, hubo dos estrellas. Dos actrices innegablemente famosas, poderosas y de la élite de la meca del cine estadounidense: Rose McGowan y Ashley Judd. Levantaron la voz en ese eco mundial llamado #MeToo, un movimiento fundado en el 2006 pero que corrió cuál pólvora en el 2017, tras la investigación contra Weinstein publicada por “The New York Times”. Desde el inicio, ambas acusaron al productor, que tuvo entre sus defensores a ganadores del Oscar como Ben Affleck. Fue una batalla dura que una corte neoyorquina tradujo en una potente condena. El depredador irá a la cárcel. Se trata de un punto de inflexión inédito para treinta años de impunidad. El mundo ha cambiado. Aquellas reglas que entendían el abuso como parte del oficio de alcanzar la fama ya no son tolerables.
No es coincidencia que el tenor español Plácido Domingo hiciera un forzado mea culpa y pidiera perdón por acosar sexualmente a veintisiete mujeres, aprovechando su posición privilegiada como uno de los icónicos “tres tenores”. Así, se vivió una semana para la historia en la lucha contra la violencia de género: un lunes, un jurado condenó a Harvey Weinstein; un martes, una comisión investigadora concluyó que Plácido Domingo acosó y abusó de mujeres. Como reclama el manifiesto feminista, el violador eres tú.
Traducir la empatía en condenas resulta valioso en la lucha por la no violencia y la equidad. No se puede avanzar sin ampararnos en el sistema de administración de justicia. Lo que distingue a una sociedad del reino animal es que nos gobierna la ley. Aquellos animales que viven gobernados por el instinto tienen cabida en la jungla, y cada vez menos entre humanos respetuosos que empiezan a entender la relevancia del consentimiento expreso.