Bottega Dasso ha cambiado de propietario, y también de decoración. Para el empresario peruano Lou Rottmann, su nuevo local es un lugar que le hace soñar con los mejores bares del mundo.
Por Laura Alzubide / Fotos de Vinicios Barros
Lou Rottmann tiene alma de soñador. Nació en París y, aunque viaja a dicha ciudad a menudo, le gusta revivir la atmósfera de los lugares de la capital francesa que considera más fascinantes, como el bar del Hotel George V, el Hemingway del Ritz y la Brasserie Lipp. Por esta razón, cuando se le ofreció la oportunidad de convertirse en el propietario de Bottega Dasso, no lo dudó. Para él, era el restaurante de estilo clásico más elegante de nuestra ciudad. Así que, si no podía ir a París tantas veces como quería, podía hacer que París estuviera en Lima. “La idea de Stephanie Mitchell y Daniela Ghezzi, las decoradoras originales del local, era precisamente esa: que Bottega tuviera un ambiente europeo y bohemio, que te transportara a otro sitio. Y a mí me transportaba tan bien que quise hacerlo aún más ‘mío’. Para poder sentirme como en esos bares y restaurantes a los que siempre quiero viajar”, cuenta el empresario.
Como dice Rottmann, él no es arquitecto ni decorador, pero se empapó en el tema del diseño de restaurantes. “No es lo mismo que diseñar una casa, porque debe cumplir una funcionalidad como negocio”, explica. El local había sido construido con materiales nobles y le parecía una aberración cambiarlos. Así que se limitó a mejorar los aspectos que, como empresario y bon vivant, consideraba necesarios para convertirlo en un lugar propio. Pulió los pisos y los pintó de ocre negro, manteniendo la veta de la madera. Y trabajó con una paleta cromática conformada por el dorado, el azul, el palo rosa, el blanco y el negro. Colores que se encuentran no solo en la tapicería y la pintura de las paredes, sino también en el arte. “Escogí las obras de Andrés Argüelles por su lado lúdico y fresh, Abel Bentín por sus negros y blancos dramáticos, y Silvana Pestana por su uso del dorado, tan elegante, sutil y sobrio a la vez”, explica Rottmann.
Quizá lo que llama más la atención son los espejos, que recubren el techo del pasadizo y la segunda sala y dan profundidad y luz al ambiente. Sin embargo, la mayor intervención se realizó en el bar, que se movió de lugar para que fuera visible desde la entrada. Esto implicó mover las tuberías y tumbar paredes. Y retirar los sofás capitoné de obra para favorecer la movilidad de los clientes. “Cuando hice todos estos cambios, buscaba dar un balance a Bottega Dasso. Quería dejarlo con un feeling similar al que tenía, del cual yo siempre fui fan, y al mismo tiempo rejuvenecerlo sin desfigurarlo. Mi intención fue hacer un espacio donde ambos, los clientes de siempre y los nuevos, se sientan cómodos en el ambiente”, finaliza Rottmann.
Artículo publicado en la revista CASAS #288