La diseñadora de modas peruana Alessandra Petersen y su esposo, el fotógrafo Per Tomas Kjaervik, quedaron atrapados por la pandemia y el cierre de las fronteras en Ciudad de México, adonde habían llegado por trabajo. Desde hace más de un mes se encuentran confinados a un pequeño espacio prestado, en una ciudad ajena, a la espera de una solución para volver a su hogar. Viven el drama y la preocupación de tantos otros peruanos que han quedado, por distintas razones, fuera del país e imposibilitados de regresar a sus casas. Desde México, Alessandra escribe sobre esta experiencia.
Por: Alessandra Petersen Fotos: Per Tomas Kjaervik
Llegamos el 6 de marzo a CDMX, por trabajo, para presentarnos en la feria Caravana Americana. Es la octava vez que vengo pues aquí es donde presentamos la colección de invierno para Latinoamérica. Ese fin de semana que llegamos a México coincidió con la manifestación femenina más grande en la historia de la ciudad, por el Día Internacional de la Mujer, y toda nuestra atención estaba enfocada en eso. Estamos hablando de un estado con más de 16 millones de habitantes. Habían ocurrido un par de hechos terribles en relación a violencia de género, que habían subido aún mas los ánimos, se necesitaba estar más unidas que nunca. El punto de reunión fue la Plaza de la Revolución, y la feria Caravana Americana tenía lugar en el icónico Frontón, justo en a la plaza.
Esa fue una de las últimas conglomeraciones de gente, con una manifestación de más de 200,000 mujeres. Hasta ese momento no se pensaba en el COVID-19. Nuestro regreso estaba programado para una semana después.
Habíamos planeado visitar una comunidad mexicana para empezar un proyecto; ya entonces empezamos a escuchar noticias internacionales, cada vez mas preocupantes. Con el pasar de los días todo parecía cambiar en el mundo.
En México era como si no existiese virus alguno, la vida transcurría con normalidad. Tomas, mi esposo, me pidió posponer el viaje e intentar adelantar nuestro regreso. Llamamos cientos de veces y escribimos al chat de nuestra conocida aerolínea, pero jamás tuvimos respuesta.
La angustia crecía en nosotros, porque en el Perú ya se empezaban a tomar medidas. El fin de esa larga semana de tensión terminó con un cierre de fronteras y tendríamos solo 24 horas para regresar. Nuestro vuelo salía a las 3:30 p.m. y no queríamos arriesgarnos a no volar. Por eso, decidimos comprar el primer vuelo del día lunes, en otra aerolínea. Eran las 5 a.m. del lunes, el día en que Perú cerraría sus puertas internacionalmente a las 12 p.m. en punto. Un día que jamas imaginé vivir.
Se cierran las fronteras
En el aeropuerto la confusión reinaba. La señorita del counter no sabía si alguno de sus vuelos partiría, solo traía un papelito con mínima información. Lo que sí sabía y tenía claro es que mi esposo no podría volar por ser extranjero y no tener pasaporte peruano, a pesar de ser residente y tener una vida en mi país.
En ese momento tuvimos que dar un paso atrás y decidir quedarnos hasta que se calme un poco el tema. El siguiente paso sería empadronarnos en la Embajada de Perú en México, y comunicarnos con la cónsul. Había muchísima gente varada, entre ellos muchos ancianos y niños, y obviamente tendrían la prioridad de regresar. Decidimos nuevamente no molestar, acomodarnos a la situación, tener paciencia y esperar nuestro turno.
Después de más de un mes y varios vuelos humanitarios y particulares de Mexico al Perú, tenemos la angustia de no saber cuándo nos tocara. Es como el juego de las sillas, solo que, además, no sabes si volarás al lado de alguien que te contagie.
Por más que la embajada y el consulado han apoyado a muchísimos compatriotas y nadie pone en cuestión el trabajo arduo que implica repatriarnos, esto no es suficiente: aún somos muchos los que estamos hacinados, esperando. Las decisiones no dependen solo de la embajada y del consulado, sino del gobierno central.
Ayer llamamos a la embajada porque nos enteramos que saldría otro vuelo, y nunca se pierden las esperanzas. Para mi sorpresa, me contestó el mismo embajador Julio Garro. Tuvo la amabilidad de explicarme sobre los esfuerzos que se hacen para subvencionar un vuelo o conseguir permisos, para rogarle a las aerolíneas que cumplan (la nuestra nunca contestó el llamado del gobierno peruano, sencillamente cerró sus oficinas); pero no son solo los aviones que hay que gestionar, está también la falta de camas en hoteles en Lima, adonde tendríamos que llegar para hacer la cuarentena. Me explicó que es una gran coordinación y que se necesita todo el apoyo desde Perú.
Cuarentena fuera de casa
A toda la incertidumbre, le sumamos una cuarentena voluntaria en un país querido, pero no nuestro. México está al mando de un líder que hasta ahora no manda a su gente a casa porque prioriza la economía frente a la salud. Los colegios cerraron hace solo dos semanas.
Tenemos la suerte de contar con amigos cercanos aquí y su apoyo es invaluable. Aunque no podamos verlos, nos sentimos contenidos. En CDMX los extranjeros ya volvieron a sus casas: los hoteles quedaron vacíos. Nuestro hogar por el momento es el Airbnb de un amigo. Se podría decir que, dentro de todo, estamos bien.
La pregunta es hasta cuándo. Vemos ejemplos de países que no tomaron medidas y ahora están sufriendo. México no es la excepción, lamentablemente. Aquí no se hacen pruebas. La semana pasada tuvimos que hacer que cierren una obra de construcción que continuaba en el edificio en el que estamos. Un gobierno irresponsable da mucho miedo, desinforma y los contagios suben. Sabemos que lo peor está por llegar, y no queremos estar aquí cuando eso ocurra.
Por favor, necesitamos regresar a casa.