Por temas de seguridad, al Penal Modelo Ancón II (mejor conocido por muchos como Piedras Gordas 2) no llega la señal del celular. Y en la primera mañana invernal de julio ni siquiera el sol llegaba hasta ahí. Por eso es fácil imaginar que para los internos era casi imposible concebir la idea de que, algún día, la Orquesta Sinfónica Nacional llegaría ahí a tocar para ellos en medio de sus instalaciones. Pero eso sucedió el primero de julio, gracias a la intervención de A Kiss For All the World, el proyecto del concertista español Íñigo Pirfano, que, durante su paso por el Perú, también se presentó en el Hospital Larco Herrera y en el Puericultorio Pérez Araníbar. Conversamos con él para que nos cuente el origen de esta iniciativa que nació en Madrid y lo ha llevado ya por diversas partes del mundo.
¿Cómo nace la idea del proyecto?
Este proyecto se juntan mis dos pasiones, que son las personas y la música. Yo había dedicado muchos veranos de mi vida como estudiante universitario a realizar labores asistenciales con ONG’s en países o en colectivos en vías de desarrollo, y luego me hice músico profesional. De repente hay un momento en el que, cuando me entero que la Novena Sinfonía de Beethoven ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, le di vuelta a esas dos pasiones y a esa inquietud mía, y pensé “no es patrimonio de toda la humanidad, es patrimonio de las personas que pueden ir al Gran Teatro Nacional, al Carnegie Hall o a la Philharmonie de Berlín”.
Entonces quisiste convertirlo en un verdadero patrimonio de la humanidad…
Exacto. Afortunadamente ya hay muchas organizaciones que ya llevan a esos colectivos más vulnerables lo que necesitan en términos de ropa, medicina o alimentación, pero nadie se ha planteado hasta ahora llevarles, por decir así, la dignidad que da la cultura. Se me ocurrió esta gran locura, empecé a contársela a gente, reuní un equipo ejecutivo, conversé con empresas e instituciones que podían hacerlo realidad y ya. Ahora estamos en nuestra tercera gira internacional.
¿Por qué elegiste ese nombre?
A Kiss For All the World viene de uno de los versos con los que termina la Oda a la alegría, la Novena Sinfonía de Beethoven. El texto dice “abrácense multitudes, este beso al mundo entero”. Y eso es lo que nosotros pretendemos hacer. No solamente acercar la materialidad de la Novena Sinfonía, sino que queremos que todos estos colectivos sientan el abrazo cercano, sientan el mensaje poderoso y transformador que tiene la música.
Esto sería el equivalente a llevar la Mona Lisa alrededor del mundo…
Sí. Lo que pasa es que cualquier manifestación artística tiene esa capacidad de transformar corazones, pero la música es la que lo hace de manera más directa y honda. No sabemos por qué, pero los seres humanos somos seres musicales y todos necesitamos escuchar algún tipo de música, porque nos sentimos bien, porque nos une a unas personas con otras. Es como un gran vehículo de la comunicación, es una herramienta contra la incomunicación y el aislamiento. Además, dentro de la música, la novena sinfonía de Beethoven es la obra que por excelencia sirve para unir a las personas. Allá donde los hombres con demasiada y triste frecuencia levantamos muros, la música sirve para tender puentes.
Hablando de puentes y muros, Beethoven decía que la música era arquitectura con sonidos. ¿Qué más construye la música?
Construye corazones. Todo el mundo me dice que está bien dar conciertos para poblaciones vulnerables, como los enfermos o refugiados, pero se preguntan por qué hay que llevarles música a unos internos que están pagando condena. Yo no reparo en eso, porque por supuesto que tienen que cumplir las condenas que la justicia les haya impuesto. A lo que yo voy es a que la música puede transformar corazones. Y si creemos que un lugar como una cárcel es un lugar de reinserción o de adaptación, me parece que para la sociedad es mucho más interesante que las personas que están aquí, después de cumplir su condena, salgan al mundo como personas de paz. Y la música es el gran vehículo para eso.
Por Omar Mejía Yóplac